PROSEGUR y mi dignidad…

Nunca un insulto me ha resultado tan difícil de perdonar, sobre todo porque al mismo se ha unido el ninguneo y la falsedad. Una disculpa hubiera bastado para restituir mi dignidad, pero PROSEGUR y su empeño por silenciarlo, dejándolo pasar, me ha llevado a este desafortunado presente, que no final.

El pasado 21 de octubre de 2022, un empleado de PROSEGUR en acto de servicio me llamó “Gilipollas” a voz en grito, en la vía pública y ante el estupor de los numerosos peatones que no daban crédito a esa falta de educación y lo que es aún peor, de ética profesional. La razón, que es evidente no puede ser tal, aquí no la voy a explicar, pues su extenso detalle llevaría un tiempo al lector que no le voy a demandar. Baste decir que siempre he sido un hombre de bien, prudente, observante de mis obligaciones y respetuoso con los derechos de los demás, pero con 61 años, hoy todavía lo soy más.

Lo que en un principio hubiera sido solucionado con una simple disculpa del causante, en los siguientes cinco meses PROSEGUR lo ha convertido en un rosario de engaños y dilaciones a mis reclamaciones por el improcedente comportamiento de uno de sus vigilantes de seguridad. Hasta el Defensor del Cliente de PROSEGUR ha participado de este comportamiento autocrático e irregular, obviando mis peticiones de intermediación, las dos ignoradas y sin una respuesta oficial.

Consciente de ser uno más de los innumerables ciudadanos agredidos por el poder de quienes, por tamaño, se creen por encima del bien y del mal, quiero elevar mi voz todo lo que pueda y aunque no sea mucha, sí es la de alguien que tiene dignidad y no está dispuesto a callar…

Ese otro lugar donde morar hasta el final

Una semana atrás, el jueves 25 de febrero de 2021, mi vida no quiso pero tuvo que cambiar. De ser hijo pasé a un desorientado estado en el que ya no me podía llamar como tal, perdiendo sin esperarlo todo lo que había constituido mi referencia ancestral. Hace treinta y un años que mi padre falleció, dejando a su esposa como guardiana plenipotenciaria de una raíz familiar que, como a cualquiera le viene a pasar, marcó con indeleble signo maternal toda mi personalidad.

La vida enfoca su luminoso haz hacia adelante y vivirla obliga a no mirar atrás. Por ello, no me voy a reprochar todo lo que no le supe decir y elegí callar. No me voy a reprochar aquellos abrazos y besos que me costaba dar. No me voy a reprochar el no haberla visitado más. No me voy a reprochar mi incapacidad de aceptar su emocional idiosincrasia, tan dispar a la mía por racional. No me voy a reprochar aquello que me pidió casi al final y no quise enmendar. No me voy a reprochar, en fin, todo lo que ya no puedo remediar. Ser hijo es y será recibir más que entregar, en una cadena paterno-filial que nunca se equilibrará e irá descabalgada siempre en un eslabón por detrás.

Voy a cumplir sesenta años, pero hoy mi rejuvenecido corazón tiene cada uno de aquellos en los que ser hijo se constituyó en señal troncal de mi identidad. Identidad filial ya perdida y que ahora deberá buscar ese otro lugar donde morar hasta el final.

Que Berta, mi querida madre, descanse en paz…