
En alguna ocasión he confesado mi absoluta incapacidad para valorar las prestaciones vocales de los solistas en las óperas contemporáneas por su anarquía tonal y el distanciamiento total respecto del “Bel canto”, esa insuperable manera de cantar que fue perfeccionándose durante tres siglos hasta alcanzar su máxima expresión a principios del XIX con Bellini y Donizetti (los maestros del “Ars canendi”), para tormento y desesperación de tantos divos y divas que lo han preferido evitar.
El “Bel canto” y sus prosodias, fraseos, legatos, coloraturas, tonalidades, staccatos, portamentos, fiatos, messas di voce, rubatos, trinos, vibratos y todo tipo de gracias en general, enfrenta a cualquier voz que pretenda triunfar al examen más exigente que podamos encontrar. No se trata de poderío vocal, sino de dominio del instrumento musical más versátil que hay. Con Wagner se pasó del cantar al declamar y el verismo de Puccini (también Mascagni y Leoncavallo), de otra manera lo ratificó al buscar un mayor acercamiento a la forma de hablar. Tras ello (meritorio todavía) vendría el caos total.
Cierto es que las obras belcantistas, tal y como suenan, nos pueden parecer algo anticuadas (incluso con respecto al cercano Verdi, por ejemplo) y eso resulta difícil de negar, pero no tienen rival en su demanda de calidad vocal, quizás el componente de una ópera que todo melómano valora más. Asistimos a una función, en primer lugar para oír cantar, resultando en cierta manera subsidiario todo lo demás. El éxito de los cantantes redime a la orquesta, al director y a la escenografía teatral. Incluso viajamos a otras ciudades para escuchar a nuestros intérpretes favoritos porque son quienes nos llegan a emocionar. El “Bel canto”, bien interpretado, lo suele garantizar y Donizetti, que fue niño cantor, lo supo plasmar en esas elegantes partituras que hoy pueblan los mejores teatros de la ópera mundial.
Con “Roberto Devereux” (G. Donizetti-1837) el Palau de Les Arts de Valencia culmina su cronológica propuesta de la trilogía Tudor, donde hemos podido visualizar en las últimas temporadas a la reina Isabel I de Inglaterra encarnando tres momentos de su vida (infancia, juventud y madurez), por lo demás bastante fabulada como en la Ópera viene a ser normal. Pero también lo es en el Cine y para muestra… “La vida privada de Elisabeth y Essex” (Michael Curtiz-1939), donde también hay un anillo que determina el destino sentimental de Isabel I (Bette Davis) y Roberto Devereux (Errol Flynn), aunque Sara Nottingham se llame Penélope Gray (Olivia de Havilland) y su amor no sea correspondido por el aventurero galán (algo que en las otras siete películas que rodaron juntos fue del todo inusual). La casualidad pergeñó que, ese mismo año, Davis fuera a ser Escarlata O´Hara y Flynn, Rhett Butler, aunque al final solo Havilland se convertiría en la incondicional Melania Hamilton de un “Lo que el viento se llevó” inmortal.
La continuidad de estas tres nuevas producciones (junto a la Dutch National Opera y al Teatro San Carlo de Nápoles) ha quedado casi garantizada por la repetición en lo visual de la dirección escénica de Jetske Mijnssen, en lo vocal de Eleonora Buratto, Ismael Jordi y Silvia Tro Santafé, pero no del todo en lo orquestal, pues Maurizio Benini (el director de las dos primeras) ha dejado paso a Francesco Lanzillotta, otro italiano de esa inagotable cantera transalpina que lo mismo da directores, cantantes, instrumentistas o escenógrafos de lo musical.
Sobre el estreno de ayer, esta es mi valoración personal…
– ESCENOGRAFÍA [7]: De las tres atractivas propuestas escénicas de Jetske Mijnssen (todas de un mismo y neutral neoclasicismo visual), esta es la más floja por incorporar una extraña elección, como lo es que toda la primera parte se desarrolle en una reducida habitación (en lo que debiera ser la gran sala de Westminster), que lo mismo vale para las entrevistas de la reina como para las del resto de personajes que discuten tanto de política como de amor en su ausencia, llegando yo a pensar que el problema de las viviendas pequeñas también afecta a los castillos y no es solo noticia de la actualidad. En la segunda parte, a todo escenario semivacío (ahora sí… la gran sala de Westminster), los cantantes interpretan sus dramas con sensación de desamparo y soledad, algo que contribuye con éxito al desarrollo de los trágicos acontecimientos que llevan al clímax final.
