El “Gran Hermano” de la privacidad

Pese a mis esfuerzos por conocer y además pretender ser muy consciente de cómo funciona hoy en Internet la publicidad, recientemente algo me llevó a un estado de perplejidad tal que todavía no he salido de un retiro voluntario y monacal en esto de libremente navegar.

Yo creía que recibir anuncios relacionados con las consultas previas de productos realizadas en Internet era el santo y seña de la segmentación comercial electrónica actual, pero parece que todavía hay algo más, tan misterioso como inquietantemente enemigo de la privacidad. El otro día me llegó un correo de Amazon invitándome a comprar un determinado DVD de dos conocidísimas óperas que siempre se suelen representar juntas… Cavalleria Rusticana de P. Mascagni y Pagliacci de R. Leoncavallo, grabado a finales de los setenta en el Metropolitan Opera House de Nueva York (MET) y correspondiente a una famosa producción de Franco Zeffirelli. Una propuesta comercial tan concreta no es nada usual pues en este tipo de comunicaciones se suelen ofrecer varias versiones de una misma obra, tal y como luego ocurrió en un correo posterior recibido, cuyo carácter ya fue más normal.

Pues bien, actualmente me encuentro en proceso de escritura (en mi programa Word particular) de mi segundo libro de temática profesional, cuya existencia no conocía nadie hasta hoy y que plantea un relato novelado, parte del cual se desarrolla en la Nueva York de finales de los setenta. Allí, el personaje principal asiste en el MET a una representación (que fue real) de Cavalleria Rusticana y Pagliacci, cuya producción es de Franco Zeffirelli. No diré más.

Como ocurre en la película El sexto sentido, en ocasiones veo fantasmas y los nervios me van a estallar. No me atrevo a hablar en presencia de mi ordenador y ya he tapado el objetivo de su Web-Cam. Creo que voy a escribir en arameo porque, sin quererlo, todo esto me lleva a sospechar que Amazon es capaz de publicar mi libro en su integridad, incluso antes de que yo lo logre finalizar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¿Todas las vidas valen igual…?

Aunque pueda parecer un asunto medieval, todavía hoy, en el año 2017, parece que siguen valiendo distinto las vidas de los individuos en función de unos criterios muy subjetivos que están reñidos con la ecuanimidad, por lo que eso de la igualdad de las personas aún queda muy lejos de ser una realidad incluso en el momento de su fallecimiento, cuando objetivamente todos somos igual.

Vaya por delante que en cuestión de asesinatos y homicidios, cualesquiera sea su variedad, soy tan acusador como el que más. Arrebatar la vida a una persona me parece el acto más condenable que hay, sea quien sea y por los motivos que fueran y que nunca en la historia de la humanidad nadie podrá justificar. Así las cosas, yo me pregunto… ¿vale más la vida de una mujer estrangulada por su marido que la de un varón acuchillado por un ladrón, la de un joven asesinado en una reyerta vecinal o la de un homosexual muerto a golpes por su pareja sentimental…? Pues parece ser que sí, a tenor de la significación especial que les dan los medios de comunicación, cada día sin faltar, a los asesinatos de género (femenino) respecto de todos los demás.

En 2016 se cometieron en España 292 homicidios de los que 44 (15%) fueron atribuidos a violencia de género, los únicos que salen reiteradamente mencionados en las portadas de los periódicos, la radio, la televisión y hasta en la publicidad. ¿Quién se acuerda de las otras 248 personas (85%) también fallecidas a manos de verdugos de lo irracional…? ¿Son de un valor menor y por ello se les debe ningunear…? ¿Qué intereses se esconden en esta discriminación informativa que no trata a todas las víctimas de la violencia asesina por igual…? ¿Alguien me podría argumentar porqué la vida de una esposa o novia vale más que cualquiera otra de las que desgraciadamente se pierden por la absurda demencia de un criminal…?

Nada hay que me pueda molestar más que el agravio comparativo, esa desviación de la imparcialidad que otorga privilegios a quienes son igual que los demás. Porque ninguna vida puede valer, ni vale más…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Por sus publicaciones los conoceréis…

Internet, entre otras virtudes, tiene de bueno que es un gran revelador de las competencias profesionales de quienes hacen acto de presencia con sus publicaciones, fiel reflejo de sus capacidades o la ausencia de ellas, que de todo hay en este escaparate moderno de la comunicación.

Tras varios años de intensa y extensa actividad en diversas redes sociales y especialmente como administrador de algunos Grupos entre los que se encuentra FORO COACHING VALENCIA, he llegado ciertamente a una desoladora conclusión: más del 90% de las publicaciones de carácter profesional son comerciales y con una intención de venta directa, correspondiendo el resto a las que aportan contenidos útiles de debate y opinión.

Así las cosas, yo entiendo que quien solo publica anuncios será porque ello le debe reportar mayor rendimiento que la difusión de contenidos, a no ser que esas mismas personas no sean capaces de generarlos, pues todos sabemos de la especial dificultad de aportar ideas frente a la facilidad de solo anunciar con el objetivo de mercadear más y mejor.

Por tanto y sin conocer a los autores de las entradas, no puedo ocultar que me merecen más interés quienes contribuyen a mi reflexión, saber y formación frente a los que solo pretenden venderme su producto o servicio, por lo que a aquellos les tengo más estima que a estos y además les considero profesionalmente mejor.

Y no creo estar solo en esta opinión…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

EL DOLOR QUE NOS QUIEREN OCULTAR

violencia-mediatica

Si me atengo a lo que leo, oigo y veo diariamente en los medios de comunicación parece ser que, en cuestiones de criminalidad, España es un país excepcional pues aquí solo fallecen al año algunas decenas de mujeres por violencia de género y un puñado de adolescentes desaparecidas que luego no se vuelven a encontrar. Que sepamos, casi nadie más. Sobre unos 47 millones de habitantes, no parece que las cosas vayan muy mal.

¿Es esto verdad…?

El pasado 9 de Septiembre el diario El País publicaba un reportaje que titulaba “1.270 búsquedas activas de desaparecidos en España”. De ser esto cierto, parece que alguien no dice toda la verdad.

¿Por qué esta exhaustiva contabilidad informativa de las mujeres asesinadas por sus parejas? y ¿porqué no existe tal para los hombres que también han sufrido alguna agresión conyugal? ¿Por qué en la actualidad solo Diana Quer ocupa a diario todos los noticiarios cuando las otras 1.269 personas desaparecidas también lo están? Detrás de esta flagrante discriminación ¿qué intereses hay…? Así las cosas, ¿no es esta una forma de “Violencia Mediática” que paradójicamente se viene a sumar a las que se pretenden ocultar?

No lo puedo callar. Me enciende por dentro cualquier tipo de arbitrariedad que no conceda igualdad de oportunidad a quien tiene el derecho constitucional y moral de ser como los demás. Y todavía me indigno más cuando esta parcialidad afecta al dolor de las personas. Dolor que para todos si es igual.

Desoladamente, una vez más, vengo a denunciar (sin la capacidad personal de resolver) una ilegalidad que como tantas otras solemos asumir sin rechistar, aunque si puedo aportar mi recomendación personal para gestionar una emoción de las más penosas para cualquiera que tenga algo de sensibilidad. En la crónica 107 de “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL” titulada “El dolor” escribo:

“En el mundo de lo normal, nadie busca el dolor pero cuando viene pocos lo saben gestionar. ¿Será quizás porque consideramos al dolor como algo fuera de lugar, algo ajeno a nuestra vida y sin derecho a tenernos que visitar, algo en lo que mejor no pensar? El dolor, aun no querido, forma parte involuntaria de nuestra realidad por lo que ignorarlo poco ayudará a recibirlo bien preparados cuando se haga anunciar.

El dolor, como cualquier otra manifestación de lo que nos produce malestar, también es susceptible de entrenar para minimizar unos efectos negativos que no debieran comprometer en exceso ningún resultado final…”

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

LA COMUNICACIÓN

Comunicacion Marathon-15%

Tras conseguir establecer un (oficioso) récord mundial de desnivel positivo en maratón con 6.232,86 m. ascendidos y reflexionar luego sobre ello en el libro “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL”, llevar todo esto al formato de Conferencia parece que era lo natural y así, aprovechando mi participación en la “XXXII Subida Internacional Granada-Pico Veleta”, continúo un ciclo de ponencias que pretenden trasladar lo esencial de una aventura deportivo/editorial que nunca olvidaré y que personalmente quiero contar.

Será el próximo día 6 de Agosto de 2016 a las 18:30 h. en la sede de la prueba (Hotel Real de la Alhambra en Granada), en la víspera del ascenso de 50 km. hasta los 3.398 m. del tercer pico más alto de la Península Ibérica (tras el Mulhacén-3.479 m. y el Aneto-3.404 m.), que yo también intentaré correr pese al contratiempo vivido en Junio y cuyas consecuencias desconozco ahora como me podrán afectar.

De estas conferencias ofrezco aquí la parte visual referida a “El Proceso”, el Capitulo 2 de mi libro, que trata sobre cómo abordar los proyectos en la vida para minimizar las probabilidades de fracasar.

Pensando en estas conferencias y en cómo lograr trasladar convenientemente todo lo que pretendo, recuerdo que comunicar es algo tan importante como también habitual pero sobre lo que no siempre somos capaces de acertar. El la Crónica 11 de mi libro, titulada “La comunicación”, así lo vengo a explicar…

“Nuestra vida se gobierna por comunicaciones, unas interiores que responden a nuestros pensamientos privados y otras exteriores que formalizamos públicamente con los demás. Las primeras tienen carácter particular y no afectan a nadie más, mientras que por necesidad las segundas siempre lo hacen, incluso a veces a nuestro pesar. Hablar comporta una ineludible responsabilidad dado que el destino de nuestras palabras nunca será neutral al no ser nosotros los dueños de su significado por más esmero que en ello pongamos, pues lo finalmente entendido siempre será propiedad de quien las reciba y de su manera personal de llegarlas a interpretar…”

Saludos de Antonio J. Alonso

Solo si dejas una marca… tendrás una Marca Personal

Marca Personal

En este mundo entretejido por una cabalgante interacción comunicacional todos corremos el riesgo de convertirnos en uno más, lo que deriva en invisibilidad personal y profesional, el principal inconveniente para progresar. Nadie compra lo que desconoce, no comprende o es muy igual. Destacarse o resignarse a esperar.

Cuando un perro levanta su pata todo presagia que con su mecánico gesto pronto se procurará aliviar, aunque a la par de ello también ambicionará dejarse notar marcando un territorio que sistemáticamente sueña con hacer suyo a fin de encontrar una compañera con quien procrear. Nadie le ha contado que los parques de nuestras ciudades, por buena vecindad, deberá compartirlos con sus demás. Aun así, su atávica persistencia le llevará una y mil veces a dejar su marca canina que para él sin duda tiene carácter muy personal (¿tienen los perros marca personal…?).

Afortunadamente, los humanos podemos separar nuestras necesidades fisiológicas de nuestras aspiraciones vitales de progresar (que no de procrear), lo que en el mundo actual nos llevará irremediablemente a tener que buscar nuestra identificación propia con la suficiente particularidad de que sea tan reconocible por los demás que les deje una señal o marca, nuestra Marca Personal. Por tanto toda Marca Personal se sustentará en la singularidad, que cada cual deberá en sí mismo encontrar o de carecer de ella, crear.

Mi proyecto Marathon-15% podría ser un ejemplo de esto pues supone una nueva inflexión de la línea comunicacional que hasta ahora dibujaba mi personalidad profesional. Pero una inflexión con voluntad de marcar y así el desafío que supone un récord mundial como experiencia ejemplificadora de las claves que determinan los procesos de superación personal, ya por sí cuenta con la suficiente fuerza argumental para destacar, sin duda el fin último de la Marca Personal.

Pero… ¿para quién es la Marca Personal?. En 2009, mi artículo “La Marca Personal” defendía la conveniencia de encontrar y presentar a los demás nuestra Marca Personal con independencia de nuestra situación laboral (trabajador por cuenta propia, ajena o en situación de buscar), pues la venta de toda fuerza de trabajo o servicio profesional requiere su escaparate, precio y disponibilidad, todo bien claro y listo para atraer y gustar. Además, la Marca Personal tampoco es asunto solo de quienes se encuentran muy arriba en la escala profesional, pues casi más justificado es mejorar para quien sus ingresos no le llegan para pagar su sustento que los que ya gozan de una situación de estatus y bienestar. Hoy la Marca Personal es como ayer lo fue la pertenencia familiar (¿y tú… de quien eres?), con la distinción de que la primera la podemos configurar mientras que la segunda la debemos aceptar.

Y… ¿cómo conocer si la gestión de nuestra Marca Personal está siendo eficaz?. Bastará constatar si los atributos que a partir de ella queremos destacar de nuestra personalidad son los que realmente nos definen en la opinión de los demás. Para ello nada mejor que preguntar, pues es muy habitual el pretender ser algo o incluso creer serlo ya y todo ello quedar muy distante de la verdadera realidad. De nada vale engañarnos y peor aún, engañar.

Para finalizar, quien todavía no le encuentre utilidad a lo de la Marca Personal y disponga en su vida el ignorarla deberá saber que todos la tenemos impresa aun sin querer, siendo peor dejarla vagar sin criterio pues entonces la marca equívoca que pueda dejar será aún más honda y por tanto más perjudicial…

Saludos de Antonio J. Alonso

¿Es peor la maledicencia que la “benedicencia”…?

Maledicencia

Decir algo malo o negativo referido a los demás y con independencia de ser mentira o verdad es lo que se define como maledicencia, pero… ¿es maledicente quien se remite a la evidencia y a la sinceridad?

Nuestra vida se gobierna por comunicaciones, unas interiores que responden a nuestros pensamientos y otras exteriores que formalizamos con los demás. Las primeras no afectan a nadie más, mientras que las segundas siempre lo hacen incluso a veces a nuestro pesar. Hablar comporta una ineludible responsabilidad dado que el destino de nuestras palabras nunca será neutral al no ser nosotros los dueños de su significado por más empeño que en ello pongamos, pues lo finalmente entendido siempre será propiedad de quien las reciba y de su manera de interpretar.

Por tanto, mediatizados por una interpretación que es ajena y casi siempre desconocida, será aconsejable cuidar al máximo el contenido de nuestras comunicaciones cuando estas se refieran a los demás. Pero… ¿qué significa cuidar?, ¿cuidar es decir lo que conviene o decir la verdad?, ¿lo que conviene puede llegar a ser maledicencia tanto como lo pueda ser decir una incómoda verdad?, ¿dónde se encuentra la frontera entre lo conveniente y la realidad? Reconozco no contar con respuestas universales a estas preguntas tan generales, que sin duda tendrán su caracterización y solución en cada situación particular.

Por otra parte, sí parece fácil aceptar la existencia de un irreprimible afán por hablar de los otros como fórmula de congraciarnos con los unos, en una especie de amable fomento de la complicidad que suele ser traicionada frecuentemente cuando esto lo realizamos sin discriminar, no distinguiendo unos de otros y por tanto convirtiéndonos en incontrolados mensajeros del chismorreo y la procacidad. Frecuentemente las palabras se nos van y todavía más cuanto mejor nos vamos encontrando en una conversación de esas que, al final, nos lleva a hablar más de la cuenta opinando sin freno alguno de los demás.

Hablar mal mintiendo es claro que no tiene justificación ni perdón pues normalmente suele venir explicado por asuntos de envidia, venganza, rencor o enemistad. Los infundios pronto se traducen en calumnias y sus problemáticas consecuencias llevarán finalmente a la insatisfacción de todos los que activa o pasivamente participan de esa feria contagiosa de la difamación social.

Pero hablar mal, asistidos por la razón y la verdad, si puede encontrar en algunos casos exculpación pues, de lo contrario, el silencio precautorio y equivocadamente conciliador ejerce de ocultador de las incorrectas actuaciones de otros, cuya responsabilidad será siempre necesario demandar. Sin denunciar, nunca nada se corregirá y la valentía que para ello se requiere no puede convertirse en cobardía por el que dirán. Callar por no hablar mal, aun diciendo la verdad, en mi opinión conlleva tanta culpa como hablar mal mintiendo, en lugar de honestamente callar (si bien es cierto que cada situación será preciso analizar).

En este asunto tratado aquí confieso mi asumida inflexibilidad pues nunca he congeniado ni estimo que en un futuro lo haga con aquellos maestros del guardar su ropa al nadar, amigos proclamados de todos aunque enemigos ocultos de los demás, que nunca toman postura incómoda frente a los otros convirtiendo su engañosa benedicencia en la más mala maledicencia que siempre podamos encontrar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Los Informívoros II

Los Informivoros II

Recientemente escribía Los Informívoros, título apelativo que propone nuestra definición como consumidores contumaces de un exceso de información que a muchos puede llevar hacia una obesidad mediática no deseada… a menos que la disciplina de una dieta comunicacional nos preserve del atracón. Dieta que para ser efectiva no deberá producir apetito por desinformación, para lo que será imprescindible elegir adecuadamente lo consumido en un ejercicio personal de priorización.

En este mismo sentido yo finalizaba el artículo aludido con una llamada al consumo consciente de información proponiendo… primero elegir y luego consumir. Pero elegir priorizando la información que más conviene no es tarea sencilla y no tanto por la inabarcable cantidad de inputs a la que nos enfrentamos cada día como por la forma estratégica en que estos se nos aparecen, es decir, sin nuestra intermediación.

Como consumidores integrales que somos, todos tenemos nuestras preferencias y esto también ocurre en asuntos de información. Desde hace varias décadas está bien demostrada nuestra tendencia mayor a fijarnos en aquello que se acerca a nuestros gustos por lo que, de ser conocidos por quienes nos proveen de contenidos, el riesgo de conspiración mediática puede condicionar nuestra libertad de elección.

No es un secreto que, por ejemplo, el rastro que deja nuestra navegación por Internet es sabido por quienes gestionan la información (y no necesariamente la publicitaria), por lo que muchos de los contenidos que electrónicamente manejamos se encuentran previamente sesgados hacia nuestras preferencias, lo que nos propicia un consumo condicionado que no siempre responde a nuestra libertad de elección.

Pero esto no solo ocurre en la Red ni es una novedad que antes fuera desconocida. Clay A. Johnson, en su libro La dieta informativa, recoge que en 1996 Roger Ailes fundó Fox News (el canal conservador de noticias más importante de USA) con una premisa muy clara: dar a la audiencia información que le confirme lo que opina. El éxito fue total pues nada hay de consumo mediático más tentador que aquello que, en lugar de cuestionarla, reafirme nuestra opinión.

Si hoy ser Informívoro ya no es una posible elección, al menos debemos cuidar que si lo sea nuestra dieta de comunicación, como mejor medida para preservar una salud mental sin la cual siempre quedará perjudicada nuestra capacidad de decisión…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Los Informívoros

Informívoros

Leonardo da Vinci eligió acertadamente el siglo XV para nacer y ser el genio renacentista que a todos deslumbró pues, de haberse demorado algo más, cada centuria de retraso le habría condicionado privándole del ejercicio de varias de sus celebradas dedicaciones (anatomista, arquitecto, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista), llegando a nuestros días sin más que poder aspirar y como mucho a especialista de una sola disciplina, habida cuenta en todas de su creciente complejidad.

Sin propósito de restar ningún mérito al maestro italiano, saber y ser experto era mucho más fácil hace quinientos años que en la actualidad y la razón que lo explica es tan sencilla como la que define el volumen de información necesario para prosperar en cada actividad. Antaño un hombre culto podía saberlo casi todo de todo, pero hogaño ni todos los hombres más sabios juntos serían capaces de conocer solo un poco de lo que atesora la humanidad.

Sin duda vivimos en plena revolución de la información que, canalizada por unos soportes geométricamente cada vez más potentes, nos ofrece posibilidades de conocimiento que nadie antes pudo sospechar. A vueltas de un click tenemos acceso a todo un mundo de sabiduría en cuya adecuada gestión se encuentra la solución al aprovechamiento de una riqueza cuyo descubrimiento colocaría al borde del colapso hasta el mismísimo autor de la Mona Lisa, acostumbrado a que ninguna ciencia quedase fuera de su capacidad.

Y es por esto que quienes vivimos esta realidad nos hemos convertido en Informavores (devoradores de información). Término prematuramente definido (en 1983) por George A. Miller (uno de los precursores de la psicología cognitiva) que, llevándolo a su extremo, nos invita a pensar que el ser humano de hoy ha pasado de ser un plácido omnívoro a convertirse en un voraz Informívoro de la información universal.

En esta nueva categoría hay personas que corren el riesgo de indigestión crónica por exceso de alimento informativo mientras que otras optan por practicar dieta de conocimiento e incluso, las más radicales, hasta huelga de hambre negándose a informarse, como signo de protesta ante todo aquello que no pueden asimilar. En muchas ocasiones, la abundancia de algo genera mayores problemas que su escasez, aunque ello no parezca cabal.

Por tanto parece evidente que, tanto por exceso como por defecto, ninguna postura que no entienda el consumo de información como la mayor fortuna de nuestro tiempo y que además definirá una era histórica de revolución en la humanidad por la que nos recordarán nuestras  generaciones herederas, estará abocada a fracasar.

Como he mencionado antes, la solución no está en condenar la realidad por más complicada que se nos presente, sino en manejar una adecuada gestión de la información que necesariamente se deberá instrumentar a partir de un sencillo precepto, cuya secuencia nunca convendrá alterar…

primero elegir y luego consumir

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡Hablamos…!

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No hace mucho tiempo, caminando por la calle, escuché el final de una conversación telefónica en donde un trajeado ejecutivo con el que me cruzaba la concluía proclamando un animoso ¡Hablamos…! y sin esperar contestación.

Sin duda es muy habitual el terminar muchas de nuestras comunicaciones profesionales (telefónicas o incluso presenciales) con esta expresión que, con la mejor pretensión de cortesía, representa uno de los mayores atentados a las normas de comunicación efectiva, a la vez que una evidente desconsideración hacia nuestro interlocutor al tratarle de iluso creyente de cualquier proposición.

Toda conversación telefónica cuyo final pretenda derivar realmente en la concertación de otra en un momento posterior, deberá identificar claramente este y de quien partirá la iniciativa para el nuevo contacto. Lo contrario, es decir, la indefinición, representa la hipocresía comúnmente aceptada de eso que llamamos quedar bien, pero que todos sabemos no sirve absolutamente para nada pues ambos interlocutores están pensando lo mismo del otro: no me llamará. Y lo que es peor: ni tampoco yo…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro