Dime con quién andas… y te diré quién podrás ser

Dime con quien andas

Resignado una vez más en la demostrada capacidad que tenemos los españoles de reconvertir nuestra opinión sobre los finados en todo un festival de amnesia selectiva, asisto estupefacto a las exequias de Estado por el recientemente fallecido ex Presidente del Gobierno de España, Adolfo Suarez González, a quien yo no restaré los merecimientos robados en vida por otros cuyas dudosas apologías de hoy niegan sus olvidadas críticas de ayer.

Pero tomo de esta actualidad otro asunto que me ha llamado poderosamente la atención y es la muy principal presencia sin tregua ni omisión de los dos infantiles hijos de Adolfo Suarez Illana, primogénito del fallecido, quien en ningún momento perdió oportunidad de presentarlos orgullosamente a cuanta personalidad desfilaba por el paseíllo de condolencias organizado en el velatorio del Congreso de los Diputados. Los muchachos, pese a su corta edad que no es propia de exagerados protagonismos en luctuosos actos como estos, impasible el ademán, seguro entendían que su participación en el funeral contaba con alguna razón añadida a la de solo pertenecer a la familia y estar para a su abuelo honrar.

No descubriré ahora que todo padre bien quiere lo mejor para sus hijos y en ello se encuentra de manera muy destacada el cuidado de su futuro que, entre otros factores, con seguridad se verá estrechamente condicionado por los entornos relacionales en los que se muevan desde niños y luego a cualquier edad. Principiar la vida frecuentando círculos de amistad significantes es condición por muchos conocida (aunque también por algunos discutida) para canalizar adecuadamente en el mañana las valías personales a desarrollar desde el hoy y que, por tanto, difícilmente podrán brillar en el anonimato o la exclusión social.

Cuando era niño siempre me preguntaba si un ministro era elegido por ser, entre todos los demás, el mejor. Algo me comenzó a revelar que no cuando frecuentemente descubría que el titular de una cartera pasaba a serlo de otra sin solución de continuidad, rompiendo así el concepto más lógico de competencia en la especialización profesional. De mayor ya tuve que aceptar que un ministro lo es fundamentalmente por pertenencia o cercanía a un entorno político-social y especialmente a su Presidente, pues así lo confirma la historia conocida de todos los gobiernos, lo que demostraría que saber con quién estar parece incluso mejor que estar con quien sepa, aunque en ello es cierto que hay una tremenda dificultad.

La por muchos anhelada oportunidad que pueden brindar los círculos de influencia relacional es precisamente la razón del éxito cósmico de las redes en Internet y ello pese a que constituyen un remedo pobre de la socialización, pues la distancia presencial que impone el uso del ordenador limita insoslayablemente lo que entenderíamos como verdadera interacción personal. Aventuro extraño que un ministro lo pueda ser por sus incontables contactos y seguidores en Facebook, Twiter, Google+ o Linkedin, de no establecer vínculos de relación personal con quienes le apoyen y verdaderamente puedan ayudar a progresar. Mirar a los ojos no tiene parangón y mucho me temo que en el futuro la confianza a distancia seguirá siendo todavía una ilusión.

En mi opinión, Internet (cuyo mañana nombres acreditados como Dan Dennett cuestionan) es un excelente vehículo de comunicación pero no de relación, para lo cual precisamos compartir vida presencial con los demás. De niños hacemos amigos íntimos jugando, de jóvenes bailando, de adultos trabajando, de viejos paseando y todo ello estando, no tecleando. Los lazos de amistad requieren del estrechamiento de manos para construirse y sostenerse, por lo que cualquier telegrafismo relacional sin duda a poco podrá aspirar.

De todo ello parece ser muy consciente el hijo mayor de Adolfo Suarez quien posiblemente a los suyos recomendó no llevar su tableta de chatear a tan mediático funeral que, solo por físicamente estar, con seguridad ya les ha incluido en ese selecto club social de los que su futuro seguro mejor podrán aprovechar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Nadie hoy es un Don Nadie


Ser un Don Nadie o persona sin importancia era y es uno de los peores insultos que a alguien hoy le puedan causar, pues es patente que en la actualidad prima el protagonismo social, a la escala que sea y por el motivo que se pueda dar.

Ser conocido es hoy una aspiración real de muchos cuando antes solo podía serlo de unos muy pocos privilegiados, residentes en ciudades principales y cercanos a los centros de poder político, financiero y de comunicación social. Nacer y vivir en un pequeño pueblo de la Castilla mesetaria era el mejor seguro para conservar un remansado anonimato vitalicio, allende los escasos vecinos de la municipalidad.

La importancia social de alguien, en cualquier etapa de su vida, siempre ha estado y está marcada por el número de personas que lo conocen, siendo el fiel termómetro de su popularidad desde la temprana edad de la pandillera adolescencia hasta cuando en la madurez se busca el éxito profesional. Y más que nunca, esto en la actualidad es así con independencia del verdadero valor aportado a la sociedad (por ser científico o por ser maestro del escándalo conyugal…).

Yo, que he vivido en primera persona la transición desde el mundo del bolígrafo al del teclado electrónico, puedo constatar que las puertas de la universalidad personal han sido abiertas de par en par para quizás ya nunca volverse a cerrar. Conocer y ser conocido por otros hoy se encuentra al alcance de todos y a tiro de un sencillo click de algo que, sin serlo, tiene nombre de roedor y no descansa de buscar.

Quien le diría al músico brasileño Roberto Carlos que el imposible reto que asumió cuando compuso su famosa canción Un millón de amigos, hoy estaría mucho más cerca de lograr.

Como ocurre casi siempre con las innovaciones y sin ser plenamente conscientes de ellas, hemos caído en las redes de la sociedad del publicanismo, la nueva religión del siglo XXI que salvará a algunos pero condenará a otros. Religión que ya tiene entronizado un mayestático papa llamado Facebook y a varios de sus reverendos obispos como Twiter, Linkedin o Instagram.

El fenómeno de las redes sociales, que cabalga desbocado por los caminos virtuales de la electrónica familiar, conecta a las personas entre sí para propiciar muy eficientemente su interrelación informativa pero desgraciadamente no la emocional pues Internet, aun buscándolo, todavía no ha incorporado a su canal de comunicación la tierna caricia de una mano, el olor de la piel de un bebé o la profunda mirada de unos ojos que se quieren enamorar.

Es cierto, nadie hoy es un Don Nadie, aunque en un mundo tan virtual que a mí me hace sospechar… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La frivolidad y las redes sociales

La frivolidad es como esas comidas que te llenan mucho y a las dos horas ya tienes hambre.

Cuando conoces a una persona frívola, hasta que la descubres te deslumbra para luego dejarte un vacio que no admite reparación. La frivolidad es esa capacidad de algunas personas por mantenerse siempre en la superficialidad de los acontecimientos vitales, añadiendo un toque de pretendido elitismo a todas sus actuaciones.

Todos somos frívolos en algún momento de nuestras vidas, aunque la mayoría se da cuenta y retrocede, porque vivir con los pies en el aire no es nada práctico.

El fenomeno actual de las redes sociales es un gran generador de frivolidad al facilitar la construcción de falsas personalidades a la carta, amparadas siempre por el anonimato de las comunicaciones electrónicas y la predisposición que tienen los navegantes para creerlo todo.

Construir una personalidad falsa es gratis y en ocasiones hasta ventajoso, siempre que eludamos la responsabilidad de considerar a los demás como no merecedores del engaño y la burla. Ser frívolo en internet no es menor pecado que en la vida real, porque siempre hay alguien tras sus palabras que optó por la sinceridad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro