Salzburgo, Verona y el Amor

Decía en mi anterior entrada que cada Agosto siempre tiene fecha de caducidad y el presente, ya la va teniendo. Pronto comenzaremos un nuevo Septiembre con esos añorados recuerdos vividos de unos días que, en mi caso, han sido intensamente inolvidables.

Asistir a los Festivales de Música de Salzburgo y Verona y hacerlo viajando en moto es una de las experiencias más sugestivas que yo pueda desear y que me ha permitido descubrir la personalidad de algunas de las más apasionantes ciudades europeas y el bucólico encanto de esos verticales paisajes alpinos que rivalizan para convertirse en la más bella postal. Y todo ello enmarcando la inolvidable experiencia de asistir a algunas de las mejores jornadas operísticas por mi vividas en la cuna mundial de la música clásica estival.

Mi ruta de pernoctaciones fue: Valencia-Segovia-Burdeos-Ginebra-Como-Innsbruck-Salzburgo (“Don Giovanni” de Mozart, “Romeo y Julieta” de Gounod, “Norma” de Bellini, “Iván el Terrible” de Prokofiev)-Cortina D´Ampezzo-Verona (“Aida” de Verdi)-Cannes-Cadaqués-Sitges-Valencia.

El Salzburger Festspiele sin duda es el Festival de Música más importante del mundo, tanto por su glorioso pasado (celebra la 90ª edición) como por su excepcional presente en donde concurren las producciones, las orquestas, los directores y los intérpretes más prestigiosos y afamados de la actualidad. Pero además, su elitista público (venido de todas las partes del mundo) es el más entendido y versado con el que yo haya compartido patio de butacas nunca y esa, sin duda, es la mayor garantía de posible calidad.

Me asombró el inquietante bosque giratorio ideado por Claus Guth para el varonil “Don Giovanni” interpretado por Christopher Maltman representado en la Haus Für Mozart, la capacidad dramática de la bella Anna Netrebko protagonizando una juvenil Juliette de “Romeo y Julieta” en la Felsenreitschule, la lección de sabiduría y sutileza belcantista de la grandísima Edita Gruberova como una “Norma” que puso al público en pié con su inigualable Casta Diva en el Grosses Festspielhaus (también la presentación de Joyce DiDonato como Adalgisa) y la fuerza dramática de un veterano Gerard Depardieu narrando en ruso un “Iván el Terrible” que magistralmente dirigió Riccardo Muti a la Wiener Philharmoniker.

Entre espectáculo y espectáculo mis deseadas peregrinaciones a los lugares en donde nació, habitó, compuso e interpretó Mozart se convirtieron de nuevo en la constatación de que algunos hombres siempre vivieron para nunca morir.

Luego en la Arena de Verona (88º Festival), la monumental “Aida” decorada por el maestro Franco Zeffirelli, popular y veraniega, hay que escucharla con la indulgencia de asistir a un espectáculo en donde las estrellas del cielo abierto y la fresca brisa que desciende de los Dolomitas rivalizan con los permitidos flashes y el carrito de los helados en los entreactos. Italia también es así.

Dicen que Verona es la ciudad del Amor, el mismo que en sus paseadas calles y románticos balcones se juraron para siempre Romeo y Julieta y yo pude disfrutar también en la excelente versión operística de Salzburgo, para constatar una vez más que el verdadero arte sólo es eso: Amor vestido de música, pintura, escultura, arquitectura, literatura… Altas expresiones del talento humano que nos han permitido lograr el milagro de interpretar aquello que siempre ha sido más inefable: el irresistible poder de los sentimientos como motor de nuestras acciones y definidor del sentido de la vida más personal.

 

Saludos de Antonio J. Alonso