Daniele Gatti y la Mahler Chamber Orchestra en el Palau de la Música de Valencia

En agosto de 2011 asistí al “Parsifal” de mi vida en… Bayreuth, dirigido por Daniele Gatti, a quien toda mi vida estaré agradecido por aquel milagro que varias veces cortó mi respiración. Salí desde España en moto y por una tonta caída en Suiza (al arrancar en un semáforo), me rompí la clavícula al comienzo de aquel viaje de 15 días que me llevaría luego, por Europa, a visitar varios templos míticos de la interpretación (https://www.alonso-businesscoaching.es/blog/2011/09/03/mis-15-dias-en-agosto/). Trece días de dolor me acompañarían, etapa tras etapa, para descubrir que la música tiene un mágico poder sanador, al menos mientras dura la función y la sensibilidad busca caminos distintos a los del dolor.

Justificado el porqué de mi devoción al maestro milanés (con el que comparto edad), ayer no podía faltar a su visita al Palau de la Música de Valencia, con un programa de sinfonías muy atractivo y con una orquesta (“Mahler Chamber Orchestra”) de relumbrón. Fui acompañado por un querido amigo de la infancia y esto, a mis sesenta y dos, supone muchas décadas en las que el tiempo ha forjado ese tipo de relación que resiste cualquier limitación.

La primera parte de la velada se componía de la “Sinfonía nº1, Clásica” de S. Prokófiev (1917) y la “Sinfonía Concertante” de J. Haydn (1792) y en la segunda aparecía la “Sinfonía en do” de I. Stravinski (1940), un contraste que también tuvo eco en el resultado de la dirección.

Pese a la brillantez de la Mahler Chamber Orchestra, el concierto no me agradó y el responsable fue el director. Tras lo manifestado en el encabezamiento de esta opinión, cobra mayor relevancia mi crítica a Gatti, quien propuso una interpretación de las partituras (sobre todo en la primera parte) tan personalista que se alejó kilómetros de lo que estamos acostumbrados a escuchar en las versiones de referencia, las que han sido dignas de la más alta consideración.

Todos los directores de orquesta son conscientes de que un punto determinante del análisis de su interpretación va a ser la atención a los fraseos y punteos de la partitura, es decir, a la acentuación. En este sentido, en la primera parte del concierto asistimos a una inusual fragmentación de la partitura a fin de destacar innumerables momentos musicales, planteando para ello silencios valorativos hasta la exageración. Algo parecido a como si en un texto escrito separásemos todas las frases (constituyendo párrafos independientes para cada una), quedando al final como una lista en la que se ha perdido toda relación. En una obra musical, esto supone la pérdida de esa ligazón que permite que todo fluya tal y como quiso el compositor.

Esto mismo también ocurrió en la segunda parte, pero no se notó, pues la sinfonía de Stravinski carece casi al completo de melodía (al contrario de las de Prokófiev y Haydn), por lo que al estar asentada en el ritmo, disimuló su fragmentación.

La Mahler Chamber Orchestra demostró su valor técnico, pero tuvo que hacer lo que el director le mandó.

Una vez más, pudimos disfrutar de la magnífica sonoridad de la Sala Iturbi del Palau de la Música y eso que presentaba un tercio del aforo vacío (el óptimo se alcanza con el lleno), algo inexplicable dado el cartel de los intérpretes, los precios ajustados a cualquier bolsillo y un programa popular y seductor…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

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