¿Puede un ordenador llorar…?

No hace mucho escribía… Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros, en donde abordaba la cuestión de la introducción de la ética en la inteligencia artificial. Pero algo tan genuinamente humano como es la moral no es lo único que se pretende trasladar a los sistemas de computación, pues parece que pronto la interpretación y gestión de nuestras emociones será algo usual al tratar con cualquier ordenador normal.

El que mi portátil pueda llegar a descifrar mis estados de ánimo y de esta manera adecuar su actividad para supuestamente poderme ayudar es algo que me inquieta pues me recuerda a Hal 9000, la computadora que aparece en la película… 2001: Una odisea del espacio de S. Kubrick (1968), cuyos devaneos con el estado emocional de los astronautas de la nave espacial Discovery llevan a un resultado fatal.

En mi cruzada por intentar equilibrar en importancia lo racional con lo emocional ante la exagerada preeminencia de lo segundo en los gustos que ahora dictan la moda de todo lo relacionado con el desarrollo personal, nunca imaginé que además a ello se uniría la computación afectiva, el colmo de la sinrazón pues ordenador y emoción son tan poco amigos como el aceite y el agua intentando mezclarse en un bidón. ¿Qué tipo de programación puede lograr que un ordenador pueda llorar…?

Definitivamente, el que un computador llegase a interactuar con nosotros en función de nuestro estado de ánimo ayudándonos así en su gestión sería una malísima noticia para Daniel Goleman (y para la humanidad), pues en su libro Inteligencia Emocional debería borrar eso del Auto-Control como necesario para ser una persona cabal. Al final, ejercer de persona llegará a ser algo sin dificultad, siempre que aceptemos convertirnos en marionetas de lo simple e insustancial.

¡A donde vamos a llegar…!

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¿Hombre o Hambre emocional…?

Mente-Cuerpo-Emoción

Comienzo esta Coach-tión significando mi militante posición al tratar una vez más un tema en el que son los demás quienes tienen la responsabilidad de su atronadora actualidad, pues solo baste con comprobar las decenas de metros que en las librerías ahora ocupan cientos de ejemplares sobre todo tipo de cuestiones relacionadas con los sentimientos y la emocionalidad, sin contar asimismo con los millares de conferencias y cursos que inundan de propuestas una Internet que a la mismísima Srta. Francis bien le hubiera gustado conocer y utilizar.

Así las cosas voy a terminar creyendo que, además del descubrimiento del ADN, el otro gran avance de la ciencia biogenética actual es la catalogación del Hombre como ser eminentemente emocional, si nos atenemos a la desproporción de información circulante entre esto mismo y aquello que se pueda referir a su componente racional. ¡Ah! y no me quiero olvidar del Cuerpo, como vehículo físico de todo lo demás y que también es necesario atender y cuidar, aunque esto lo trataré en otro artículo y en este mismo lugar.

Pues bien, lo digo ya sin esperar al final: ¡Hay mucha más Hambre que Hombre emocional!

¿Por qué no se habla hoy del Hombre racional…? ¿Será porque de repente y por un azar evolutivo ya no lo es…? ¿Será porque todo lo relacionado con lo racional se asocia a esfuerzo y dedicación cuando lo emocional queda más cerca del placer y la diversión…? ¿Será porque las leyes del mercado ahora determinan que el dinero fácil se encuentra tratando de la emoción y no de la razón…? Será, será…

Apuntando tanto y en ocasiones tan mal a lo emocional es evidente el riesgo que corremos de desatender aquello que individualmente forma el sustento basal de nuestro desarrollo personal y colectivamente justifica el lugar que ocupamos en la escala social de las especies de este mundo, cuya lograda explicación no olvidemos ha sido y es racional.

Parece ser que ya no somos animales racionales sino emocionales y esto algunos lo quieren demostrar como un triunfo de la sensibilidad coronaria frente a la mentalidad cerebral, como si de tal suerte abandonásemos (a la manera de los fantasmas del cine) el reino de lo tangible y mundanal para instalarnos en el de lo etéreo y celestial. Cuanto de oportunismo hay en esos discursos que aprovechan sombrías épocas de dificultad como la actual para apelar a vanas esperanzas, fes y caridad, en lugar de constatar la cruda realidad y es que de la oscuridad solo se sale analizando, actuando y volviéndolo a intentar.

Yo no soy una máquina de calcular y como cada cual también me veo afectado por ese carrusel emocional que influye en mi vida tanto como en la de los demás y que muchas veces ni casi puedo gobernar. Pero todo ello no me debe instalar en la resignación de lo aleatorio e inevitable y que nos es justificado por salirse de lo que con dificultad podemos controlar, pues tengo la convicción de que la construcción de mi vida pasa por decidir qué y cómo ser y ello no lo puedo dejar al arbitrio único de mi corazón sino que también y sobre todo, lo debo reflexionar.

Yo soy un hombre que defiende lo racional porque siempre apoyo a los que van perdiendo, todavía más cuando considero que merecen una oportunidad para ganar. A quien siga con Hambre emocional le propongo Pensar y a quien ya piense, Amar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

“y Jorge… acertó”

Remontada 5-0

Desde mi vivienda en Valencia solo me separan apenas cinco minutos del estadio de futbol de Mestalla, breve distancia que no acostumbro a recorrer por ser yo uno de esos descafeinados seguidores no practicantes del Valencia CF. El pasado 10 de Abril si acudí, invitado por un amigo y resignado ante lo imposible que suponía una hazaña en forma de remontada de las de antes, cuando el futbol era algo más que estrategia y planificación.

Jorge me esperaba (con su habitual gesto circunspecto que escondía una tensa concentración) a las puertas de un atestado bar, frente a la entrada de Tribuna del viejo campo de futbol con nombre pirotécnico, para tomar en la barra una disputada cerveza previa a lo que todos los que por allí comentaban sería un mero trámite: el de certificar en este partido de vuelta la segura eliminación del Valencia de los cuartos de final de la Europa League 2014, dado que la ida supuso una dolorosa derrota por 3 a 0 frente al Basilea, un equipo sin historia conocida pero sorpresivamente venido a más por yo no sé qué razón.

Antes de entrar, el lacónico pronóstico del resultado que Jorge me aventuró puso en duda mi escasa fe en los milagros y al salir confieso que algo cambió mi religión, perpetua heredera de Descartes pero desde ahora un poco también amiga de la confianza y de la ilusión.

Cinco veces brinqué desde mi asiento y sin posible remedio pese a mi habitual contención. Cinco veces me acorde de Jorge cuando su disparatado vaticinio de una manita de goles finalmente se materializó. Una noche histórica de encendida emoción por algo que solo es deporte, aunque muchos como Jorge lo llevan muy dentro de su corazón.

Jorge es un personaje ciertamente singular, conocido en España por su insobornable pasión desde hace décadas a los colores valencianistas que le lleva a seguirlos sin falta alguna en todos los desplazamientos oficiales del equipo Che, con la más que dudosa recompensa de los interminables regresos postpartido conduciendo de madrugada de vuelta a su casa, acompañado solo de los sabores agridulces que la aleatoriedad de los resultados ofrece en vaivenes que van desde la decepción a la satisfacción.

¿Qué hace que algunas personas perseveren en sus proyectos y aficiones sin muchas veces una aparente compensación…? ¿Dónde se encuentra el misterio del esfuerzo continuado sin el debido retorno de la inversión…? ¿Cuál es el nombre que define eso que no se compra ni se vende y ejerce de combustible alternativo e inagotable en un mundo donde la energía parece solo venir de los asuntos económicos o de la búsqueda de algún que otro revolcón…?

Se llama Pasión, un sentimiento que se engancha en nuestro corazón para hacerlo voltear llenándonos el cuerpo de mariposas que pugnan por elevarnos del suelo en cada ocasión que tenemos de pensar en lo que nos hace felices y nos produce emoción. La Pasión que Jorge encuentra en el Futbol y yo hallo en la Ópera (Music-tiones) y que nos mueve a viajar tras la búsqueda de un estremecimiento que la vida cotidiana solo nos ofrece a media ración.

No abjuro hoy de mi confesada condición racionalista pero aseguro también que en la vida no todo es matemática explicación, pues quien se alimenta solo de lo visible y previsible renuncia a lo que está oculto detrás de lo supuestamente imposible, aquello que únicamente puede alcanzar el puro deseo y la firme determinación.

Terminó el partido… y Jorge… acertó.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La TV y la Inteligencia Emocional

Gran Hermano

Si hay un ejemplo universal de utilización torticera de los postulados de la Inteligencia Emocional, sin duda ese es el protagonizado por la televisión de hoy, que se ha convertido en el mayor generador de analfabetos emocionales a mayor gloria de los llamados Reality Shows o Telerrealidad.

De siempre, una de las estrellas de la programación televisiva han sido los concursos en sus más variadas manifestaciones, cuyo modelo inicial se asentaba en la competición del saber y la habilidad o lo que es lo mismo, de competencias personales o profesionales que eran la envidia de espectador normal. Es evidente que ahora todo esto ha cambiado, pues ya son desgraciada mayoría los programas de telerrealidad que embarcan a los inocentes concursantes en absurdos sinsentidos al servicio de su triunfal demostración de inestabilidad y descontrol emocional. Ahora quienes vencen son los que menos Inteligencia Emocional demuestran, pues precisamente es lo que premia el espectador actual, siempre ávido por presenciar anónimamente desde su sillón como los demás pierden los papeles, incapaces de poderse autocontrolar.

Ejemplos como “Supervivientes”, “La casa de tu vida”, “Esta cocina es un infierno”, “Operación triunfo”, “El factor X”, “La voz”, “Fama ¡a bailar!”, “Tu cara me suena”, “Tu sí que vales”, “Mujeres, hombres y viceversa”, “Granjero busca esposa”, “¿Quién quiere casarse con mi hijo?”, “Supermodelo”, “Splash”, “Famosos al agua” o sobre todo “Gran Hermano” representan la quintaesencia de la telerrealidad. Concursos cuyos premios siempre se obtienen por dejarse llevar más por el corazón que por la razón, en una demostración palmaria de inmadurez personal.

No lo podré nunca demostrar, pero estoy convencido de que en los cástines de “Gran Hermano”, el criterio de selección principal de participantes es el de su volubilidad emocional (que en algunos casos llega hasta la inestabilidad mental). Es lo que da juego y vende, pues parece ser que nos gusta ver (con la bendición de la caja tonta) a quien nos supera en errores y debilidades a modo de ejercicio de exorcización colectiva de nuestro mal particular. Hemos cambiado a los ganadores por ser mejores que nosotros, por los ganadores por ser peores que nosotros, curioso referente de idoneidad que fatalmente deriva en un equivocado camino de progreso social.

Los concursos televisivos ya no se ganan por excelencia sino por normalidad, lo que nos permite creer que también podríamos llegar a ganarlos nosotros. Aquí está su socializante éxito. El éxito de la ganada mediocridad.

No hace mucho escribía La moda de la Inteligencia Emocional cuyo contenido es también válido para lo aquí tratado, pues de moda están en las TV de todo el mundo las emociones con gestión irregular. Quienes defienden el mundo de las emociones como gobernador plenipotenciario del ser humano, en ocasiones no distinguen el que no todo vale, añadiendo ellos mismos share a una telebasura que quizá por ello nos merezcamos y debamos pagar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Ramón Esteve: La Emoción de la Razón

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Escribir opinando es la mejor forma de mirar hacia el exterior y a su vez, sentirse observado. Las palabras que llevan el sello de lo personal siempre se alejan de la anodina neutralidad para mostrarse generosamente desnudas ante la opinión de los demás.

Recientemente escribí “La moda de la Inteligencia Emocional”, cuyo contenido ha incendiado las redes sociales de enervadas batallas emocional-racionalistas a las que no me sumé en su momento, no por desdén ni desconsideración alguna, sino por entender que mi opinión no podía mejorarla con respecto a la manifestada en el citado artículo.

Transcurridas unas semanas desde entonces, ahora quiero extender aquel planteamiento que solo pretendía contribuir a nivelar el cuestionable desequilibrio instalado desde hace varios años en los discursos más mediáticos entre la Emoción y la Razón, sin duda los dos pilares que sustentan nuestra singularidad como especie y que últimamente parece solo tener de lo primero y nada de lo segundo.

Y para que nadie me acuse de partidista, no voy a volver a “razonar” sobre el caso sino que precisamente traeré un “caso” que sin la necesidad de la argumentación paramétrica explica sensorialmente por sí mismo el éxito de la complementariedad de nuestros hemisferios cerebrales.

Siempre he defendido que si hay un arte que por definición del mismo precisa del equilibrio entre la cabeza y el corazón ese es la Arquitectura, que en su búsqueda de la belleza cortando los espacios con el tiralíneas de la pasión no puede ignorar su compromiso con la realidad de una fuerza gravitacional que la obliga a calcular.

Ser Arquitecto por tanto es conjugar dos mundos que en la práctica son tan difícilmente miscibles como lo pueda ser el escribir poesía con métrica, precisamente lo que consigue todos los días Ramón Esteve.

Quien se acerque a su trabajo como Arquitecto y Diseñador nunca más dudará de que un cruce de líneas rectas puede hacernos crepitar más que mil arabescos de recargada artifiosidad. Que los espacios solo se justifican si no roban el aire que ocupan y sirven a quienes los ocupan. Que la luz de una lámpara es algo más que la que nos ofrece su bombilla. Que la combinación de colores más rica nunca podrá igualar al blanco que a todos contiene. Que una escalera puede ser el mejor soneto vertical cuando sus escalones son los versos sincopados que nos elevan hacia una experiencia mejor. Que nuestra realidad la dibujan siempre los muros que nos acogen en un abrazo protector. Que “La Vida en 3D” solo se alcanza si somos capaces de amar nuestro alrededor.

Ramón Esteve es mi amigo y su obra me merecería la misma consideración de no conocerle o quizás aun más, pues casi siempre lo anónimo paradójicamente nos es más cercano que lo próximo. Quien es capaz de explicar con belleza la difícil conjunción de la Emoción con la Razón, sin duda siempre será motivo de mi rendida admiración.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La “moda” de la Inteligencia Emocional

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Titular este artículo a contracorriente de lo que hoy es actualidad puede que me lleve inmediatamente al patíbulo de los blasfemos por las huestes de los emocionalistas que, siendo apabullante mayoría, proclamo no me llegan a asustar en mi defensa de lo racional. Por tanto, estoy dispuesto a batallar.

A partir de aquí y ante todo, debo confesar mi admiración por quienes trataron y todavía tratan de explicar sensata y científicamente aquello que de las personas es más difícil de comprender: la parte del comportamiento humano enraizada en el componente emocional, que seguramente nos distingue como especie singular en el mundo conocido por el particular desarrollo de nuestro sistema límbico y del neocortex cerebral.

Hasta la fecha, todos los estudios sobre las emociones han ido transitando progresivamente desde la determinación de su localización cerebral (Mils-1912 y MacLean-1970, entre los más relevantes) hasta su catalogación básica (Ekman-1983) para llegar finalmente al juego combinatorio intrapersonal e interpersonal que propuso Goleman-1995 en su archifamosa La Inteligencia Emocional.

Asimismo, acepto convencidamente que el plano emocional es el que, de todos, más pueda condicionar el resultado de nuestras acciones llegando a ensombrecer muchas de nuestras potencialidades personales y profesionales de no ser gestionado con la adecuada oportunidad.

Aclarado todo esto, también diré que la importancia de una Inteligencia (la Emocional) no puede anular la otra (la Racional), silenciándola hasta llegarla a ningunear. Parece como si, en las dos últimas décadas, la especie humana hubiese perdido de su ADN la capacidad de razonar por un azar evolutivo ultraacelerado que nos hubiera llevado a ser entes de exclusiva fabricación emocional.

No nos engañemos, lo emocional siempre ha vendido, sigue y seguirá vendiendo y no hay mucho que buscar para toparnos con mil ejemplos en la Literatura (Cumbres Borrascosas), la Poesía (Veinte poemas de amor y una canción desesperada), el Teatro (La gata sobre el tejado de zinc caliente), el Musical (Sonrisas y lágrimas), la Danza (El lago de los cisnes), la Opera (La Boheme), la cinematografía (Lo que el viento se llevó), la Radio (Elena Francis) y últimamente la Televisión (Corazón/es y otros de luxe, además de lo demás).

Pues bien, partiendo de esta incuestionable realidad intercontemporánea, en los últimos tiempos se han hecho famosos una pléyade de avispados conferenciantes y articulistas muy marketineados que han visto un filón promocional en eso de hablarle a la gente de lo que precisamente (ahora, en tiempos difíciles) más quiere escuchar, aunque desgraciadamente en la mayoría de los casos desde un engañoso plano seudoterapéutico de salón que no lleva a ningún lugar.

Reducir el complejo mundo del Desarrollo Personal a la omnicomprensiva gestión de las emociones es uno de los errores que más daño pueden causar a quien eso se crea, pues toda mejora por necesidad siempre requerirá del cambio y este no es posible sin tenerse que esforzar. Esfuerzo que evidentemente no es una emoción sino el resultado del convencimiento razonado que, tras un análisis del retorno de la inversión, nos lleva a actuar.

La moda (en términos estadísticos se define como lo que más se da) de la Inteligencia Emocional con seguridad pasará y quedará su verdadera esencia que no es otra que la de compartir honestamente protagonismo con su complementaria, la Inteligencia Racional, pues solo juntas podrán generar las claves de eso que todos perseguimos y se llama Felicidad

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

El viaje más triste…

Algunos de nuestros viajes comienzan cuando los de otros ya han terminado.

La rueda delantera de mi motocicleta serpenteaba por la angosta y descascarillada carretera que subía hacia aquella perdida población de la serranía leridana, en una de esas serenas tardes de Enero en las que la tenue luz del sol calladamente anuncia su despedida hasta el día siguiente. En el horizonte, señalándome la llegada, se recortaban algunas cruces oxidadas que emergían de las tapias de un solitario y luctuoso cementerio, lugar de destino del viaje más triste que nunca haya realizado en mi fiel amiga de dos ruedas. Atrás, más de 350 kilómetros de afligida reflexión sobre la futilidad de la condición humana.

Las despedidas sin la esperanza del reencuentro duelen más y nunca hay palabras que las justifiquen ni las reparen. Nos ha dejado para siempre Dolores, la dulce Dolores, quien hasta el final deseó con toda su fe vivir esa media vida que todavía le quedaba como esposa, madre y profesional y que ha sido truncada por una cruel enfermedad que acampa y se extiende en los cuerpos, minándolos sin aviso previo de su maldad. Pepe, su querido marido, ha sido, es y será mi amigo toda nuestra vida. Nos abrazamos fuertemente en un denso y cómplice silencio, el único que puede decirlo todo en esos momentos de dolor y obligada emoción contenida.

Veinte minutos después, oscurecido el día y enfriado el cielo, emprendía la vuelta con la sensación de que lo ocurrido forma parte de la vida, aunque la protagonista fuera la muerte. Varias horas por delante de negra y larga carretera que hice absorto en mis pensamientos, de un tirón y sin reparar en la necesidad de un descanso que mi cuerpo no solicitó por respeto a lo acontecido.

Si la muerte es lo opuesto a la vida y la muerte es negación, la vida solo puede y debe ser afirmación. La vida se opone a la muerte como lo positivo a lo negativo, como lo blanco a lo negro. Por esto mismo la vida, si no es vivida intensamente desde el compromiso personal de la búsqueda de todas sus posibilidades, se convierte en la anticipación de una muerte asumida por decisión propia: sin lugar a dudas, la peor elección que uno pueda tomar.

Escuchando, mientras esto escribo, la inmortal misa de Réquiem de Mozart me pregunto cuánto de bello me queda aun descubrir en las cosas y en las personas que me rodean y cuánto debo hacer sin ninguna tardanza por encontrarlo, no resignándome a aceptar con pasiva indolencia lo mucho o poco que el destino desee ofrecerme, pues entonces quizás pueda llegarme ya tarde y yo mismo sea el difunto protagonista del viaje más triste de aquellos que algún día me quisieron…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¿Solo somos lo que Sentimos?

No somos lo que decimos, no somos lo que comemos, no somos lo que vestimos, no somos la casa donde vivimos, no somos los padres ni somos los hijos, no somos lo que soñamos, no somos lo que estudiamos, no somos lo que fuimos, no somos el coche que conducimos, no somos donde trabajamos, no somos esa música que escuchamos, no somos a donde viajamos, no somos de nuestros amigos, no somos lo que seremos, no somos triunfadores ni perdedores, no somos de nuestro club deportivo, no somos espíritus de ningún paraíso, no somos aventureros, no somos compañeros de nuestros compañeros, no somos lo que damos, no somos lo que pedimos, no somos lo que leemos, no somos lo que vemos, no somos lo que olvidamos, no somos nuestros recuerdos, no somos lo que compramos ni lo que vendemos, no somos lo que esperamos, no somos lo que condenamos, no somos lo que defendemos, no somos lo que envidiamos, no somos lo que nos creemos ni en lo que creemos, no somos lo que nos merecemos, no somos lo que ambicionamos, no somos lo que dormimos, no somos lo que amamos, no somos lo que lloramos, no somos ni lo que vivimos…

Todo esto y mucho más, para nosotros, nunca es ni será nada si no somos capaces de sentirlo. Para Ser es necesario Sentir y todo aquello no sentido nunca será como tal reconocido, por lo que… ¡Somos lo que Sentimos! pero también… ¡Somos lo que Pensamos!, porque Sentir sin Pensar lleva a vivir sin el criterio ni la voluntad de lo querido… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Lecciones de Ternura

El lunes pasado, en pleno mayo, amaneció un día fresco y lluvioso en Valencia. De esos que parecen se han equivocado de estación para recordarnos un invierno recién finalizado que todos queremos olvidar pero que, sin pedirlo, en menos de un año nos volverá a visitar.

Es en este tipo de días cuando me resulta más fácil el poder analizar emocionalmente lo que me pasa y rodea, ganando en sentido y sensibilidad (¡Jane Austen solo podía ser británica!).

Caminando bajo la lluvia, recordaba la sesión de Coaching recién finalizada en donde el Gerente de una compañía de servicios me había trasladado su preocupación por el progresivo deterioro que estaba notando en la relación laboral con su esposa (trabajan juntos) debido, según él, a la crispación que estos tiempos problemáticos de dificultad económica genera en quienes tienen responsabilidad en las empresas de liderar.

Instalado en el metro y ya de vuelta a casa, seguía absorto en mis tribulaciones sobre las verdaderas razones que podrían explicar la situación de mi cliente cuando en la parada de una estación entraron dos jóvenes con rasgos físicos de síndrome de Down. Tendrían veintipocos años y no les acompañaba nadie, lo que evidenciaba su autonomía personal. Vestían a la moda y permanecían callados, ajenos a un mundo que no les considera igual.

A hora punta, el vagón lleno no ofrecía muchas posibilidades de asiento y la única plaza a la vista fue cedida galantemente por el muchacho a su acompañante, muy rubia y algo más alta que él. Como no llevaban paraguas, sus ropas y pelos mojados me informaron de un largo trayecto a pié hasta esa estación.

Sin pretender mirar más allá de lo que el decoro impone, me costaba apartar mis ojos de esos jóvenes, distintos sí, pero a la vez tan normales en su comportamiento que todavía me intrigaban más. Y de repente, pasó…

Tuve el privilegio de contemplar una de las escenas más verdaderas y tiernas que en mucho tiempo he podido presenciar y que transcurrió desapercibida para el resto del pasaje, tan ausentes como ignorantes de aquel regalo emocional.

El muchacho, con un delicadísimo cuidado y esa minuciosidad titubeante que solo los síndrome de Down son capaces de mostrar (lo conozco muy bien, pues tengo una adorable primita que nació así), le estaba retirando primorosamente del rostro los despeinados mechones mojados que cubrían sus ojos, dibujando nuevamente ese flequillo perdido, pelo a pelo, ante la dulce y plenamente azul mirada de la joven. ¡No pude contener mi emoción!

Al pronto comprendí que las lecciones no las dan los que quieren sino los que pueden y que mi cliente, de haber estado allí, hubiera descubierto sin más ayuda mía la verdadera razón de su preocupación….

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

“Noches de bohemia y de ilusión…”

Cada vez que vuelvo a escuchar este primer verso del evocador y nostálgico tema de Navajita Plateá, siempre espero al segundo,

yo no me doy a la razón

para (pese a mi opinión) convencerme una vez más de una realidad: lo que de verdad en este mundo interesa son los sentimientos y sobre todo aquellos que vienen por penas de amor, tal y como adivina el tercero,

tú como te olvidaste de eso

componiendo entre los tres el estribillo triste más preciso y precioso que se haya escrito nunca sobre el desengaño amoroso y que en algún otro momento de la canción es acariciado por un lírico …el aire me trae aromas de tu recuerdo

Creo que quien no se ha desenamorado alguna vez no sabe lo que verdaderamente vale el amor (…llevo tu imagen grabada en mi pensamiento…), pues comenzarlo siempre es más fácil que terminarlo (…me has hecho una herida en mi sentimiento…), sobre todo cuando este último no ha sido nuestro deseo.

Racionalista de nacimiento y de adopción, aquí y hoy reconozco que hasta mi relojero corazón en más de una ocasión… no se ha dado a la razón… por aquellos amores que alguna vez en mi vida fueron y hoy ya no lo son.

Yo también he vivido noches de bohemia y de ilusión

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro