¿Es peor la maledicencia que la “benedicencia”…?

Maledicencia

Decir algo malo o negativo referido a los demás y con independencia de ser mentira o verdad es lo que se define como maledicencia, pero… ¿es maledicente quien se remite a la evidencia y a la sinceridad?

Nuestra vida se gobierna por comunicaciones, unas interiores que responden a nuestros pensamientos y otras exteriores que formalizamos con los demás. Las primeras no afectan a nadie más, mientras que las segundas siempre lo hacen incluso a veces a nuestro pesar. Hablar comporta una ineludible responsabilidad dado que el destino de nuestras palabras nunca será neutral al no ser nosotros los dueños de su significado por más empeño que en ello pongamos, pues lo finalmente entendido siempre será propiedad de quien las reciba y de su manera de interpretar.

Por tanto, mediatizados por una interpretación que es ajena y casi siempre desconocida, será aconsejable cuidar al máximo el contenido de nuestras comunicaciones cuando estas se refieran a los demás. Pero… ¿qué significa cuidar?, ¿cuidar es decir lo que conviene o decir la verdad?, ¿lo que conviene puede llegar a ser maledicencia tanto como lo pueda ser decir una incómoda verdad?, ¿dónde se encuentra la frontera entre lo conveniente y la realidad? Reconozco no contar con respuestas universales a estas preguntas tan generales, que sin duda tendrán su caracterización y solución en cada situación particular.

Por otra parte, sí parece fácil aceptar la existencia de un irreprimible afán por hablar de los otros como fórmula de congraciarnos con los unos, en una especie de amable fomento de la complicidad que suele ser traicionada frecuentemente cuando esto lo realizamos sin discriminar, no distinguiendo unos de otros y por tanto convirtiéndonos en incontrolados mensajeros del chismorreo y la procacidad. Frecuentemente las palabras se nos van y todavía más cuanto mejor nos vamos encontrando en una conversación de esas que, al final, nos lleva a hablar más de la cuenta opinando sin freno alguno de los demás.

Hablar mal mintiendo es claro que no tiene justificación ni perdón pues normalmente suele venir explicado por asuntos de envidia, venganza, rencor o enemistad. Los infundios pronto se traducen en calumnias y sus problemáticas consecuencias llevarán finalmente a la insatisfacción de todos los que activa o pasivamente participan de esa feria contagiosa de la difamación social.

Pero hablar mal, asistidos por la razón y la verdad, si puede encontrar en algunos casos exculpación pues, de lo contrario, el silencio precautorio y equivocadamente conciliador ejerce de ocultador de las incorrectas actuaciones de otros, cuya responsabilidad será siempre necesario demandar. Sin denunciar, nunca nada se corregirá y la valentía que para ello se requiere no puede convertirse en cobardía por el que dirán. Callar por no hablar mal, aun diciendo la verdad, en mi opinión conlleva tanta culpa como hablar mal mintiendo, en lugar de honestamente callar (si bien es cierto que cada situación será preciso analizar).

En este asunto tratado aquí confieso mi asumida inflexibilidad pues nunca he congeniado ni estimo que en un futuro lo haga con aquellos maestros del guardar su ropa al nadar, amigos proclamados de todos aunque enemigos ocultos de los demás, que nunca toman postura incómoda frente a los otros convirtiendo su engañosa benedicencia en la más mala maledicencia que siempre podamos encontrar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

12 respuestas a «¿Es peor la maledicencia que la “benedicencia”…?»

  1. Mal o bien son interpretaciones.
    “Saber” callar por no hablar mal, entiendo, requiere de disciplina (y por supuesto que muchos otros valores) pero tener el sentido de la oportunidad al hablar, es muy importante para construir y transformar ese mal, en algo productivo.

    Muchas veces es mejor callar (a veces esperar a que bajen los animos) y se acomoden las ideas.

    1. Marcelo, te agradezco tu comentario. Es cierto que no hay una sola guía de como actuar en nuestras manifestaciones ante los demás, pues cada situación recomendará su solución. No obstante, coincido en que la paciencia suele remediar muchos atropellos cometidos por la precipitación…

  2. Ja autenticidad vá de la mano con la franqueza y la verdad. Siempre, aunque no nos guste o corramos el riesgo de ser desplazados y a veces hasta ignorados, debemos practicar la transparencia y la consecuencia. No decir la verdad por quedar bien con otros, o por no herir susceptibilidades, no habla muy bien de nosotros..

    1. Sergio, te agradezco tu comentario que comparto con una matización y es la necesidad de trasladar la verdad en tiempo y forma adecuados, pues la ausencia de tacto en ocasiones puede llegar a ser contraproducente a los resultados deseados…

  3. Me gustan mucho estas frases de Mahatma Gandhi, relacionadas con la verdad: ‘Estoy comprometido con la verdad, no con la consistencia’ ‘La verdad jamás daña a una causa que es justa’, lo mismo que esta, de Albert Einsten: ‘‘Si tu intención es descubrir la verdad, hazlo con sencillez, la elegancia déjasela al sastre’. Por su parte Aristóteles dijo: “No basta decir solamente la verdad, más conviene mostrar la causa de la falsedad”. Pienso que es mejor molestar con la verdad, que adular con la mentira. La verdad hay que decirla, porque si callamos, terminamos siendo cómplices de la mentira. La verdad así callemos, siempre prevalecerá, así es que nunca pretendamos tapar el sol con un dedo.

  4. “¿es maledicente quien se remite a la evidencia y a la sinceridad?”

    ¡Gran pregunta! que me da ganas de parafrasear la revolucionaria Manon Roland (“liberté, que de crimes on commet en ton nom !”) y decir: Ô, verdad ¡cuánto daño cometemos en tu nombre!

    Imagino un mundo en el que todos habrán decidido decir siempre toda la verdad, o toda SU verdad.

    Pero lo contrario sería uno donde Tartufo reinaría en amo y maestro, en el que la hipocresía seria virtud primordial.

    Si la única alternativa a esta disyuntiva fuera el silencio, mucho me temo que seríamos – como comentas – culpables por aceptación cobarde. La indiferencia de los buenos que estigmatizaba Martín Luther King.

    Creo que responder a la pregunta inicial (que duplica encabeza del presente comentario) implica recurrir a la ética, esta parte de la sabiduría que consiste en saber formular las preguntas adecuadas más que en aportarles respuesta.

    Pero claro, hablo de una ética comprometida, de una ética que decide y actúa, que se arriesga a equivocarse y no de aquellas que se queda tan inmóvil como algunos monjes – según dicen – por miedo a pisar algún ser vivo bajo sus suelas.

  5. Pues fíjate que Dante, en La Divina Comedia, y en concreto en la parte dedicada a El Infierno, reserva para los que él denomina “ignati” ( esos amigos proclamados de todos, es decir, los hipócritas ) una terrible penitencia eterna…pues considera el poeta que en esta vida hay que tomar parte sincera, y dejar claras nuestras posturas frente a las cosas sin temor a desagradar, le pese a quien le pese. ¡Hay que ser valientes!
    Saludos!!

  6. Muy bien dicho… Alonso! suscribo cada palabra. Debemos establecer una diferencia entre decir la verdad con asertividad y mentir por agradar.

    Un saludo

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