Orquesta de la Radio de Berlín y Jurowski: oír no es escuchar

Tras cuatro años de interminables obras, al fin he vuelto a mi añorado Palau de la Música de Valencia, sala de conciertos que llenó mi juventud de incipientes emociones prolongadas hasta la actualidad. La música que se llama “clásica”, pero que debería tener otra denominación más particular, revela hasta donde el ser humano ha conseguido arte a partir de su creatividad. Algo que nunca podrá igualar la Inteligencia Artificial.

El Palau de la Música de Valencia siempre me ha resultado de trato familiar, por cuanto de acogedor tiene en sus atinadas proporciones y amable decoración, que siendo contemporánea no está exenta de la calidez que ofrecen sus componentes de madera, instalados también para atemperar el sonido tridimensional. Y en esto último me gustaría redundar, pues si ya era proverbial la sonoridad de la Sala Iturbi, los reajustes realizados durante esta remodelación casi integral, han elevado sus prestaciones al olimpo de la perfección formal. Cuatro años oyendo sin escuchar a las orquestas en el otro Palau (el de Les Arts, cuya acústica urge mejorar), han finalizado ya con esta reapertura que todos los melómanos valencianos esperábamos con ansiedad.

Ayer nos visitó la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín con su titular Vladimir Jurowski, formación y director ambos de talla internacional. Titulares ilustres también fueron Eugen Jochum, Sergiu Celibidache y nuestro Rafael Frühbeck de Burgos, lo que revela la importancia de esta agrupación, cuyo sonido no puede ser más alemán.

El programa ofrecido era muy atractivo, por el color y la originalidad de las obras: “Scherzo fantástico” (J. Suk-1905), “Concierto para piano y orquesta n.º 2” (S. Prokófiev-1913) y “Sinfonía n.º 3 en la menor” (S. Rajmáninov-1936). Color, pues todas son un banco de pruebas para que una buena orquesta lo pueda demostrar y originalidad, pues son menos conocidas que otras composiciones de sus autores y siempre es de agradecer esta novedad. Además, constituyen buenos ejemplos de música del siglo XX que, pese a su vanguardismo, no atentan contra los oídos de quienes acudimos a un concierto con la única intención de disfrutar.

El solista de piano fue el joven canadiense Jan Lisiecki, que a sus veintiocho años ya lleva veinte de carrera profesional. Su talento quedó justificado en una interpretación tan endiabladamente exigente que al mismo Prokófiev le sorprendió cuando, al frente del piano, la quiso estrenar.

La ejecución de la sinfonía de Rajmáninov fue la demostración de las altas cotas de perfección a que llegan las orquestas alemanas en el repertorio posromántico, densa de sonoridad y brillando en todas sus secciones con empaste sin igual. Jurowski, una estrella mundial, justificó su fama con una dirección tan artística como temperamental.

El Palau de la Música de Valencia no se llenó y ello se debe a la sempiterna falta de relevo generacional. Muchos eran los espectadores cuya avanzada edad ponía en dificultad sus movimientos al acceder renqueantes a su localidad o les obligaba a visitar los aseos sin poder esperar al final. A mí, cada vez me queda menos para llegar.

Aun con todo, en el Palau de la Música de Valencia, oír no es escuchar…


Posdata: A diferencia del Palau de Les Arts, que ha suprimido los programas impresos, mis opiniones desde el Palau de la Música seguirán encabezadas por las fotografías de los mismos, eligiendo cualquier rincón que los venga a adornar.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

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