El “SISU” y la felicidad

Se dice que… de la necesidad, virtud y desgraciadamente suele ser así. Sin necesidad no solemos generar virtud, aunque algunos pretendan eludir esta realidad declarándose estar en el país de la eterna felicidad.

No se puede negar que los pueblos que han tenido que afrontar mayores dificultades son los que han forjado un carácter más fuerte para el éxito de su supervivencia y de ellos, los de la inhóspita Europa nórdica constituyen una de las mejores muestras que podamos encontrar. Por ejemplo, los finlandeses se caracterizan por tener SISU, algo con lo que se identifican y que vendría a ser una especie de estoicismo moderno que les permite afrontar la adversidad y la desgracia para aspirar a mejorar constantemente su bienestar.

El SISU podría identificarse por un compendio de perseverancia, gestión del estrés, honestidad e integridad, capacidad de resolución de conflictos, resiliencia, visión de futuro, establecimiento de objetivos, valentía y autoconfianza. En fin, casi todos los ingredientes que facilitan la dificultad de la vida y que han posicionado a estos pueblos como modelo mundial de éxito económico y social.

No obstante, resulta ser que los españoles nos declaramos sentir más felices que los nórdicos, aun careciendo de muchas de esas competencias que integran el SISU, lo cual parece difícil de explicar. ¿Cómo cruzar el mar sin un navío adecuado para no zozobrar…?, ¿Vale lo mismo una patera que un transatlántico con todos los avances técnicos y medidas de seguridad?

La respuesta no puede ser más descorazonadora por su ausencia de pragmatismo y carga de falsedad: con independencia de su situación, casi todos los pueblos dicen ser los más felices, al igual que casi todos los hijos son los más guapos para sus padres o casi todas las poblaciones son las más bonitas para quienes han nacido allí, con independencia claro de la objetiva realidad.

Y es que al final se vienen a transmutar los términos hasta llegarnos a declarar un interesado… de la virtud, necesidad

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La “U” de la felicidad

Aunque cada quien es cada cual, en los países desarrollados hay una percepción de lo que es la propia felicidad en el transcurso de la  experiencia vital que sigue una pauta muy curiosa, porque nada tiene que ver con lo que parecería más normal.

La felicidad, a lo largo de la vida de una persona, parece que muestra una evolución en forma de “U” según un estudio realizado por Andrew Oswald en la Universidad de Warwick (Reino Unido). En resumen, la felicidad suele ser mayor en la juventud y en el final de la madurez que durante el tramo central de nuestra vida (los treintaymuchos, cuarenta y cincuentaypocos), justo aquel de más protagonismo y potencialidad económica y social.

Muchos son factores que pueden explicar esta conclusión tan singular pero yo prefiero detenerme en uno que me parece esencial para entender algo de la equivocación de nuestra sociedad actual. ¿Por qué dos épocas tan distintas de nuestra vida como son la juventud y las puertas de la tercera edad son las más dichosas en general? ¿Qué tienen en común que, respecto a la valoración de la felicidad, las hace igual? Pues sencillamente que en ambas el trabajo no es una prioridad vital. Si, el trabajo, lo que todos parecemos buscar cuando nos falta y desearíamos abandonar cuando nos sobra, agobia y condiciona el ritmo vivencial.

En el tramo central de nuestra vida, trabajar no lleva a la felicidad pero no trabajar tampoco y no solo por un evidente asunto de necesaria sostenibilidad económica, sino también por algo que es plenamente cultural: no sabemos qué hacer sin trabajar porque no nos han enseñado a inventar una vida proactiva de actividades creativas que vayan más allá de las pequeñas aficiones rutinarias para llenar el fin de semana o las pocas vacaciones que nos puedan quedar. Parece que tenemos que ocupar el tiempo con una obligación que nos haga sentir dentro de la normalidad en el razonar de una sociedad que todavía castiga sin piedad a quien no hace lo que los demás.

Con el avance de la inteligencia artificial, pronto el trabajo escaseará de forma inevitablemente estructural y entonces algo deberá cambiar en la propia manera de pensar para lograr doblar y levantar nuestra “U” y convertirla quizás en un guión alto (“¯¯¯”) durante toda la vida que pretendamos disfrutar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

EL DINERO, EL TIEMPO Y LA FELICIDAD

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Siempre he considerado que el mejor destino del dinero es la compra del propio tiempo y quien esto lea es muy posible que aquí vea una gran verdad, sin percatarse de la trampa que lleva escondida para la mayoría de la población esta obviedad: para comprar el tiempo se precisa el dinero, pero para obtener ese dinero se exige aquel tiempo del que queríamos disfrutar.

En un reportaje que he leído titulado… “¿Qué nos hace más felices: tener tiempo o dinero?”, se informa de un revelador estudio publicado en la revista Social Psychological and Personality Science en donde el 64% de los encuestados prefieren el dinero al tiempo, si bien los que dicen optar por el tiempo son más felices, lo cual parece un contrasentido pues… ¿que lleva a una mayoría a elegir lo que no le da la felicidad?

¿Por qué cambiar tiempo por dinero si este no asegura el bienestar? Yo creo saberlo explicar: el dinero nunca podrá competir con el tiempo pero solo cuando este lo empleemos satisfactoriamente siguiendo las leyes del aprovechamiento y de la prioridad que contribuyen a nuestra felicidad. De nada vale tener tiempo si nos supone una carga que no sabemos cómo soportar, es decir, si lo tenemos que “matar” porque no lo sabemos llenar. Es entonces cuando, vacíos de todo tipo de actividad placentera, optamos para escapar por dedicarnos a trabajar para ganar.

Así pues, no todo el tiempo es igual pues lo hay atractivo pero también lo hay banal, por lo que el concepto de tiempo no es singular sino plural, tal y como explico en un pasaje de “El tiempo en plural”, la Crónica 41 de ”Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL”…

Considerar que el tiempo es solo una cuestión de longitud vital constituye un pobre reduccionismo a la hora de intentarlo aprovechar, en especial cuando lo pretendemos gestionar exitosamente sin contemplar el resto de sus facetas, que son las que lo convierten en plural.

El tiempo es en singular cuando lo medimos en años, meses, semanas, días, horas, minutos y segundos, pues todos representan fracciones de una dimensión igual. Desde esta visión, la singularidad del tiempo es solo gramatical pues lo medido es todo similar al no distinguir ningún tipo de calidad. Pero si aceptamos que el tiempo es algo más de lo que medimos cuantitativamente y llegamos a valorarlo también por su particularidad, entonces comenzaremos a cualificarlo distinguiendo unos de otros momentos, no en función de su duración sino de su aportación a nuestra felicidad, lo que nos llevará a considerarlo como plural. No será el tiempo sino los tiempos, que vendrán determinados cada cual por su cualidad...

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

LA PSICOLOGÍA POSITIVA… ¿UNA CIENCIA DE LA FELICIDAD?

Flower-Power

Tras varios años publicando regular y convencidamente artículos sobre desarrollo y superación personal, debo confesar que no tengo tantos lectores como me llegaría a gustar pero también que conozco la fórmula para captarlos, aunque juro laicamente que nunca la voy a utilizar.

¿Qué no me hace tan popular? A parte de aquello que subjetivamente en mí no sea capaz de apreciar, con mucha probabilidad pueda ser mi visión pragmática y esforzada del desarrollo personal, que convierte cada reflexión que escribo en un alegato a la superación basada en hechos más que en deseos, en realidades en lugar de veleidades, en largos caminos alejados de los inusitados atajos que nunca nos llevan a ningún lugar.

En mi profesión, para triunfar es probado que hay que pertenecer al Club de la Comedia, el que representa hoy la Psicología Positiva, ese del buenismo y la facilidad, del Flower-Power de chascarrillos a medida de los oídos de un interlocutor comprador de esa lotería que nunca le llegará a tocar. Club en el que están muchos de los que ruedan, entre sonrisas y aplausos inocentemente esperanzados, de conferencia en congreso, de congreso en taller, de taller en mesa redonda y así hasta la insufrible saciedad. La positividad como bálsamo de fierabrás. La positividad como pretendida ciencia de la felicidad.

Y para no ser yo el único que sobre esto quiere opinar, recomiendo tres documentos reveladores sobre este engaño secular, que hoy se viste de ciencia cuando no es más que una anticuada religión medieval:

– “Materia”… http://esmateria.com/2014/08/26/un-aficionado-desmonta-la-millonaria-industria-de-la-ciencia-de-la-felicidad/

– “El País”… http://elpais.com/elpais/2016/07/13/ciencia/1468437657_783090.html

– “UNED”… https://canal.uned.es/mmobj/index/id/13565

En Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL me embarqué en un proyecto deportivo/editorial que lograse avalar mi visión profesional sobre cómo progresar en la vida y acercarse al concepto personal que cada cual construya de su felicidad. Para ello, lejos de pontificar desde la comodidad, quise ejemplificar conquistando un sufrido récord mundial. Hacer para convencer y no predicar para vender. Precisamente, en la Crónica 8 titulada “La positividad”, escribo…

Hay muchas maneras de buscar la positividad vital y de todas yo suelo descartar las que utópicamente se ausentan de la factibilidad para proclamar que todo queda al alcance de cualquier posibilidad. Prefiero anclar mis pies en la realidad y ser positivo en lo que es probable y a partir de aquí encontrar razones y emociones que faciliten cada empeño según su dificultad. La positividad no se corresponde en absoluto con la seguridad de poderlo todo alcanzar por más que los prestidigitadores de lo irracional nos lo quieran interesadamente enmascarar, sino con la actitud menos pesimista que hay, para así minimizar las contrariedades que son inherentes a cualquier proyecto personal o profesional…

Saludos de Antonio J. Alonso

La Ambición como destino, la Dignidad como camino

Camino y Destino

Todos los días me pregunto si es mi vida esa que quisiera que fuera y cada respuesta, positiva o negativa, me alerta de que siendo importante el lugar donde me encuentre en cada ocasión todavía lo es más el como yo haya llegado hasta allí, si llevado o no por mi propia decisión. Manejar las riendas de la vida es, de todas, la única elección que nunca debiera tener ningún arrepentimiento pues, de lo contrario, el aceptar vivir a la deriva será la mejor solución para instalarnos en una perpetua insatisfacción.

Es cierto que para solo vivir no se requiere decisión sino únicamente aceptación. Ahora bien, quien quiera vivir mejor deberá cuestionar en todo momento si acepta su situación o aspira a mejorarla con Ambición, entendida esta en su positiva acepción de superación como motor del desarrollo personal y como el antídoto más indicado para combatir la resignación.

Reconozco manejar desde siempre en mi vida la Ambición al igual que también lo hago con el café en los momentos de bajón. Soy consciente de que una y otro se tornan peligrosos si abuso de su dosificación, pero no por ello los eludo pues responsablemente me esfuerzo en llevar su control. Quiero estar despierto y atento para descubrir, no las oportunidades que la vida me ofrece, sino aquellas que se guarda en ese oculto cajón que casi siempre se encuentra tan alto que, de no conseguir escalarlo, con seguridad me perderé lo que esconde en su interior.

Pero… ¿hasta cuándo debiera llegar la Ambición por ser mejor? No parece fácil encontrar una razón que justifique que la Ambición como resorte de progreso personal deba finalizar a una determinada edad pues la vida, aun compuesta por diferentes etapas cronológicas, es vida hasta el final. Por tanto, sería lógico considerar que la Ambición por prosperar debiera identificarse como un destino vital final. Solo así podremos contar con la seguridad de que la existencia nos vale por igual y con independencia de cual fuera nuestra edad. En definitiva, se trataría de no dejar nada por aprovechar.

Y… ¿hasta dónde debiera llegar la Ambición por vivir mejor? Pues sin duda esta es la pregunta que toda persona deberá consigo aclarar al tratarse la Ambición de un sentimiento muy susceptible de caer en desorientaciones que lleven a desmanes alejados de la ética y la honradez personal. La Ambición honesta tiene puertas y estas son las de los demás. De aquí que sea la Dignidad, entendida como la cualidad del juicioso autogobierno personal, quien mejor pueda limitar hasta donde se debe llegar para garantizar el respeto propio y el ajeno, ambos confluyentes en las leyes de convivencia de toda sociedad.

Yo procuro cuidar la esencia de mi Dignidad pues soy consciente de su volubilidad, atacada casi siempre por el miedo a las consecuencias de nuestro actuar. Vivir con Dignidad requiere de renuncias para defender lo que uno considera cabal y por ello hay que mostrarse valiente ante los demás. Estoy con Eduardo Chillida al afirmar que… Un hombre debe tener siempre su nivel de miedo por debajo del de la Dignidad.

Si la vida finita se entiende en clave de viaje sin final, para recorrerla será conveniente identificar cuantos destinos queremos visitar y los caminos elegidos para llegar. Con seguridad, Ambición entreverada de Dignidad se nos presentan como el mejor de los equipajes posibles para viajar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La “mueblerización” de la Vida

Viejo sofa

Confieso que, tras dieciséis años de satisfactoria residencia en mi vivienda, cada día al entrar en ella me tranquilizo al comprobar que el mobiliario de su interior parece ser adecuado y actual, no percibiendo en absoluto la necesidad o tan siquiera conveniencia de ningún cambio a realizar. ¡Qué equivocado estoy, aun sin saber que lo pueda estar…!

Es evidente que, por más que yo me hubiese esforzado allá por 1997 en decorar mi casa recién adquirida a la moda que entonces se llevaba, aquella ya no es la de ahora, con independencia de que yo no sea capaz de reparar en ello al haberme instalado inconscientemente en la habitual miopía que produce la fosilizante cotidianeidad.

Cuando visito a una de mis tías, que vive rodeada de muebles con más de sesenta años de presencia y uso en su hogar, me dice que a ella le pasa igual pues nunca repara en su antigüedad.  Sinceramente, no creo que esto sea cosa de una costumbre familiar, pues más bien me parece que el asunto es universal y se extiende no solo a los muebles de una casa sino también a la vida en general.

Admitiendo que la rutina en forma de cotidianeidad es, de todos los estilos de vida, la gran equilibradora existencial por su efecto facilitador de la serenidad, también es cierto que su desmedida extensión a la totalidad de momentos y situaciones de nuestra vida puede llevarnos a una especie de analgesia actuacional que nos instale en la peligrosa y depresiva repetición vital.

Aceptar como válido e inmutable lo que somos y lo que nos rodea por el mero hecho de haberse cómodamente instalado en nuestra vida a fuerza de tener reiterada presencia, frecuentemente deriva en un envejecimiento mental que nos va distanciando de la dinámica actualidad que implacablemente nos supera, pues no se detiene en avanzar.

Desgraciadamente, a medida que transcurre nuestra vida y más nos conocemos, menos somos capaces de imparcialmente vernos por llegar al acostumbramiento en nuestra realidad. Lo que somos ya no lo cuestionamos, dándolo por bueno y proyectándolo reactivamente hacia lo que seremos, pese a lo que pueda pasar. Y así, todos hoy tan momentáneamente contentos. Y así, todos mañana tan finalmente insatisfechos. La vida es como una casa, siempre por actualizar.

Creo que mañana cambiaré aquel viejo sofá de mi hogar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Cuidado con ser feliz… y además parecerlo

Parecer ser feliz

Si por arte de magia me ofreciesen a elegir en mi vida entre ser feliz o no serlo, seguro yo optaría por lo primero (hasta aquí, lo normal). Si a continuación la disyuntiva propuesta fuera entre el parecerlo o el disimularlo, sin dudar me decantaría instantáneamente por lo segundo (a partir de aquí, lo polémico y que me instala fuera de lo normal).

A nadie se le oculta que vivimos un mundo que no se diferencia de los anteriores en lo referido al anhelo universal que todos tenemos por ser felices. La lucha por la felicidad y no solo por la supervivencia nos distingue de los animales y es lo que motiva el inconformismo de muchos, autentica palanca continua para progresar. Todos queremos ser felices y estamos en nuestro derecho de intentarlo, aunque no tengamos el derecho de conseguirlo, que esto es cuestión del merecimiento ganado por cada cual.

No obstante, en la actualidad este derecho a ser feliz parece se ha convertido en una obligación o casi, pues en el imperio de los medios de comunicación social solo hay espacio para los felices, siendo el marketing y la publicidad los adalides de esta moda de impuesta felicidad. Tan es así que tanta exposición regalada de dicha y bienestar llega a falsear su verdadero coste, en la apariencia constante de gratuidad para alcanzarla. Mediáticamente todos semejan ser felices y este fingido parecerlo también es lo que en ocasiones equivocadamente llegamos a imitar.

Sin embargo parecer ser feliz o muy feliz (siéndolo o no) resulta poco práctico a la larga, por mucho que los gurús del positivismo maten por defender esta puerilidad. Eso sí, queda bien y en esa corrección política se encuentra el engaño pues, en definitiva, la vida práctica y efectiva no se rige por lo que debiera ser sino por lo que es en realidad.

Hace más de una década, un giro favorable en mi vida me llevo a un estado de satisfacción continuada (me apura llamarlo felicidad por no molestar o por si acaso no lo fuese) que duró varios años y que en la actualidad todavía presenta cierta vigencia, aunque algo matizada respecto de lo inicial. Entonces quise hacer partícipe con entusiasmo a mi entorno social de mi buenaventura con la intención simplemente de ofrecer y sin la pretensión de recibir a cambio, en la creencia de que la carga de energía positiva que me sobraba podría ser aprovechada por los demás.

Nada más lejos de la realidad pues, sin esperarlo, recibí lo que nunca podría imaginar.

Mostrarme feliz, abiertamente en público, me enfrentó a los incómodos silencios de muchos y a la dolorosa distancia de alguna que otra amistad. Ser feliz y parecerlo (aun en su más contenida manifestación) puede incomodar a quien no lo es y se impone la obligación de aparentarlo ante la sociedad.

Desde entonces no renuncio a ser feliz y a contribuir decididamente a que lo sean los demás pero, eso sí, con cuidado mesurado y sin excesiva publicidad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La Vida en 3D

Quien inventó el metro como unidad de medida longitudinal creía que, en el mundo, la distancia entre dos puntos todo lo podría calibrar, hasta que alguien se percató de que cruzando dos longitudes podría calcularse algo más complejo como es la superficie bidimensional y para su valoración creó el metro cuadrado, otra medida más. Pero no siendo suficiente esto para describir toda la realidad, más tarde se confirmó que la suma de superficies constituye el volumen y para este concepto fue incorporado el metro cúbico como referencia de medición tridimensional.

Hasta aquí ha llegado la evolución en la medición de nuestra percepción espacial de la realidad, basada en las tres dimensiones que nos son visualmente reconocibles (largo, ancho y alto) y a las que los científicos sesudamente han añadido alguna que otra que a los demás nos son difíciles de interpretar.

Esto mismo podríamos ilustrarlo con metafórica libertad imaginando que la radio es longitud, la televisión es superficie y el cine en 3D es volumen, precisamente lo que más se acerca a nuestra visión de la realidad.

Por otra parte, de entre todos los intereses que participan de nuestra existencia, sin duda el primero y principal ha sido y es aquel que tiene que ver con la mejora y aprovechamiento de nuestra vida, ese regalo de la naturaleza que no por su gratuidad se debe (aunque se puede) malgastar. Pues bien, si partimos del célebre axioma que asegura que… lo que no se puede medir no se puede mejorar y consideramos que nuestra vida debe y puede mejorarse, será necesario que sepamos cómo medirla para lograrla aprovechar.

Normalmente la medición de la vida suele acotarse de forma sencilla y lineal utilizando una sola dimensión: la DISTANCIA, representada por la variable (o constante, según se interprete) Tiempo. De esta ingenua manera sólo podremos contar con información sobre su cualidad de carácter longitudinal (larga/corta) que, por simple y restrictiva, necesariamente obliga a buscar otras dimensiones que descriptivamente la puedan complementar.

Así pues, podríamos considerar que una segunda dimensión a tener en cuenta para medir la vida pueda ser la relacionada con la DEFINICIÓN de lo que se pretende lograr en ella, cuyo carácter es transversal (ancha/estrecha) y que viene representada por los Objetivos personales que nos fijamos y en los que nos embarcamos paralelamente en cada momento de nuestra existencia a la manera de un frente de batalla que tenemos que gobernar.

Si combinamos las dimensiones longitudinal y transversal podríamos llegar a asegurar que, en la mayoría de las ocasiones, una vida corta pero ancha puede sumar un mayor valor de superficie vital que la contabilizada por una vida larga pero estrecha. Esto implicaría obviamente que no solo el Tiempo vivido o por vivir es el determinante para el aprovechamiento de la vida, sino también nuestras inquietudes por llenarla de múltiples y enriquecedores metas que alcanzar.

Pero también es cierto que ni tan siquiera contar con Tiempo suficiente y además Objetivos definidos es garantía del mejor uso posible de la vida, pues de nada valdrán si no somos capaces de conseguir mucho de lo que nos proponemos por desidia, falta de constancia u organización personal. Es aquí donde aparece la tercera dimensión valorativa de la vida: el DESEMPEÑO, entendido en función de una magnitud que podríamos definir como vertical (alto/bajo) y que determina la talla en el nivel de Consecución de nuestros Objetivos a partir de la planificación, su seguimiento y la medición de los resultados esperados y que, finalmente, conferirá de volumen al singular concepto geométrico aquí expuesto de medición vital.

En definitiva, solo podremos ver y disfrutar la vida en 3D (DISTANCIA, DEFINICIÓN y DESEMPEÑO) si somos capaces de combinar acertadamente el Tiempo (longitud), los Objetivos (anchura) y su Consecución (altura) en ese difícil equilibrio volumétrico para el que ninguna fórmula general ha sido ni será nunca inventada pues es tan personal como la percepción que de la vida tenga cada cual… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La Economía de la Felicidad

Si el concepto de Felicidad ya es suficientemente difícil de definir por lo que tiene de personal, más todavía lo debe ser su medición objetiva al no contar en la actualidad con ningún patrón que sea válido y a gusto de cualquier mortal.

Alcanzar la Felicidad es fundamentalmente asunto propio aunque el conjunto de las instituciones de gobierno público también deben contribuir, en lo que a su responsabilidad compete, a este objetivo principal y anhelado en nuestra vida. Contribución que difícilmente puede orientarse adecuadamente si los indicadores por ellos manejados siguen las doctrinas de los postulados de la Economía decimonónica que asociaba riqueza con Felicidad.

Hoy en día, es obvio que nadie aceptaría como única y satisfactoria unidad de medida de su Felicidad el importe de su Renta per Cápita (PIB nacional dividido por el número de sus habitantes), pues realmente todos sentimos que cohabitan otros muchos factores condicionantes en nuestra situación vivencial. Desgraciadamente, suele ser ese ratio el que preferentemente manejan los gobernantes para calibrar el progreso y la dicha de los pueblos, quizás por sus ansias de voto popular.

La profesora de la Universidad de Maryland y especialista en políticas públicas, Carol Graham, ha realizado un amplio estudio sobre los índices que determinan la percepción de la Felicidad en muchos países con diferente grado de desarrollo socioeconómico y lo ha publicado en su libro Happiness around the World. La conclusión más significativa a la que llega es tremendamente reveladora: con muy pocas excepciones, para los individuos el dinero no es la base fundamental de la Felicidad. Se cumple por tanto la llamada Ley de Easterlin que defiende que cuando el dinero sobrepasa un cierto límite (diferente según cada persona y en cada país), deja de ser fuente de Felicidad (la gente adinerada lo es menos que proporcionalmente a medida que se incrementa su riqueza).

Pero entonces, ¿cuál es el factor más comúnmente valorado en todo el mundo para determinar la FELICIDAD? Según la doctora Graham, es la Salud. Y tanto es así que parece establecerse una correspondencia biunívoca por la que las personas saludables son más felices y las personas felices son más saludables.

Sin embargo y en mi opinión, admitir todo esto nos lleva a una curiosa y evidente paradoja pues el dinero es necesario para todo gobierno que pretenda mejorar la cobertura de las prestaciones sanitarias de sus habitantes. Es decir, la riqueza de un país sí interviene indirectamente en la Felicidad de las personas, pues determina la calidad de aquello que contribuye muy directamente a mejorar lo que más valoran para alcanzarla.

Llegados hasta aquí podríamos inferir que los gobiernos de países con alta Renta per Cápita pueden contar con mayores recursos para garantizar la Salud de sus habitantes mejorando su sistema sanitario y por tanto facilitando más la Felicidad colectiva aunque, en realidad, esto no sería totalmente suficiente pues el tradicional concepto de salud pública alude más a su aspecto paliativo que al preventivo, el cual por el momento deberá seguir siendo mayoritariamente responsabilidad individual de cada cual.

En fin, que tratándose de Felicidad seguimos dándole vueltas a eso que con gran éxito proclamaba aquella famosa canción de Cristina y los Stop en los ´60 y que hoy se ha convertido en el más famoso triunvirato de Auto-Ayuda vital … Tres cosas hay en la vida: Salud, Dinero y Amor.

Amor… sobre el que en este artículo no me he atrevido a escribir, a la espera de que algún amable lector quiera y sepa explicarme su romántica relación con una Economía que nunca termina de acertar… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

“La Rueda de la Vida”

Aunque nadie se percate muy bien de ello es muy cierto que, en el mismo momento de nacer, todos recibimos un misterioso regalo de cuyo origen sabemos poco y menos todavía sobre cuál será el uso que le daremos a lo largo de nuestra vida.

Se trata de una invisible bicicleta cuya presumible intangibilidad no desacredita la vital función para la que nos es entregada, pero si nos lleva a pedir indefectiblemente una “de verdad” a los siempre generosos Reyes Magos en algún momento de nuestra primera infancia.

La esotérica y misteriosa bicicleta en cuestión tiene como función el que, montados permanentemente en ella, recorramos el máximo trayecto posible en el largo camino de nuestra vida. Siempre considerando que al recibirla, esta se encuentra en perfecto estado de utilización, pero que con su uso o mal uso normalmente la deterioraremos paulatinamente (unos más que otros, dado que no será cuidada con igual interés por todos).

Pues bien, de todas, la pieza que más va a sufrir con nuestro descuido será la rueda trasera cuya redondez y concentricidad inicial se tornará, a poco que nos despistemos, en la imagen fiel del más chulo “ocho”, dificultando nuestro avance y ralentizando el viaje apasiónate de la vida.

Una de las herramientas más poderosas que solemos utilizar los que nos dedicamos profesionalmente al Coaching es “La Rueda de la Vida”, pues permite a nuestro interlocutor (Coachee) descubrir su estado de equilibrio/desequilibrio vital y por tanto allí donde más y mejor debería enfocar sus esfuerzos para alcanzar la tan deseada armonía existencial.

¿Cómo funciona? Pues muy fácil: consideremos una rueda con tantos ejes como áreas de la vida quieran contemplarse (normalmente de seis a ocho) y dividamos esos radios en diez segmentos cada uno para poder valorarlos (de 0 a 10) según nuestro nivel de satisfacción actual en cada una de esas áreas de la vida. Uniendo los puntos resultantes obtendremos la figura de nuestra Rueda de Vida, que tanto será más armónica cuanto más se acerque a la forma redonda de una circunferencia.

Lo más importante quizás del resultado obtenido es que parte de la valoración que cada persona hace de sí misma y todos sabemos que, para cada cual, no hay voz más autorizada que la propia.

Lo que queda tras esto es bien sencillo y difícil a la par: identificar aquellas actuaciones (metas, acciones, hábitos, tareas, etc.) concretas que deberemos acometer para volver a redondear nuestra Rueda de La Vida y así continuar recorriendo con mayor fluidez y dinamismo el largo y apasionante camino vital que nos tiene reservado nuestro siempre esperado y deseado futuro…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro