“Rusalka” en el Palau de Les Arts

Para bien o para mal es una evidencia incuestionable que, desde hace décadas, la ópera italiana se ha instalado en las preferencias del público en general. Su carácter mediterráneo, por lo “cantabile” de las melodías y la ligereza de una música vitalista que solo pretende hacer disfrutar, no tiene rival entre los aficionados y tampoco en aquellos que acceden por primera vez al género lírico, tan alejado del tipo de música actual. Todo lo demás en la Ópera, por más que sea de gran calidad, cuesta más de asimilar. Esta realidad queda constatada por la abrumadora mayoría de óperas italianas entre las más representadas en los principales teatros del mundo año tras año, algo que por el momento no parece vaya a cambiar. Solo unos pocos compositores no transalpinos se acercan al reinado de los Verdi, Puccini, Rossini o Donizetti y entre ellos están Mozart, Wagner o Strauss, con estilos muy diferentes, sí, pero necesariamente tocados por la genialidad.

Un caso particular es el de Chaikovski, el segundo compositor (tras Beethoven) más interpretado en las salas de conciertos, con su música instrumental excitante, melodiosa y tan popular. Pues bien, de sus diez óperas, solo “Eugenio Oneguin” se representa con asiduidad. Algo parecido le ocurre a Dvořák, que sin tanto protagonismo en los programas de mano, también luce una obra inspirada y fácil de asimilar. No obstante, de sus nueve óperas, solo “Rusalka” se suele programar. Y es que los contemporáneos Chaikovski y Dvořák son un buen ejemplo de compositores cuyo catálogo lírico no tiene la misma aceptación que el instrumental. La razón quizás provenga de esa inspiración eslava que inunda sus óperas, tan alejada de la italiana mediterraneidad. Sin embargo, “Eugenio Oneguin” y “Rusalka” han logrado calar porque, aun con raíces folclóricas propias, presentan muchas características de la ópera italiana y en especial de esas melodías arrebatadoras que apuntan al centro de la emocionalidad.

“Rusalka” hace honor a un Dvořák deudor de las armonías checas y continuador de los modelos clásicos de composición por su enfoque formal, aunque también fuera admirador de Wagner, a quien no le regateó en sus manifestaciones la etiqueta de autor genial. Su influencia se aprecia en el uso del “leitmotiv” y en el protagonismo de la orquesta más allá del acompañamiento tradicional. Además de la famosísima y evocadora “Canción de la luna”, que en el Primer Acto nos interpreta la protagonista (una ninfa del agua o sirenita, según el cuento de Andersen), esta obra rebosa buena música que, es verdad, no suena del todo a lo que estamos más acostumbrados a escuchar.

Ayer se estrenó en el Palau de Les Arts de Valencia, “Rusalka” (A. Dvořák-1901), una nueva producción propia, junto a la Staatsoper Dresde, el Gran Teatre del Liceu y el Teatro Real.

Si hay algo fruto de controversias en la Ópera actual son sin duda las escenografías, cuya tendencia a la descontextualización resulta mayoritaria, lo que genera opiniones encontradas y el debate según los gustos de cada cual. Ahora bien, ¿qué pensaría el lector de alguien a quien, sin ninguna excepción, le gustasen todas las escenografías presentadas hasta la fecha en el Palau de Les Arts…? ¿Qué tiene un gusto muy especial, que es algo ingenuo o que no es amigo de la sinceridad…? Por ejemplo, el mediático presentador oficial de Les Arts, en cada intervención previa a un estreno, resulta ser el mejor ejemplo de esta comercial singularidad. Así, parece difícil confiar en un criterio esclavo de la superioridad (esto al margen de su probada maestría al comunicar). Y es que la impagable ventaja de opinar sin cobrar es poderlo hacer en completa libertad.

Cristof Loy, afamado regista alemán, firma una desconcertante versión de “Rusalka” bajo la premisa de que… “El mundo propuesto del reino de las hadas está muy alejado del presente”, algo que invariablemente caracteriza a todas las óperas del repertorio lírico internacional. ¿Gana una obra cuando se cambia la intención de su autor en el tiempo, la forma o el lugar? ¿Qué diría Victor Fleming de una revisitación de “Lo que el viento se llevó” protagonizada por encorbatados agentes de bolsa en la Nueva York de la actualidad…? ¿Qué pensaría Velázquez de unas “Meninas” ataviadas al más puro estilo de aquella Madonna con corsé cónico y colgantes ligas sin abrochar…? ¿Cervantes aprobaría un “Quijote” luchando impetuoso contra las chimeneas del Manchester de la Revolución Industrial…? (solo Joyce aplaudiría que su “Ulises” fuera el de la “Odisea” porque, en su encriptada obra, tanto da). Así, el desmedido afán hacia la novedad escenográfica desde un perturbador “más difícil todavía” solo se puede explicar por la urgente necesidad de epatar como camino más rápido para conseguir notoriedad, en un mundo actual que olvida el pasado buscando a toda costa y riesgo cualquier tipo de vana originalidad. Tras más de cuatro décadas de militancia musical y cientos de representaciones operísticas presenciadas aquí y allá, pocas de las escenografías descontextualizadas me han llegado a gustar de verdad. Tengo sesenta y dos años, pero respecto de esto a los veintidós pensaba igual. Y es que aquello que no comprendemos, por mucho que lo alaben los que parecen pero no saben más, casi nunca es por nuestra culpa personal.

Seguir la historia de “Rusalka”, con sus diálogos referidos al mundo subacuático y mirar lo que en la escena terrenal se representaba, me sumergió ayer en una esquizofrenia difícil de soportar. Tanta es la distancia entre las propuestas de Loy y Dvořák que resulta insostenible todo propósito de desencriptación formal. Quien lo haya disfrutado, pero de verdad, tiene todo mi reconocimiento a su aguda perspicacia y lo digo sin maldad. Al final, empeñado en un esfuerzo ímprobo por descifrar las claves de lo que veía, no pude atender bien a lo musical, buena prueba para mí de lo inconveniente de esta puesta en escena y de todas las que de igual manera nos vienen a despistar.

Sin embargo, no puedo ignorar la magnitud de la interpretación de Olesya Golovneva en el papel principal. Gran interpretación vocal (pese a no estar acertada en la “Canción de la luna”), pero sobre todo actoral, tan brillante como original. Desde bailar en puntas (algo imposible para cualquier soprano actual y que no se puede improvisar) hasta su mímica proverbial cuando enmudece en el segundo acto, están a la altura de lo mejor que pueda dar un actor profesional. Como le ocurriera a la Callas, no es necesario tener la mejor voz para inmortalizar a un personaje en la ópera, cuando se es capaz de dotarlo de la más absoluta verdad.

También destacaron las otras dos voces femeninas del elenco principal. La soprano dramática Sinead Campbell-Wallace como la “princesa extranjera”, asimismo buena actriz y de emisión tan temperamental que puede afrontar este papel para mezzo sin pestañear. Enkelejda Shkoza, compone el personaje de “bruja” con la convicción que su dilatada experiencia le garantiza y aunque no sea una contralto como indican muchas de sus referencias, maneja los graves con seguridad.

Los varones quedaron muy atrás en prestaciones vocales e interpretativas, sobre todo el “príncipe” Adam Smith, de quien con reiteración se dice… “el tenor del que habla todo el mundo de la ópera”, un misterio para mí a no ser por confusión con el eminente economista clásico, aunque fuera aquel poco dado a cantar. Su emisión se mostró desequilibrada y hasta se le llegó en un momento a calar, presentando un estilo más propio del verismo que de este tipo de ópera poco dada al manierismo vocal. El “duende” lo interpretó Maxim Kuzmin-Karavaev, un bajo ruso que no lo parece, pues sonó a barítono algo desganado y sin capacidad para traspasar el inevitable muro sonoro de la orquesta en Les Arts.

Y respecto de la Orquesta de la Comunidad Valenciana (ya lo he manifestado en varias ocasiones), con independencia de la batuta que la dirigía, suena a grabación discográfica y este es el mejor elogio que se le pueda regalar.

Aplausos al término, quizás menos apasionados que en otros estrenos, para fracaso de una ceremonia de salutación del elenco que inusualmente repitió la cadena de salidas, quedando la segunda un tanto inconveniente ante el escaso público que, a las casi once, raudo marchaba a cenar.

Supongo que ante el clamor general han vuelto los programas de mano, pero en una versión “low cost”, al reducirse a una diminuta hoja tan fina como el papel de fumar, en donde los caracteres se transparentan y no hay manera de que dure en condiciones óptimas hasta el final. Para sonrojo de Les Arts, ha sido mucho peor el remedio que la enfermedad…

-En estos días también podemos disfrutar de “Salomé” (R. Strauss-1905) en una versión de concierto cuya ausente escenografía seguro no nos distraerá (no hay mal que por bien no venga), interpretada en el Palau de la Música de Valencia por Lise Lindstrom, la que ha sido en la última década una de las referencias de este papel a nivel mundial-


En el mundo de la fonografía (otra vez mi recuerdo a J. L. Pérez de Arteaga), las mejores grabaciones de obras eslavas suelen apuntar hacia orquestas y voces autóctonas, quizás por lo complicado de los idiomas y por su especial musicalidad. El sello checo Supraphon grabó una excelente versión de “Rusalka” en 1961 con la Orquesta Nacional del Teatro de Praga dirigida por Zdeněk Chalabala y las interpretaciones de Milada Šubrtová (Rusalka), Ivo Žídek (Principe), Eduard Haken (Duende) y Marie Ovčačíková (Bruja).

4 respuestas a «“Rusalka” en el Palau de Les Arts»

  1. Buenas noches Alonso sin tener conocimientos sobre las óperas te felicito por la crítica tan sagaz que acabo de leer sobre Rusalka. Abrazos

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