– ORQUESTA Y DIRECCIÓN MUSICAL [9]: La incorporación de Francesco Lanzillotta a la batuta de esta última entrega de la Trilogía iguala o incluso supera los brillantes resultados de Maurizio Benini en las anteriores, conduciendo a la Orquesta de la Comunidad Valenciana con el tino y delicadeza que su papel como acompañante de los cantantes es requerido para un “Bel canto” en donde la música repite las notas que los personajes vienen a interpretar. Respecto del sonido de la Orquesta, la especial disposición de la Sala Principal de Les Arts, con esas paredes revestidas de cerámica trencadís fluyendo en vertical entre los pisos sin solución de continuidad que ejercen de chimenea acústica, producen una sensación estereofónica muy singular cuando uno está sentado cerca de ellas y algo lateral.
– CORO [9]: Impecable, como siempre en lo vocal y lo actoral, no resultando necesario decir más.
– VOCES SOLISTAS [7,2]: Para mi gusto, la gran triunfadora de la velada ha sido Silvia Tro Santafé [9] en su papel de Sara que, de menos a más, ha llegado a este final Tudor en plenitud vocal. Con motivo de “Anna Bolena” escribí… “hay que mencionar el error de casting al juntarla con Buratto, dos voces con escasa diferenciación en el registro… Y es que la valenciana es una mezzosoprano ligera, cuya altura musical se encuentra muy cercana a la soprano dramática de coloratura, tesitura que a Buratto no le cuesta alcanzar”. Tanto es así que Tro podría interpretar a “Isabel” y Buratto a “Sara”, incluso creo que con mejor resultado final. Eleonora Buratto [8] sufrió en el primer acto (cuando para “Isabel” es necesaria una soprano ligera), acusando esa falta de fuelle que obliga a telegrafiar los fraseos, acortándolos más de lo que sería de desear. Sin embargo, el tercer acto encajó mejor con su orientación dramática, dejándonos ese buen sabor de boca que al revés no se puede dar. Ismael Jordi [7] ha sido un “Devereux” que no ha podido igualar el nivel de excelencia escuchado en el “Leicester” de “Maria Stuarda”, quizás porque su ligereza vocal no resulta la más adecuada para trasladar la tragedia a que le llevará su infidelidad. La voz sorda del barítono Lodovico Filippo Ravizza [5] en su papel de “Duque de Nottinham”, presa de un engolamiento que vela toda expresividad, fue un querer y no poder agradar. Voluntarioso, quedó eclipsado en los concertantes y en sus arias no transmitió lo que Donizetti le escribió para brillar.
El titular del nombre de esta ópera no fue el último que salió a saludar, honor que se reservó a Buratto, lo que no quiero interpretar como una discriminación contraria a la que ahora preside cualquier voluntad.
Para terminar, debo recomendar el análisis que hace de la “Solita forma” en el belcantismo (y en “Roberto Devereux” en particular) Francisco Carlos Bueno Camejo, publicado en la versión electrónica del Programa… que no se debería llamar “de mano”, pues ese es el de la escuálida cuartilla que para la fotografía del encabezamiento, con la izquierda, cada vez me cuesta más sujetar.
Finaliza así la temporada 2024/25, decimonovena de Ópera en la Sala Principal del Palau de Les Arts de Valencia, con un resultado notable en general, a la espera incansable de alcanzar en la próxima quizás ese deslumbrante sobresaliente de los años iniciales que todos disfrutamos pasmados de incredulidad.
Desde hace muchos años, está considerada como grabación de referencia la que dirigió Mario Rossi en 1964 a la Orquesta del Teatro San Carlo de Nápoles (donde se estrenó) con Bondino, Gencer, Cappuccilli y Rota (Opera D´oro) en un directo monoaural de sonido muy deficiente, por lo que voy a recomendar la versión de la Orquesta Filarmónica de Estrasburgo dirigida por Friedrich Haider en 1994 con Bernardini, Gruberova, Kim y Ziegler (Nightingale Classics), que seguro a nadie va a disgustar.
Menos localidades vendidas de las esperadas para el estreno de este atractivo último título de la temporada…
