La berlanguiana “USA-filia” en España

 bienvenido-mister-marshall.jpg

”Como alcalde vuestro que soy os debo una explicación y esa explicación que os debo os la voy a pagar”… decía el bueno de Pepe Isbert encaramado al balcón del Ayuntamiento de Villar del Rio (Guadalix de la Sierra-Madrid) en la parodia cinematográfica dirigida en 1953 por Luis García Berlanga, “Bienvenido Míster Marshall”.

Casi sesenta años después, desgraciadamente los españoles seguimos evidenciando todo lo que en la película es motivo de chanza y ridiculización, pareciendo no haber pasado el tiempo por nuestra dignidad personal.

Llevo muchos años defendiendo la constatable efectividad económica de los USA (otros aspectos los podría condenar), basada en un pragmatismo empresarial y profesional profundamente asentado en su idiosincrasia nacional y cuyos incuestionables resultados cuantitativos puede que no resistiesen un análisis socialmente cualitativo, pero este sería otro asunto. Aun así, ese país se encuentra a la cabeza económica del mundo, lo que muy posiblemente y sin más ambages les gustaría protagonizar a la mayoría de los españoles.

Una de las circunstancias que hacen la vida atractiva es que no todos somos iguales (ni las personas ni los pueblos), lo que supone que normalmente haya algunos por encima y otros por debajo en cualesquiera de las escalas que queramos utilizar.

Tener por modelo a quienes son más competentes que nosotros es una recomendable fuente de inspiración que nunca debería confundir la admiración ante un mejor desempeño con la subsidiariedad por una supuesta superioridad. Nadie es superior a nadie pues, hasta la fecha, todavía no hay medida que holísticamente lo pueda comprobar.

Y hablando de medidas, si hay alguna que certifica el título de este artículo esa no es otra que la tácita aunque no por ello descarada orientación de los medios de comunicación españoles (quizás los de otros países también) en la apabullante cobertura de cualquier noticia que provenga de los Estados Unidos de América.

Los recientes acontecimientos del huracán “Sandy” (lo vivimos incluso en directo) o las mismas elecciones presidenciales (posiblemente superan en horas de emisión a cualquiera de las españolas) así lo atestiguan, aunque podríamos citar otros muchos ejemplos cuya trascendencia es menor y aun así encabezan portadas de prensa, radio y televisión. También los “Callejeros Viajeros” y otros “Comandos de Actualidad” se empeñan en trasladarnos las excelencias y curiosidades (que son siempre simpáticas) de un pueblo que sin más ayuda y con la sola repercusión de su poderosa industria cinematográfica ya tendría asegurado el protagonismo mediático mundial.

Todo ello nos ha llevado a un fenómeno curioso y es el del profundo conocimiento que tenemos de la realidad norteamericana, en muchas ocasiones aun mayor que el que podamos albergar sobre ciertas zonas de España (otras evidentemente no), que llevan años apagadas comunicacionalmente (¿existen…?) para resignación de sus habitantes, que paradójicamente son los mismos que atienden con fruición a lo que pasa cada día en la bolsa de Nueva York.

Debo reconocer que personalmente me abochorna esta situación que, sin querer significar trasnochados patriotismos, nos ha desmemoriado nuestro relevante pasado en la historia mundial de los últimos cinco siglos, convirtiéndonos en una moderna réplica de la más genuina Gracita Morales y sus venerados “señoriiitos”.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

“Amador”

Todos desembarcamos en la vida acompañados por las fichas de un rompecabezas personal que compone la imagen de aquello que podrá dar de sí nuestro futuro, siendo misión de cada cual el esforzarse por juntarlas para aprovecharlo plenamente.

Algo de esto cuenta Amador, el anciano “amador” protagonista de la película del mismo nombre dirigida por el más socialmente comprometido guionista del cine español, Fernando León de Aranoa (“Familia”, “Barrio”, “Los lunes al sol”, “Princesas”, etc.) y estrenada recientemente en España, por desgracia y a tenor del público asistente a las sesiones, parece que con la calificación de “para mayores de treintaytantos años”.

Amador” es la mejor película de Fernando León hasta la fecha por su tiralineado guión de precisión, que se abre para finalizar cerrándose sobre sí mismo sin olvidar nada de lo inicialmente propuesto. En un tono deliberadamente tragicómico (quizás algo excesivo y estereotipado en los casos del cura y la veterana prostituta) y con un tempo calculadamente parsimonioso (su director parece hacer honor al nombre de la productora que el mismo ha creado: “El Reposo”), los acontecimientos nos golpean con la brutalidad lacerante de una injusta realidad contemporánea que siendo dolorosamente innegable, muchos todavía quieren ignorar.

Si las omnipresentes flores que aparecen en la película ejercen de frágiles metáforas inodoras sobre la futilidad de la vida actual, los tres rompecabezas que articulan la historia (el de la “Vida” de Amador, el del “Desamor” de Marcela y el de la “Infidelidad” de Nelson) nos hablan de la necesidad de construir sin descanso todo lo que tiende, también sin descanso, a despedazarse constantemente a nuestro alrededor (siempre he pensado que la vida consiste en construir, sin solución de continuidad, un castillo de naipes que tiende a caer constantemente, bien por su propia fragilidad o bien porque nos lo derriban).

Amador no completará el puzle de su vida (impagable el primer plano de su mano inerte con una de las últimas fichas a modo de crucifijo responsorial), dejando un gran amor por vivir y traspasando la tarea de finalizarlos (el puzle y el amor) a su desclasada cuidadora Marcela, quien prolongará su vida en la del hijo que está esperando.

A Amador, como a tantos otros, le faltó tiempo para concluir su vida, quizás porque lamentablemente la comenzó “demasiado tarde…”. La vida no tiene espera pues, por más larga que pueda ser, siempre será “demasiado corta…”. En el cartel anunciador de la película aparece… “Somos nuestras decisiones”.

Mi agradecimiento a Fernando León por la inalterable entereza de sus propuestas cinematográficas sin concesiones a la torticera hipocresía que nos invade y por compartir hace años en el Centro Cubano de Madrid una singular cena conmigo y con mi hermana, por aquel entonces cuando ellos eran pareja.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro