El Buenismo o cómo dejarnos engañar

El sustantivo Buenismo, aunque no figura en el DRAE, no ha de entrecomillarse según la Fundéu dado que lo considera como bien construido y de uso ya popular. Su significado principal tiene una orientación socio-política que ahora se encuentra de plena actualidad y yo aquí no voy a tratar, pues prefiero relacionarlo con todo aquello que hoy está vinculado con una engañosa orientación del Coaching y en general del Desarrollo Personal.

Una de las mentiras más longevas en la historia de la humanidad es la que asegura que el ser bueno tiene un retorno siempre mayor que el esfuerzo que ello nos debe emplear. Es decir, que invertir en ser bueno es un gran negocio porque hay mucho que ganar. Desde las religiones milenarias hasta los actuales profetas de la tele-tienda de la felicidad, todos nos engañan con una supuesta transacción que nunca se da. Porque no hay ninguna relación entre ser bueno y por ello, de alguna forma u otra, cobrar. Pero además, ser bueno tiene su dificultad y por tanto parece que, sin premio, pocos están dispuestos a adoptar una conducta tan esforzadamente altruista en estos tiempos de interesada individualidad. El palo y la zanahoria de siempre, por siempre nos los hacen durar.

Ser bueno o quizás mejor dicho, actuar favorablemente hacia los demás, es una postura ética y moral, un valor que como todos no se incorpora a partir de un análisis de rentabilidad. Se es bueno con independencia de lo que ello nos lleve a lograr. Los valores no pueden ser sujeto ni objeto a mercantilizar a diferencia de las actuaciones que si suelen buscar aquello que las viene a compensar (“¿Qué nos mueve a actuar?“).

Sin embargo, quien todavía crea eso de que para recoger hay que sembrar yo le aconsejo un buen seguro agrario ante las consecuencias de cualquier sequía o tempestad.

Yo intento ser bueno aunque no me vean los demás. Ser bueno por defecto y en la intimidad. De esta manera defiendo la verdadera generosidad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¿Todas las vidas valen igual…?

Aunque pueda parecer un asunto medieval, todavía hoy, en el año 2017, parece que siguen valiendo distinto las vidas de los individuos en función de unos criterios muy subjetivos que están reñidos con la ecuanimidad, por lo que eso de la igualdad de las personas aún queda muy lejos de ser una realidad incluso en el momento de su fallecimiento, cuando objetivamente todos somos igual.

Vaya por delante que en cuestión de asesinatos y homicidios, cualesquiera sea su variedad, soy tan acusador como el que más. Arrebatar la vida a una persona me parece el acto más condenable que hay, sea quien sea y por los motivos que fueran y que nunca en la historia de la humanidad nadie podrá justificar. Así las cosas, yo me pregunto… ¿vale más la vida de una mujer estrangulada por su marido que la de un varón acuchillado por un ladrón, la de un joven asesinado en una reyerta vecinal o la de un homosexual muerto a golpes por su pareja sentimental…? Pues parece ser que sí, a tenor de la significación especial que les dan los medios de comunicación, cada día sin faltar, a los asesinatos de género (femenino) respecto de todos los demás.

En 2016 se cometieron en España 292 homicidios de los que 44 (15%) fueron atribuidos a violencia de género, los únicos que salen reiteradamente mencionados en las portadas de los periódicos, la radio, la televisión y hasta en la publicidad. ¿Quién se acuerda de las otras 248 personas (85%) también fallecidas a manos de verdugos de lo irracional…? ¿Son de un valor menor y por ello se les debe ningunear…? ¿Qué intereses se esconden en esta discriminación informativa que no trata a todas las víctimas de la violencia asesina por igual…? ¿Alguien me podría argumentar porqué la vida de una esposa o novia vale más que cualquiera otra de las que desgraciadamente se pierden por la absurda demencia de un criminal…?

Nada hay que me pueda molestar más que el agravio comparativo, esa desviación de la imparcialidad que otorga privilegios a quienes son igual que los demás. Porque ninguna vida puede valer, ni vale más…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

“Estos son mis principio. Sino le gustan, tengo otros”

En la historia de la humanidad, la capital discusión filosófica sobre qué principios deben regir la conducta de las personas parece multiplicada en su importancia y trascendencia ahora que se nos plantea la oportunidad de trasladarlos a las máquinas, en su imparable evolución hacia la inteligencia artificial.

La Real Academia de la Lengua Española, en una de sus acepciones, define principio como… norma o idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta. Desde luego, lo de pensamiento es algo muy privado que no afecta a nadie más que al propio pensador, pero la conducta ya es otra cosa, al interferir en su aplicación con los demás. Es por ello que nuestros principios son tan importantes pues, al determinar nuestra conducta, definen nuestra relación social. Hasta tal punto puede ser esto condicionador que, en función de sus principios, alguien pueda regalar o robar, salvar vidas o asesinar.

Ahora que la evolución de las máquinas llama a la puerta de su autonomía decisional, el dilema de establecer cuáles son los principios que deberán regir su comportamiento lleva a trascender nuestra responsabilidad desde el ámbito personal de cada cual al general de la sociedad. Establecer que elección tendrá que seleccionar un vehículo autónomo en caso de posible accidente con riesgo vital, es uno de los muchos ejemplos que podemos encontrar en este momento crucial de la filosofía como investigadora de lo que define a la persona como ser racional y espiritual.

Así las cosas, es indudable que el desarrollo tecnológico se ha adelantado desgraciadamente al moral, por cuanto no hay un modelo de comportamiento ético aceptado y seguido como general (ver cada día las noticias de actualidad) que podamos trasladar a las máquinas con garantías éticas de ecuanimidad. Si las máquinas tienen que adoptar los principios que caracterizan nuestra realidad, mucho me temo que pronto peligrará la humanidad como ya anticipó Groucho Marx al esperpentizar la facilidad de muchos para cambiar su moral en favor del gusto de cada cual…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

EL DOLOR QUE NOS QUIEREN OCULTAR

violencia-mediatica

Si me atengo a lo que leo, oigo y veo diariamente en los medios de comunicación parece ser que, en cuestiones de criminalidad, España es un país excepcional pues aquí solo fallecen al año algunas decenas de mujeres por violencia de género y un puñado de adolescentes desaparecidas que luego no se vuelven a encontrar. Que sepamos, casi nadie más. Sobre unos 47 millones de habitantes, no parece que las cosas vayan muy mal.

¿Es esto verdad…?

El pasado 9 de Septiembre el diario El País publicaba un reportaje que titulaba “1.270 búsquedas activas de desaparecidos en España”. De ser esto cierto, parece que alguien no dice toda la verdad.

¿Por qué esta exhaustiva contabilidad informativa de las mujeres asesinadas por sus parejas? y ¿porqué no existe tal para los hombres que también han sufrido alguna agresión conyugal? ¿Por qué en la actualidad solo Diana Quer ocupa a diario todos los noticiarios cuando las otras 1.269 personas desaparecidas también lo están? Detrás de esta flagrante discriminación ¿qué intereses hay…? Así las cosas, ¿no es esta una forma de “Violencia Mediática” que paradójicamente se viene a sumar a las que se pretenden ocultar?

No lo puedo callar. Me enciende por dentro cualquier tipo de arbitrariedad que no conceda igualdad de oportunidad a quien tiene el derecho constitucional y moral de ser como los demás. Y todavía me indigno más cuando esta parcialidad afecta al dolor de las personas. Dolor que para todos si es igual.

Desoladamente, una vez más, vengo a denunciar (sin la capacidad personal de resolver) una ilegalidad que como tantas otras solemos asumir sin rechistar, aunque si puedo aportar mi recomendación personal para gestionar una emoción de las más penosas para cualquiera que tenga algo de sensibilidad. En la crónica 107 de “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL” titulada “El dolor” escribo:

“En el mundo de lo normal, nadie busca el dolor pero cuando viene pocos lo saben gestionar. ¿Será quizás porque consideramos al dolor como algo fuera de lugar, algo ajeno a nuestra vida y sin derecho a tenernos que visitar, algo en lo que mejor no pensar? El dolor, aun no querido, forma parte involuntaria de nuestra realidad por lo que ignorarlo poco ayudará a recibirlo bien preparados cuando se haga anunciar.

El dolor, como cualquier otra manifestación de lo que nos produce malestar, también es susceptible de entrenar para minimizar unos efectos negativos que no debieran comprometer en exceso ningún resultado final…”

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La insoportable levedad de ser el “Pequeño Nicolás”

El Pequeño Nicolás

Que en España alguien consiga medrar desde la levedad de un meritoriaje de celofán hasta convertirse en una figura nacional habla mal tanto de nuestro país como del propio “Pequeño Nicolás”. Tan culpable es esta moderna versión de pícaro embaucador como lo es una sociedad tentada siempre de dejarse engañar con tal de oler a beneficio oculto y a prosperidad.

Tal y como lo conocemos, el “Pequeño Nicolás” es un producto de su tiempo y su lugar que antes o después tenía que llegar. Que nadie le culpe más allá de lo que condenaría a un chaval que se cuela en el metro sin pagar porque las puertas estaban abiertas de par en par invitándole a entrar. Está mal, muy mal, pero su mal se ampara y confunde con otros muchos cometidos por quienes escondidamente le han facilitado esa maldad.

Aun con toda esta supuesta facilidad, algo tendrá el “Pequeño Nicolás” para adelantar a tantos otros que, de haber sabido cómo, con seguridad hubieran hecho algo similar. ¿Será algún tipo de inteligencia especial?. Yo creo que no y que precisamente es todo lo contrario lo que le ha llevado a supuestamente triunfar. Su discutido éxito está en su levedad. Pero levedad entendida como la definen sus sinónimos: delicadeza, ligereza, trivialidad, frivolidad, nimiedad, suavidad o venialidad. En fin, todo lo que representa no aparentar supuestamente un peligro a primera vista para quien le trata y en conjunto para la sociedad.

Es por ello que nadie ha sospechado al ver y conocer al “Pequeño Nicolás”, un trasunto veinteañero de querubín atemporal que semeja encontrarse en todo momento acabado de despertar, momento en el que parece no haber maldad. En fin, que todo en él se reduce a no demostrar nada que pueda hacer recelar, un antiguo antídoto para bajar la guardia de cuantos incautos juzgan a las personas solo por las apariencias y nada más.

Particularmente confieso que siempre me han generado dudas quienes, de incógnito y disfrazados de una supuesta falta de interés personal, parece que siempre actúan en favor de causas nobles que benefician a los demás. Con ello no pretenderé ignorar el altruismo que evidentemente existe, es necesario y es de elogiar, pero considero que su manifestación real en las personas es puntual y no se extiende a todo su actuar. Hay momentos que miramos por nosotros mismos y otros que atendemos a los demás, aunque cierto es que no todos lo hacemos en una proporción igual.

Actualmente, yo mismo podría ser ejemplo de todo ello al abordar mi proyecto Marathon-15% caracterizado por esa dualidad, pues pretendo conseguir un récord para mi satisfacción personal además de la publicación de un libro de superación personal, parte de cuyos ingresos donaré a la Fundación Novaterra como deseo y compromiso de solidaridad.

Para finalizar este breve paseo por los caminos de la dignidad, podríamos decir que no hay nada más viejo, insoportable y falaz en la definición de una personalidad que la combinación impostada entre altruismo y levedad, dos de las características naturales de la hoy extinta santidad. Ahora que se acerca la Navidad parece propio recordar a Santa Claus en la figura de nuestro inefable protagonista, a quien mal podríamos llamar el “Pequeño San Nicolás”…

Saludos de Antonio J. Alonso

Son solo negocios, no es nada personal…

Michael Corleone

Siempre he defendido que lo personal en el ser humano invade por necesidad cualquier área de nuestra vida, quedando en la imposibilidad real cualquier intento de compartimentación vital, pues ninguna actuación puede ser estanca a la idiosincrasia de cada cual. Lo contrario no es más que hipocresía, en un vano intento de falsear la verdad. Verdad que nunca será propia por más que lo creamos pues finalmente siempre la definen los demás.

La frase que titula este artículo la pronuncia Michael Corleone (Al Pacino) en El Padrino y tras ella no puede haber mejor definición del espíritu que anima las actuaciones de los atrabiliarios personajes de la inmortal trilogía de Francis Ford Coppola, todo un monumento cinematográfico a quienes entienden la ética como un pañuelo de usar y tirar, después de sonarse, claro está.

El Padrino es inmortal porque lo que nos cuenta vive hoy en los nombres de otros inefables personajes que con igual catadura se arman de caradura y medran en la España actual. Padrinos algunos de familias tradicionales que enteras se entregan a estafar y que bajo el bondadoso aspecto de bienhechor Yedai rememoran a Brando en su actuar. Padrinos otros de familias políticas, que prestidigitan las contabilidades públicas para financieramente perpetuar sus cuotas de poder hasta más no poder y así prevaricar. Padrinos los demás, de familias bancarias que como nuevos tahúres del engaño y la trampa esconden sus tarjetas negras bajo esas mangas que sabiamente cortan sus sastres expertos en ocultar. Padrinos hasta quienes sin todavía edad, demuestran que pronto todo se puede aprender de sus mayores, incluso a traicionarles con el engaño que facilita un aspecto infantilizado y un seudónimo de pequeño niño a dónde vas. Padrinos en fin, que hasta las familias más coronadas, cuentan en su seno y muy a su pesar.

Todos, pero todos, convencidos de que los negocios no tienen nada que ver con lo personal. Que su vida tiene dos caras para así salvar una en caso de que la otra llegue a peligrar. Todos siempre autodeclarados inocentes de cualesquiera cargos se les pretenda imputar. Todos aferrados a su doble moral, aprendida de esa historia que Mario Puzo escribió sin adivinar que se convertiría en manual básico de la Universidad del perfecto criminal.

La historia nos demuestra que los Padrinos se constituyen en una especie dominante que tiende a proliferar llegando a considerarse una plaga en la actualidad. Yo no sé si nos lograrán extinguir a los demás y si así lo fuera ese será evidentemente el comienzo canibalizante de su final. Por de pronto el bochorno es público y nacional, aunque no descarto que las realidades de otros países se asemejen al nuestro convirtiéndolo en un asunto universal.

En Marathon-15% también pretendo demostrar que en esta vida no se alcanza ningún destino final atajando por caminos prohibidos pese a que algún oscuro GPS nos prometa así antes llegar. Para mejorar nunca recurriré a ninguna ayuda al margen de lo natural. Avanzar paso a paso por la senda del autocumplimiento y la honestidad es la mejor garantía para lograr nuestras metas sin reprocharnos nunca nada que nos pueda sonrojar.

Mi negocio ahora es retar mi capacidad de correr y escalar más que nadie y lo he convertido en un asunto personal. Por eso lo escribo, porque quiero hacerlo público y para ayudar…

Saludos de Antonio J. Alonso

La mirada que no pude aguantar

El gorila del Bioparc

No sé que hay en los ojos que cuando nos miran hablan mucho más que cualquiera de los discursos que podamos escuchar. Son pantallas de brillo circular tras las cuales se esconden abismos infinitos de misterios, siempre pendientes de solucionar. Nunca mienten, pues la mirada es lo más complejo de falsear.

Los ojos, pese a su aparente fragilidad, atesoran tanta fuerza que en ocasiones su mirada fija nos resulta imposible de aguantar. Este enigma, complejo y universal, para mí que se explica por algo que llamamos dignidad, eso que se encuentra instalado en lo más privado de cada cual y que mal resiste su afeamiento por los demás, sobre todo al descubrirnos alguna verdad diferente a la nuestra y que nos incomoda tanto que nos obliga, sin querer, a retirar la vista a otro lugar.

Recientemente visité Bioparc Valencia, un parque zoológico denominado de última generación que se nos presenta en pro de la conservación animal como el mejor hábitat que pueda existir en cautividad y en pleno casco de la ciudad. Espacio, orden, limpieza y una aparente calma y tranquilidad quieren dar a entender que, al fin, el ser humano ha encontrado una fórmula aceptable para reunir y mostrar controladamente a sus vecinos terrestres sin presuntamente atentar a su salud y a su dignidad.

Reconozco que aquella mañana brillante y olorosa de primavera, paseando plácidamente por los diferentes ambientes de Bioparc, llegue a pensar que sus inquilinos eran verdaderamente felices en esa suerte de puzle de decorados invisibles y sin solución de continuidad, que reproducían admirablemente los paisajes originarios de cada especie con la máxima fidelidad. Jirafas, cebras, avestruces y rinocerontes confraternizaban en una sabana de atrezo bajo la adormecida mirada de los leones que solo se dedicaban a sestear, sin reparar en los vaivenes de unos elefantes entretenidos en jugar. Los hipopótamos en su remojo habitual y los cocodrilos, tan quietamente estupefactos, que siendo reales no parecían de verdad. Y los monos a lo suyo, armando una algarabía propia de una fiesta de cumpleaños para Tarzán.

Pero algo extrañamente singular me aconteció al llegar a la zona de los gorilas que, aunque separados por un grueso cristal, se pueden contemplar a menos de dos palmos como así hacen los tropeles de bulliciosos niños que llevados por sus colegios no dejan de mirar, chillar y gesticular frente a esos grandes simios que parecen acostumbrados a que les imiten un día tras otro, otro tras uno, reiteradamente y siempre de manera grotesca e igual. Pues bien, al llegar a la altura del patriarca de la comunidad, un espalda plateada que bien podría denominarse armario plateado pues tanto da, sentí un escalofrío agudo que me hizo tambalear cuando sus intensos e inquietantemente humanos ojos negros se clavaron en los míos para calladamente anunciarme que él también tenía derecho al uso de su dignidad. Dignidad perdida en esa exhibición bochornosa de feria postmoderna que disfraza una cárcel de lujo para seres vivos cuya condena penan solo por ser distintos a los humanos, precisamente lo que los humanos denominan como discriminar.

Acto seguido, cogiendo pausadamente del suelo con su inmenso brazo derecho un puñado de astillas de madera me las arrojó ceremoniosamente siendo detenidas por el cristal (instante final recogido en la fotografía de cabecera), como muestra disciplente de su intención de parecer tonto solo por él quererlo pero no por realmente serlo y menos todavía por ninguna imposición de una especie de reciente incorporación a la biosfera terrenal que se cree superior a todas, aunque no sea por méritos propios sino por ser la fortuita ganadora del premio de la lotería de una evolución genética casual.

Mis ojos avergonzados no aguantaron su mirada y se llenaron de unas lágrimas secas que todavía duelen en mi pesar. Es bien cierto que a mi peludo interlocutor visual no lo volveré a visitar, porque yo no me lo merezco y él se merece mucho más…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La Suciedad de la Sociedad

Corrupcion

La magia de la escritura puede lograr que una sola letra llegue a cambiar totalmente el significado de una palabra o bien que dos palabras con sentidos muy diversos se acerquen tanto que puedan confundirse por azar. El titulo de este artículo, desgraciadamente así lo viene a probar.

No descubriré nada nuevo si afirmo que vivimos en una etapa de la historia de la humanidad en la que la asepsia (de las personas y de las cosas) se ha convertido en una de sus señas de identidad, tras siglos de evidente desaseo condicionado principalmente por unos menores niveles de desarrollo tecnológico y también cultural. Está comprobado que los instrumentos e instalaciones pulcras parecen funcionar mejor y las personas higiénicas viven más y . Hoy la limpieza es ya una costumbre social.

En definitiva, gusta lo limpio pues ello nos traslada automáticamente señales de orden, control, sanidad y perdurabilidad. Tanto es así que el término limpieza y su antónimo suciedad trascienden a su primera y más directa acepción para metafóricamente denotar valores de honradez en las personas, que suelen estar relacionados con sus comportamientos éticos en el proceder. Quien tiene las manos limpias suele ahora decirse alegóricamente de quien es honesto consigo mismo y con los demás.

Desde hace muchos meses, el Barómetro que puntualmente y con esa periodicidad publica el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) coloca entre las tres mayores preocupaciones de los españoles la situación económica, el paro laboral y la corrupción/fraude (ver La improductividad laboral de los políticos). Pero es evidente que tanto la economía como el desempleo son cuestiones diferentes a la corrupción por cuanto las primeras son determinadas por las decisiones interconexionadas de muchos agentes (nacionales e internacionales) mientras que esta última solo lo es por la responsabilidad de cada cual, al caer o no en la tentación de obrar deshonestamente ante los demás.

Por tanto y simplificando, podríamos decir que uno de los tres problemas más evidentes de la sociedad española actual y que está arruinando su credibilidad (tanto para propios como para extraños) tiene por sencilla solución la que cada infractor a su vida sea capaz de administrar. De ser así, parece que este problema no sería tal al reducirse mucho en su complejidad, lo cual no es nada cierto y con un ejemplo lo trataré de explicar.

Hace tiempo ya, todos los intentos de incorporar a la vida cotidiana de los españoles aquellas civilizadas maquinas autoexpendedoras de periódicos y revistas con pago posterior a su retirada (que asombrados descubríamos en las películas) fracasaron porque, de forma mayoritaria, la gente disponía de las publicaciones evitando dejar luego las monedas que las abonaban y ello sin causar mucho asombro general. En cambio, es curioso que muchos de esos mismos pícaros pagaban cuando las usaban en países donde todo el mundo cumplía con su obligación, pues de lo contrario su conducta era contundentemente afeada por los demás.

Desgraciadamente la corrupción/fraude, además de ser cuestión de conciencia personal de quienes la practican, aparece y prolifera pues se ampara en la permisividad de una sociedad que suele ponerse de perfil ante estos condenables comportamientos que no son denunciados comprometida y valientemente por quienes los conocen de verdad (quien sabe si por aquello de… el que esté libre de pecado…). Por esto mismo y no nos engañemos, en la Suciedad de la Sociedad intervenimos responsablemente todos por más que al mirar nuestras propias manos nos justifiquemos complacientemente comprobando una vez más que están limpias de suciedad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Las dos mochilas de George Clooney

La mochila de George Clooney

Este artículo es políticamente incorrecto y reconozco avergonzadamente no haber tenido el valor de escribirlo antes de descubrir y poder contar con el cinematográfico aval de George Clooney, tras el que aquí (algo ventajistamente) me vengo a escudar. En esta vida, lo mismo pero manifestado por personas diferentes es valorado de forma muy distinta por los demás, lo cual no es nada justo aunque hace tiempo que soy consciente de que, por ahora, esto es lo que hay.

En Up in the Air, George Clooney interpreta (afortunadamente algo más contenido de lo habitual) a Ryan Bringhman, un peculiar personaje cuya dedicación laboral es la de viajar incesantemente por todo su país (USA) comunicando (eso sí, de manera muy profesional) despidos empresariales en las compañías que le vienen a contratar. Pese a ello, el tipo cae bien al espectador pues demuestra a lo largo de toda la película que, aun de forma quizás excesivamente aséptica, su honesto interés se centra en causar el mínimo dolor a los afectados ante una penosa situación que no ha sido decidida por él pero que tiene que implementar.

Además, aprovechando su incansable peregrinar aereo, Bringhman/Clooney se dedica en sus ratos libres a impartir conferencias sobre motivación (¡vaya paradoja!) por todo el país, una de las cuales se nos presenta en el filme y constituye el motivo argumental de este artículo. La escena (ver aquí) dura algo más de tres minutos y se divide en dos partes bien diferenciadas (cada una referida al dispar contenido de una mochila) e intencionadamente separadas por el plano de un avión aterrizando, en clara alusión metafórica a la movilidad como vehículo de avance personal.

La primera parte es la que sin duda suscribiría cualquier manual de autoayuda de esos que inundan las estanterias de la FNAC, en donde se postula la conveniencia de aligerar de bienes materiales el peso de nuestra metafórica mochila existencial para así caminar más ligero por nuestro trayecto vital. Nadie, en su sano juicio, podría negar que la carga de pertenecías físicas lastra la vida, ejerciendo de hipotecante limitador de las posibilidades de libre elección en cada momento y por tanto, de absoluto condicionador del desarrollo personal. Hasta aquí, lo políticamente correcto y que nadie osaria cuestionar.

La segunda parte es más comprometida y valiente, pues mantiene la descriptiva alegoría de la mochila repleta y cargada sobre nuestros hombros, pero cambia el contenido llenándola esta vez de personas en lugar de cosas, para así llegar finalmente a la misma conclusión precedente: la dificultad de moverse y progresar.

El análisis y la valoración correspondiente a lo relacionado con esta segunda mochila recomiendo realizarlo prescindiendo de la alocución final de nuestro personaje (cuando menciona a los cisnes y a los tiburones), pues constituye un ejemplo comparativo propio quizás de un tipo de cultura diferente a la nuestra y que traslada un juicio de valor excesivamente singular y quizás poco afortunado, que puede confundir y desnaturalizar lo esencial del mensaje inicial.

Por tanto, igualar como constitutivo de carga vital a las cosas y a las personas llegando a la conclusión de que ambos pueden materializarse en frenos de nuestra vida es una inusual declaración de principios, posiblemente compartida por muchos pero seguramente silenciada también por aquellos que la acepten más en privado que en público, condicionados sin duda por su evidente e incómodo componente de incorrección social.

Sinceramente, ¿alguien sería capaz de proclamar convencida, pública y desvergonzadamente que, al igual que nuestros bienes materiales, nuestras relaciones personales pueden llegar a ser motivo de carga vital? George Clooney en Up in the Air si… y sin ser objeto de condena popular.

¿Y si esta también fuera mi opinión personal…?

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Solo querer no es poder

Cadena

En mi querencia, llevo muchos años defendiendo la honestidad como principio amparador de las relaciones humanas, aunque soy consciente de que por decreto no se puede implantar. No obstante, hago por conseguirlo y el presente artículo es una prueba más.

En Documentos TV, el programa de La 2 de TVE, he podido disfrutar recientemente el reportaje La industria de los expertos, todo un alegato contra esta inflación de seudoexpertos de cualquier tipo que nos inunda y que se ha convertido en una profesión para muchos avezados en el cuestionable arte del… parecer sin ser, es decir, del engaño total.

Es indudable que no existirían tantos expertos como hoy pueblan nuestro alrededor sin la necesidad que parece tenemos todos de ellos. El experto vive de la demanda social de su magisterio, aunque este frecuentemente sea un misterio que nadie alcanza a desentrañar. Vender gato por liebre no parece ser honesto y todavía menos cuando de lo que se trata es de ilusionar al personal garantizando su felicidad sin más coste que el de la gratuidad.

El mundo del Coaching y del desarrollo personal y profesional está rebosante de aspirantes a expertos que se imaginan poblando las estanterías de las librerías de los grandes almacenes de medio mundo o dictando conferencias internacionales ante auditorios multitudinarios con gran ovación final. En su sueño nace el engaño para los demás, pues alcanzarlo es tan difícil que para intentar llegar buscan el camino más fácil, que no es otro que decir lo que los otros quieren escuchar… pese a su manifiesta falsedad.

De todas, quizás la encomienda que más asiduamente manejan estos expertos en sus intervenciones es la del éxito, destino por todos buscado y que solo algunos logran alcanzar. Pues bien, no hay recomendación experta para el éxito que se precie que no integre lo del… querer es poder, claro está, aderezado de los más variados juegos de artificio que suelen convertir la realidad en un disneyano mundo de fantasía irreal. La simple reducción de la consecución de nuestros deseos al hecho de tenerlos vende tanto en la actualidad por cuanto desear es gratuito y lo regalado no tiene competidor en este contemporáneo mercado de la permanente indolencia vacacional.

Cualquiera puede llegar a triunfar como experto ante los más variados foros si el centro de su discurso se sustenta en el bálsamo de fierabrás que contiene la mágica fórmula del tener sin hacer, pues precisamente el hacer es lo que a todos nos cuesta… hacer y en esto se encuentra la dificultad.

El poder no es solo una cuestión del querer dado que la voluntad, sin estar acompañada del tercer eslabón de la cadena que es la factibilidad (el hacer y su posibilidad), siempre derivará en ilusoria esperanza en un destino que seguro nos será por alguien escrito de no conseguir hacerlo nosotros con anterioridad.

Y a quien probablemente no le hayan gustado mis palabras, solo tiene que pensar que yo en esto no soy un experto como son los demás…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro