HABLAR MENOS… PERO ESCRIBIR MÁS

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Solo hace unos 200 años que se descubrió la Piedra de Rosetta (traducción de Rashid, la ciudad donde se halló), lo que permitió descifrar los ideográficos jeroglíficos egipcios que hasta esas fechas fueron todo un misterio para los sesudos investigadores de la comunicación. Escribir con símbolos fue uno de los hechos distintivos de una faraónica civilización que nos legó tantos grandes avances, pero parece que ese no. ¿O sí…?

Desde entonces, el desarrollo de la comunicación escrita ha tendido en su evolución a enriquecer paulatinamente los lenguajes (sobre todo con la aparición de la escritura silábica) para convertirlos en herramientas suficientes para explicar con detalle casi todo lo que queremos expresar de la razón y de la emoción. Y ello hasta el punto de llegar a ser considerada un arte por su capacidad de contener y embellecer todo nuestro mundo interior y exterior.

No obstante parece que, tras varios milenios de desarrollo, vivimos tiempos de involución pues ahora lo que vale es reformular la expresión escrita utilizando abreviaturas, emojis y emoticonos o cualquier signo que ahorre el esfuerzo de la explicación. Todo un homenaje a la civilización egipcia, aquella a la que tendremos que imitar con la elaboración de nuestra propia Piedra de Rosetta que nos permita descifrar al leer lo que muchos ya no comprendemos cada vez que recibimos una moderna comunicación.

Es curiosa la paradoja que define esta situación: En un mundo donde la escritura ya no tiene coste al prescindir de los soportes materiales que condicionaban su extensión (papel, lápiz, etc.), ahora nos hemos arrodillado ante un vehículo social de relación que impone una aberración como es la de limitar a 140 caracteres lo que queremos expresar por escrito a nuestro interlocutor. Esto para mí no tiene explicación cabal ni menos aún perdón.

Pero lo que con la escritura condeno con el habla lo aplaudo sin excepción. Hablar lo justo para expresarnos mejor es un signo de inteligencia en la exposición y así lo defiendo en… “El hablar menos para decir más” (la Crónica 37 de “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL“), alguno de cuyos párrafos reproduzco a continuación:

Quizás en pasadas épocas, cuando el tiempo para todos gozaba de otra disponibilidad, hablar se constituía como una práctica profusa en generosidad que el paso de los años ha adelgazado pasando a ser tan escueta como frugal. Hablar fue un ejercicio de resistencia y hoy lo es de velocidad. La palabra es un bien caro de expresar y derrocharla solo conduce a que nos la quieran arrebatar, interrumpiendo nuestro discurso por el de quienes también desean llenar el tiempo con el discurso de su pensar. Los diálogos en las películas clásicas nos enseñaron aquello que debía ser al comunicar y mucho me temo que nunca será. En definitiva, que no es cuestión de sacrificar nuestra opinión y callar, sino de abreviar. De manifestar nuestras ideas procurando dejar siempre el último minuto por llenar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

ESCRIBIR…

Antonio J. Alonso en los Desayunos Profesionales Ramon Esteve Estudio (2.1)-2016Dibujo

Escribir (al igual que leer) es lo primero que aprende en la escuela cualquier niño del mundo y esta coincidencia no tiene lugar por mera casualidad. Lo primero siempre establece prioridad y esta queda justificada porque escribir se constituye como la herramienta principal para llegarse a desarrollar como persona y en la vida poder progresar.

En el Capítulo 2 de mi recientemente publicado libro “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL” escribo…

“…podríamos decir que el mundo de los deseos se asemeja a una exposición de pintura abstracta cuyos cuadros representan unos motivos que describen la realidad de una manera conceptual, sin duda muy alejada de lo que a la vista normalmente son, por lo que deben ser interpretados en la mente del espectador. Y como esa interpretación no siempre responde a una misma visión, de ahí quizás su éxito para unos o para otros su decepción. En cambio, los deseos que nacen con vocación de realización precisan convertir lo difuso en concreto o lo que es lo mismo, transformar lo abstracto en figurativo o si es en fotográfico aun mejor. Los deseos ambiguos y evanescentes incorporan la mejor garantía de olvido y paralización, mientras que aquellos que concretamos y definimos los convertimos en objetivos dando así el primer gran paso para su ejecución.

¿Y cómo convertir un deseo en objetivo? Pues para ello, escribirlo es la mejor solución. Pero escribirlo con todo grado de especificación, de tal manera que si fuese leído por otros, estos fueran capaces de entenderlo exactamente, en su totalidad y sin mayores esfuerzos de comprensión. La escritura es sin duda, de todas, la invención más determinante de la humanidad pues permite expresar y perpetuar los pensamientos mediante un código de común interpretación, que inevitablemente obliga al escritor a repensar lo ideado para que lo finalmente redactado tenga sentido para todos y no solo para el autor. Nadie escribe como piensa y esta es la mejor prueba de que la generación de ideas requiere de código, orden y adecuada expresión para su aprovechamiento y su interlocución.

Pero la escritura también tiene otra dimensión y es la de incorporar un compromiso mayor sobre aquello escrito respecto de lo pensado o incluso dicho y si no, solo hay que referirse a los contratos al uso como documentos universales de obligación. Por ello, formular un deseo por escrito en forma de objetivo e incumplirlo no está exento de un molesto dolor. Dolor que es inexistente o en cualquier caso mucho menor cuando son los pensamientos los únicos testigos de nuestra intención.

Sin embargo, no todo deseo escrito tiene la virtud de convertirse en objetivo si lo redactado no atiende a aspectos como la factibilidad, la especificidad y la posibilidad de medición, sin los cuales no pasaríamos de una mera elucubración, escrita sí, pero sin posibilidad de realización, comprensión, ni comprobación. Lo imposible no genera adeptos, lo inespecífico confunde y lo difícil de cuantificar aleja cualquier posible verificación…”

Saludos de Antonio J. Alonso