75.000 kilómetros…

Recientemente, un amigo y compañero motorista me trasladaba su evidente y natural orgullo por haber logrado cabalgar sobre su fiel montura mecánica hasta llegar alcanzar los 75.000 kilómetros conducidos. Escuchando esto, secretamente me albergaba la misma emoción, pues yo también he podido llegar a ese registro, pero con la sola ayuda de mis piernas.

Efectivamente, en 2006 cumplí mis 30 años como corredor aficionado y sobre la celebración de ese aniversario quise escribir un descriptivo relato (¡30 años corriendo!) que, cuatro años después, todavía recuerdo con el dulce estremecimiento que regalan los más difíciles retos alcanzados.

Hoy, a menos de dos meses para cumplir los 49, son ya 34 años de inquebrantable y constante militancia deportiva que, en una fiable aproximación kilométrica, me instalan en los 75.000 kilómetros corridos o lo que es lo mismo, casi dos vueltas completas alrededor del perímetro terrestre y con muchas ganas todavía de conseguir las míticas seis cifras antes de llegar a la sesentena.

Yo no soy un superhombre. Soy una persona corriente que nació con unas facultades físicas bien normales o quizás aun menos que eso (en el colegio, casi todos mis compañeros me adelantaban cuando había que correr), pero que se obstinó desde adolescente en cambiar el curso de unos acontecimientos tan predecibles como poco deseados en el fondo de mi corazón. Por tanto, mi aceptable estado de forma física actual no se debe a un amable regalo de la naturaleza, si no al constante y determinado esfuerzo desarrollado diariamente en los últimos dos tercios de mi vida.

Aceptar que lo valioso (a todos los niveles) nunca es ni será gratuito constituye el principio fundamental para instaurar la cultura del esfuerzo y su recompensa. Considerar por contra que el destino nos tiene reservados atractivos y gratuitos regalos porque sí, es sin duda el final de todo camino hacia la superación personal y el principio de la más aburrida y vital resignación…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro