Re-flexiones… 2.314 (circunstancias)

“No somos disparados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente determinada. Es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter”

José Ortega y Gasset

¡Por fin… Viernes!, dijo Robinson

Robinson Crusoe

Buscando la soledad siempre me he encontrado con gente pues vivir es inevitablemente una cuestión social, aun incluso en la más lejana isla tropical. Qué bien comprendo a Mr. Crusoe, todo un Robinson que también deseó la llegada del… Viernes. Desde 1.719 a hoy, parece que nada cambió.

Cuando me propuse buscar un reto personal (Marathon-15%) para ilustrar mi proyecto editorial sobre las claves que concurren en la consecución de objetivos en la vida, por razones de simple operatividad no dudé entonces en elegir uno que de forma autónoma yo pudiera desarrollar sin requerir supuestamente la participación indispensable de los demás. Entonces me olvidé de que todas las semanas tienen su Viernes, sin él que el sábado y el domingo nunca llegarán.

Tras tres meses habitando mi particular isla perdida de esfuerzo y dedicación, ahora busco con fruición a mis Viernes para proseguir con mi misión. Es posible que solitariamente pudiera alcanzarla, pero acompañado me garantizo una más probable obtención. Ningún gran proyecto en la actualidad se puede cocinar en la intimidad. Es imposible ignorar la cerrada urdimbre que la red de nuestra sociedad nos instala bajo nuestros pies como alfombra mágica para navegar. Ignorar esto nos llevará sin ninguna remisión a naufragar y como cualquier Robinson, a tener que desde cero volver a empezar.

Lo que siempre se ha denominado circunstancias como marco condicionante del éxito o fracaso profesional o personal hoy se concreta, en casi toda su especificidad, en la llamada red social presencial y virtual. El incontenible ascenso del protagonismo del entorno relacional en el desarrollo de nuestros propósitos nos debe llevar a mirar la vida con un ojo puesto en nuestras actuaciones y con el otro en las que dependen de los demás.

Confieso que tras cada exigente entrenamiento ardo en deseos de comentar con mi entrenador lo acontecido en forma de respiraciones entrecortadas, dolores soportados, pulsaciones registradas o expectativas futuras de logro y consecución. Todo buscando un parecer que, aunque posiblemente sea coincidente con el mío, me sirva para contrastar mi opinión con algo más que el eco de mi voz.

También así creo que lo pensó Robinson cuando, movido por la imperiosa necesidad de comunicación, arriesgó su vida acercándose a una tribu de caníbales y a Viernes rescató.

No albergo la menor duda respecto de cuál es una de las principales cualidades que explica el éxito de quien lo tiene: su extraordinaria capacidad de relación, buscando preferentemente a quienes le mejoran para colocar cada vez más alto el listón de la exigencia, el talento y la superación.

Por fin, con la llegada del nativo Viernes, Robinson mejoró sus escasas posibilidades de salvación. Aunque él quizás no lo sepa, su apasionante aventura no fue suya sino de los dos…

Saludos de Antonio J. Alonso

Mi clavícula, la de Jorge Lorenzo y la fama de los dos

Fama

La fama tiene eso que te permite jugar la vida en una división de honor, cuyas reglas difieren de las del resto de los anónimos para los que la cuesta normalmente se presenta peor. Yo no soy famoso y por ello me he convertido en un escalador.

En estos días, participando en las tandas clasificatorias para el gran premio de motociclismo de Assen, se cayó de la moto Jorge Lorenzo, fracturándose una clavícula que ese mismo día se operó, con la intención consumada de correr la prueba dos después. Una vez más, los medios de comunicación han titulado de superhombre a alguien que, de serlo, es seguro no está solo en esto de sobreponerse a las adversidades, aunque solo a él se le conozca y reconozca, quedando otros muchos ocultos por su anónima condición.

No voy a detallar más aquello que puede consultarse pormenorizadamente en el artículo Mis 15 días en Agosto, que relata e ilustra mi accidentado viaje en moto del verano de 2011 cuando en Suiza me fracturé una clavícula, lesión que acompañó mi soledad viajera a lo largo de 5.000 kms. por carreteras europeas y sin mediar operación reparadora alguna ni asistencia médica durante largos días de agudo dolor. Todo, movido por una musical ilusión.

Sinceramente, pese a multiplicar por muchos los días de aflicción, sufrimiento y desamparo y además doblar en edad a Jorge Lorenzo, yo no me considero un superhombre y además parece que los demás tampoco de mí tienen esa consideración. Es curioso pero, en aquellas ocasiones en las que en círculos de conocidos he tratado de comparar ambas situaciones, normalmente he salido perdedor de una contienda que nunca busco pues, de este tipo de desigualdad valorativa, soy buen conocedor. Para la mayoría, resultan más meritorios los 45 minutos de carrera de un piloto lesionado y reparado por lo mejor de lo mejor que mis interminables y solitarios 12 días viajando compunjidamente fracturado con una moto que dobla en peso a la del superhombre anterior.

Es evidente que no se puede competir con la fama, que siempre establece filias sobredimensionadoras de los éxitos y dispensadoras de los fracasos para aquellos que la tienen y viceversa para los que la carecen. Esta ineludible realidad obliga a quienes jugamos en una división menor al esfuerzo de un mayor merecimiento, que deberemos saber aceptar como parte de las reglas de un juego que siempre nos reta a subir de escalón.

Pretender progresar en la vida y olvidar que esta no suele presentar las mismas oportunidades para todos es la mejor forma de ausentarse de una realidad que ahora mismo no podemos rápidamente solventar, aunque si denunciar y tratar de reparar con decisión. Sin ser famoso también se puede anónimamente triunfar y para ello creo que el adecuarse fluida y dignamente a las circunstancias es el secreto para no caer en la desmotivación…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

El tenis, el trabajo y nuestra equivocación

El tenis, el trabajo y nuestra equivocación

Quien haya empuñado una raqueta en alguna ocasión conoce del insondable misterio por el que unos días casi todas las bolas entran y otros no… aun cuando pueda parecer que siempre las golpeamos con la misma intención.

Quien vive su trabajo con la aspiración de cada día ser mejor también encuentra difícil explicación a esa pertinaz ambivalencia que sucesivamente determina los buenos y malos resultados de los que parece no encontrar fin nunca la voluntad y el tesón.

Entonces… ¿dónde está la explicación?

Pues simplemente en solo considerar del orteguiano… yo soy yo y mis circunstancias, las segundas sin apenas reparar en el primero. No es más, pero tampoco menos, como veremos a continuación.

Es evidente que un día de viento puede condicionar negativamente en la cancha el resultado de nuestros golpes, así como una crisis económica elevar alpinamente el camino de nuestras ansias de progreso profesional o empresarial. Esto es indudable aunque no determinante, pues hay otro factor en juego: YO.

Si ante los repetidos fallos cometidos por la molesta y sorpresiva injerencia de un viento racheado no somos capaces de entender que el mismo también forma parte del partido de tenis al igual que las bolas, la red y nuestro contrincante, entonces caeremos por el peligroso tobogán del balsámico reproche justificativo, cuyas consecuencias siempre adversas apuntarán directamente a nuestra autoconfianza y motivación.

Si los muchas veces infructuosos esfuerzos por mejorar nuestra situación laboral no nos trasladan el retorno esperado llevándonos frecuentemente al desanimo y hasta la inacción, entonces seremos nosotros mismos quienes estemos contribuyendo significativamente al alimento de esa decepción por no entender que lo que de nuestra parte hay que poner nunca (pero nunca) deberá faltar, escapándonos así irresponsablemente de esa necesaria contribución.

Las personas de éxito se distinguen, entre otros méritos, por saber siempre cuál es su responsabilidad en aquello que no están consiguiendo, para entonces acometer sin ambages su resolución, olvidándose de ese viento molesto que al fin y al cabo solo es aire en movimiento de ajena resolución…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¿Yo… o mis Circunstancias?


¡Qué razón tenía José Ortega y Gasset!… al reducir la realidad vital de cada persona a simplemente dos agentes protagonistas: uno mismo y aquello que le rodea.

Sobre el “Yo”, objeto principal de la mayoría de mis reflexiones, por esta vez no hablaré pues son las “Circunstancias” quienes también deben merecer aquí un espacio de consideración.

Para comenzar valgan estas palabras de Mariano José de Larra:

“Las circunstancias, he pensado muchas veces, suelen ser la excusa de los errores y la disculpa de las opiniones. La torpeza o mala conducta hallan en boca del desgraciado un tápalo todo en las circunstancias, que, dice, le han traído a menos…

…las circunstancias hacen a los hombres hábiles lo que ellos quieren ser y pueden con los hombres débiles; los hombres fuertes las hacen a su placer o tomándolas como vienen sábenlas convertir en su provecho.

¿Qué son por consiguiente «las circunstancias»?. Lo mismo que la fortuna: palabras vacías de sentido con que trata el hombre de descargar en seres ideales la responsabilidad de sus desatinos; las más veces, nada. Casi siempre el talento es todo”.

Y en esta misma línea de pensamiento podemos continuar con una célebre frase de Benjamín Disraeli, aquel Primer Ministro británico que dijo:

“El hombre no es hijo de las circunstancias pues son estas las hijas del hombre”.

También el famoso escritor irlandés George Bernard Shaw se ocupó del tema:

“La gente siempre culpa a las circunstancias de lo que ellos son. Yo no creo en las circunstancias. Las personas que avanzan en este mundo son las que se levantan y buscan las circunstancias que desean… y sino las encuentran, las crean”.

Finalmente, el mismo Ortega nos revela su propia opinión sobre la frase que hizo famosa, diciendo:

“No somos disparados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente determinada. Es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter”.

Llegados aquí podríamos concluir que el “Yo”, de proponérselo, es capaz de dominar su entorno sin verse condicionalmente influido por él, teoría en mi opinión errónea por cuanto ningún maximalismo podrá explicar nunca acertadamente la realidad.

Las “Circunstancias”, claro está que determinan una parte del transitar de las personas por su vida. Parte que resultaría imposible cuantificar en su magnitud para todos por igual pues esta misma necesariamente dependerá de múltiples factores diferentes que afectan a cada cual. Por ejemplo, el hecho fortuito de nacer en un país subdesarrollado en lugar de uno avanzado si condiciona enormemente las oportunidades de crecimiento, al margen de las actuaciones personales. En cambio, en algo tan común en nuestros días como lo son los divorcios matrimoniales, el talante y la actitud de los ex-conyuges tienen un protagonismo casi total en el resultado final de esa situación de ruptura que quiere caminar hacia la plena normalización de sus vidas.

Como siempre, el triunfo radica en la capacidad propia para repartir honestamente responsabilidades (tanto en el éxito como en el fracaso) entre lo que es debido a uno mismo y aquello que es correspondiente al entorno o circunstancias, para así no dejarse llevar nunca por las irresistibles tentaciones de abdicar del compromiso personal con la construcción de nuestro particular y deseado futuro 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro