Agosto siempre tiene fecha de caducidad

A las puertas de Agosto, en poco más de un mes, estrenaremos un nuevo Septiembre y con él lo de siempre: los madrugones con despertador, la supuesta nueva programación de radio y televisión, otro aburrido curso político, los niños cariacontecidos dirigiéndose hacia el colegio, los reiterados e incumplidos buenos propósitos de mejora personal, etc., etc., etc. Pero sobre todo ello… la sempiterna depresión postvacacional.

Si hay un tema recurrente que preside el Septiembre de todos los medios de comunicación, ese es el de la depresión postvacacional. ¡Siempre se recomienda lo mismo y siempre se olvida eso mismo! El año pasado yo también escribí acerca de ello en “El engaño de las vacaciones”, aunque este año me propongo tratarlo de forma distinta, buscando el prevenir antes que el curar.

Agosto es un mes muy traicionero pues se asemeja a un delicioso gran pastel de chocolate que, sin atender a las sabias recomendaciones que nos hacen, devoramos atropellada y compulsivamente hasta lograr empacharnos, entristeciéndonos cuando lo terminamos pues consideramos que no debería acabar jamás. Al igual que no comemos todos los días del año pastel de chocolate, todos los meses no son Agosto y esto debemos asumirlo con anticipación y no a mes vencido, cuando ya no hay remedio ni solución.

Para los que somos afortunados por mantener nuestro trabajo, la causa principal de la depresión postvacacional radica en pensar que lo normal son las vacaciones y lo anormal el resto del año. Solo esto. Cuando asumamos que, para la gran mayoría de la población de hoy en día, es necesario trabajar para vivir, perderemos ese “tic” infantil que nos asalta todos los principios de Septiembre y que nos instala en esa imposible utopía que nos amarga el comienzo de cada nueva temporada laboral.

Disfrutar de las vacaciones al máximo considerando que siempre tienen fecha necesaria de caducidad es la mejor medicina para afrontar el resto de un año que seguro nos llevará hasta un nuevo Agosto vacacional…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

75.000 kilómetros…

Recientemente, un amigo y compañero motorista me trasladaba su evidente y natural orgullo por haber logrado cabalgar sobre su fiel montura mecánica hasta llegar alcanzar los 75.000 kilómetros conducidos. Escuchando esto, secretamente me albergaba la misma emoción, pues yo también he podido llegar a ese registro, pero con la sola ayuda de mis piernas.

Efectivamente, en 2006 cumplí mis 30 años como corredor aficionado y sobre la celebración de ese aniversario quise escribir un descriptivo relato (¡30 años corriendo!) que, cuatro años después, todavía recuerdo con el dulce estremecimiento que regalan los más difíciles retos alcanzados.

Hoy, a menos de dos meses para cumplir los 49, son ya 34 años de inquebrantable y constante militancia deportiva que, en una fiable aproximación kilométrica, me instalan en los 75.000 kilómetros corridos o lo que es lo mismo, casi dos vueltas completas alrededor del perímetro terrestre y con muchas ganas todavía de conseguir las míticas seis cifras antes de llegar a la sesentena.

Yo no soy un superhombre. Soy una persona corriente que nació con unas facultades físicas bien normales o quizás aun menos que eso (en el colegio, casi todos mis compañeros me adelantaban cuando había que correr), pero que se obstinó desde adolescente en cambiar el curso de unos acontecimientos tan predecibles como poco deseados en el fondo de mi corazón. Por tanto, mi aceptable estado de forma física actual no se debe a un amable regalo de la naturaleza, si no al constante y determinado esfuerzo desarrollado diariamente en los últimos dos tercios de mi vida.

Aceptar que lo valioso (a todos los niveles) nunca es ni será gratuito constituye el principio fundamental para instaurar la cultura del esfuerzo y su recompensa. Considerar por contra que el destino nos tiene reservados atractivos y gratuitos regalos porque sí, es sin duda el final de todo camino hacia la superación personal y el principio de la más aburrida y vital resignación…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La Mentira

Llevo un tiempo practicando una sencilla estadística personal a partir de la valiosa información que obtengo de mis clientes, alumnos, familiares, amigos y conocidos, para averiguar cuál es aquella característica de las personas que más censuran y menos llegan a perdonar. Sin pretender elevar a rango de teoría sociológica la conclusión obtenida, yo estoy muy de acuerdo con el resultado final pues para mí también es la misma: la Mentira.

Hay muchas definiciones de Mentira, pero especialmente una recoge mucho de lo que es y también de lo que puede generar:

“Acción y efecto de decir algo diferente a la verdad”

Me gusta esta acepción pues, a lo que todos entendemos como Mentir (falsear la Verdad) se añade sus posibles consecuencias, en realidad el elemento esencial y más identificante del acto de engañar.

Pues bien, hay quienes consideran que, en función de la tipología de Mentira, sus consecuencias pueden ser positivas o negativas y por tanto aquella no es mala se suyo, si no en función de como llegue a afectar. Sin ascender a elevadas disquisiciones filosóficas (Platón, Aristóteles, San Agustín, Kant, Tomás de Aquino, etc. ya lo hicieron muy bien), yo no opino igual: para mí, toda Mentira es improcedente, cualesquiera sean las consecuencias (buenas o malas) que llegue a acarrear.

Sinceramente considero que no habría que Mentir pues, siendo la Verdad uno de los principales valores troncales de nuestra cultura occidental, nunca se debería falsear la realidad. Pero esto no obliga a manifestarla siempre y en su integridad, no constituyendo engaño alguno si no limitación adecuada de la información en razón de las circunstancias y su idoneidad.

La dificultad de no Mentir y además cuando proceda no dañar, estriba en cuánto y cómo comunicar la Verdad. Quienes defienden las Mentiras piadosas o terapéuticas lo hacen ante su escasez de recursos para afrontar situaciones con la sabiduría y el ingenio suficientes como para responder lo adecuado, sin traicionar nunca eso que todos queremos encontrar por siempre en los demás…

…la Verdad.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

En el Fútbol está la Solución…

Finalizando ya el Campeonato del Mundo de Fútbol de Sudáfrica, “vuvucelas” aparte, de los resultados acontecidos podemos extraer una conclusión que a buen seguro va a marcar el devenir futuro de este deporte tan multitudinario y competitivo: El éxito viene determinado de forma concluyente por la labor bien orientada y mejor coordinada del equipo, más que por el acierto aleatorio y fugaz de sus individualidades, por geniales que estas puedan ser.

Así es, todas las selecciones que de alguna manera u otra han presentado un buen comportamiento en esta edición del Mundial lo han conseguido por su buen hacer de equipo, orientando su juego al cumplimiento de los esquemas de juego trazados por su entrenador y caracterizados los jugadores por un sentimiento colectivo de grupo con fuerte carga de identidad propia (esto mismo es lo que está también demostrando, a nivel de clubes, el FC. Barcelona desde hace un par de exitosos años).

De esta manera se explica eso de que “ya no hay rival fácil de vencer” pues ahora la motivación junto con la disciplina estratégica y la buena preparación física convierten a cualquier equipo, supuestamente mediocre, en una máquina perfecta de contener y arruinar las expectativas de victoria de su contrario.

El Fútbol de hoy es así y lo será siendo cada vez más. Los incalculables intereses económicos que rodean a este “balón-pédico” deporte obligan imperiosamente a la consecución de resultados y ello no es cosa solo de una o dos figuras de relumbrón, sino de once comprometidos futbolistas y su entrenador. Entrenador (o Coach) cuya función principal es obtener la mejor versión deportiva de cada jugador y ponerla en fluida combinación con la de los demás para configurar un “equipo”, es decir, algo con valor añadido al de solo un “grupo”.

Y… hablando de consecución de resultados, ¿no es esta la premisa esencial que marca históricamente el origen y el destino de la vida de las empresas? El éxito mercantil, en un mundo tan competitivo como el que define a la realidad de las sociedades económicamente más avanzadas, pasa por vencer a los competidores en el duro partido por conseguir el favor de los clientes.

Esta tarea, a la que se enfrentan día a día todas las empresas que conocemos se torna imposible de no contar, como en el Fútbol, con una estrategia bien definida y un equipo humano coordinado y motivado para implementarla. Las ventajas competitivas ya no vienen determinadas por geniales ideas empresariales en un mundo en donde casi todo está inventado. No, lo que asegura el éxito es más una labor de aporte constante de valor, paulatina y conjunta por todos y cada uno de los que conforman una organización llegando así a conseguir la excelencia de convertir el todo en mucho más que la suma de sus partes.

¡Quien busque la Solución que siga viendo Fútbol…!.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Las Conferencias Frustrantes

Una manera tradicional de mejorar los conocimientos de toda persona comprometida con su desarrollo profesional y personal es asistiendo periódicamente a Conferencias sobre aquellas temáticas que le sean de su interés. Conferencias que siempre exigen una dedicación de tiempo y en ocasiones también de dinero que, al menos, debería ser meridianamente compensadas por los resultados finalmente obtenidos, buscando una óptima relación coste/beneficio.

Admito que las personas somos los animales que más se obstinan en tropezar con la misma piedra y confieso que, en cuanto a asistencias a Conferencias Frustrantes, yo soy uno de los que se llevarían el premio al más tropezón. O, al menos, esa es mi desolada impresión.

Esta semana, una vez más, he comparecido como oyente a una Conferencia sobre Talento, Liderazgo y Habilidades Directivas (mis especialidades como Business-Coach). El título era atractivo, el ponente de prestigio y el organizador del evento, una conocida Escuela de Negocios de la cual formo parte en su Claustro de Profesores. Todo apuntaba a la fiabilidad y aprovechabilidad del tiempo a dedicar, por lo que me inscribí y allí comparecí.

El resultado fue el de casi siempre: ¡frustración!.

Las Conferencias, en general, suelen ser un apropiado vehículo transmisor de datos, conocimientos y experiencias que el ponente nos presenta con mayor o menor fortuna comunicacional y didáctica. Por esto, la mayoría de las Conferencias normalmente nos trasladan solo información lo que, en ocasiones, si es apropiado y útil en el tratamiento de algunas materias pero claramente insuficiente en otras, cuyo aporte debería llegar a más.

Las Conferencias sobre Talento, Liderazgo y Habilidades Directivas corresponden a esta última tipología, pues todas ellas desgraciadamente se fundamentan en lo mismo: informar sobre cuales son las competencias óptimas (empatía, asertividad, delegación, escucha activa, trabajo en equipo, etc., etc., etc.) que definen a un profesional de éxito, algo tan normalmente ya sabido por todos que lo único que aportan finalmente es la originalidad del PowerPoint diseñado y algún que otro chiste contado con gracejo por el conferenciante.

Toda Conferencia que busque la mejora del comportamiento humano en cualquiera de sus facetas y situaciones no puede limitarse solo a constatar lo que hay que hacer sino que debe tratar de facilitar el cómo hacerlo, que es lo realmente difícil y verdaderamente útil para los asistentes, a la par que distingue aquellas Conferencias que realmente aportan valor de las que suponen una desilusionante pérdida de tiempo.

Yo, en las que tengo el honor de impartir, me esfuerzo denodadamente por hacerlo (si bien desconozco si lo consigo), por honestidad personal con esas personas a las que nunca agradeceré lo suficiente el que destinen una parte de su valiosa jornada profesional o personal a escucharme…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro