El ejemplo de “Circo del Sol”


Desde hace años, uno de los casos más utilizados por las Escuelas de Negocios para ejemplificar el éxito empresarial en mercados maduros es el de Circo del Sol, marca canadiense conocida y disfrutada por medio mundo desde 1984, tanto por su lograda proyección internacional como por la gran amplitud del rango de edades de sus clientes.

Esta pasada Semana Santa viajé a Madrid por asuntos familiares y tuve la oportunidad de asistir a una función de “Corteo”, uno de sus actualmente 22 espectáculos en representación que, justamente, presumen de lleno diario allí donde se presentan.

Como ya viene siendo habitual cada vez que acudo a una de sus funciones salí muy satisfecho pues, al margen del esmerado cuidado y la bella factura conjunta del espectáculo, en cada producción siempre hay algo que es absolutamente excepcional y fuera de toda categoría. En este caso fue “Paraíso”, un número de trapecistas sin trapecio móvil (con marcos coreanos) donde las jóvenes y ágiles artistas revolotean ingrávidamente por los aires lanzadas literalmente por los brazos de unos fornidos y necesariamente precisos portores (hay un momento excepcional en el que una trapecista es lanzada hacia atrás y por debajo de las piernas de un portor, describiendo una inverosímil parábola ascendente hasta ser recibida por el que se encuentra a sus espaldas: absolutamente antológico y ajeno a toda lógica newtoniana).

En definitiva, la fórmula de este incuestionable éxito mundial sigue repitiendo unas constantes que han sido y son habituales en el circo de siempre: números de habilidad y riesgo aderezados con música y humor (solo excluyen los tradicionales animales amaestrados). No obstante, Circo del Sol triunfa frente a todas las demás ofertas circenses (incluso algunas mucho más veteranas y arraigadas en nuestra cultura popular) y todo ello sin traicionar ni transgredir en nada la herencia de un espectáculo más que centenario. ¿Cuál es la razón…?

De todas las variables que determinan el éxito de una propuesta empresarial o profesional (precio, producto, distribución, publicidad, etc.) hay una, quizás la más complicada de perfeccionar, pero que invariablemente siempre se ha revelado como la más eficaz con independencia de las circunstancias acontecidas en cada momento (crisis o bonanza económica, inestabilidad política o social, etc.). Se trata sin duda de la Calidad.

La Calidad entendida como un conjunto de atributos que trasladan al consumidor una atractiva y profunda sensación de conveniencia en el retorno de la inversión esperado. Aquello que atesora Calidad se explicará siempre por si mismo ahorrando muchos de los esfuerzos habituales en su comercialización, pues serán los propios usuarios quienes se encargarán inconsciente y gratuitamente de ello.

Hoy en día, en un escenario económico presidido por la madurez de la mayoría de los mercados y en donde es imposible pretender su sustitución inmediata por otros nuevos, la única receta que nunca fallará en aquellos es proponer Calidad en todo eso que pretendamos ofrecer (productos, servicios o incluso nuestra propia fuerza de trabajo laboral).

Además, la Calidad es la única cualidad que tiene la peculiaridad de ejercer calladamente una invisible e irresistible atracción en todos nosotros, combatiendo y difuminando esa tendencia universal a la priorización del Precio en las decisiones de compra (precio que fácilmente se olvida cuando lo que consumimos nos satisface realmente de verdad). Por esto mismo, sinceramente hoy solo conservo el recuerdo de un bello espectáculo por el que ya no me acuerdo lo que pagué o volveré a pagar en la próxima ocasión que se me presente para volver a ver al Circo del Sol…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Más allá de la Comunicación


Todos se comunican, pocos se conectan” es el último libro de John C. Maxwell, el célebre autor de más de 50 títulos sobre management entre los que destaca su éxito de ventas mundial “Las 21 leyes irrefutables del liderazgo”.

El Dr. Maxwell en esta ocasión desarrolla una atractiva teoría que apunta directamente a uno de los pilares actuales de la sociedad del siglo XXI: la comunicación. Su teoría defiende la existencia de un nivel superior y más eficiente a la comunicación que denomina “conexión”, diferenciándose esta de aquella por un sencillo paradigma: Mientras que la comunicación se establece pensando en uno mismo, la conexión solo tiene lugar cuando se piensa en el interlocutor. Es decir, la interlocución conectiva entre las personas solo es posible desde la empatía mientras que la comunicativa no necesariamente, lo que posiciona a la primera en un ámbito más elevado de efectividad.

Por tanto la conexión podríamos definirla como “comunicación + empatía”, combinación de cualidades que solo acontecerá si un mensaje cumple estos tres requisitos:

      1. Que incorpore confiabilidad en el emisor: nada es creíble si no es confiable.
      2. Que denote preocupación por el interlocutor: el interés por los demás, además de sentirse, debe explicitarse.
      3. Que traslade ayuda potencial: siempre el… “para lo que haga falta” sincero y predispuesto.

Para todo ello y además, será imprescindible no caer en ninguno de los siguientes peligros en la relación interpersonal:

      • Prejuicio: ya sé lo que saben, sienten y quieren los demás.
      • Arrogancia: no necesito saber lo que saben, sienten y quieren los demás.
      • Indiferencia: no me interesa saber lo que saben, sienten y quieren los demás.
      • Control: no quiero que los demás sepan lo que yo sé, siento y quiero.

Además habría que hacer notar que la conexión es un asunto que excede a lo que decimos, pues la palabra no es lo suficientemente poderosa y omnicomprensiva para contemplar “fotográficamente” todo lo que pretendemos expresar. Generalmente es a partir de todas nuestras manifestaciones conductuales como nos interrelacionamos, siendo las responsables del mayor o menor grado de proximidad o lejanía que finalmente consigamos establecer con los demás.

Esto mismo lo sintetiza y estructura Maxwell, definiendo los cuatro componentes básicos de la conexión:

      1. Conexión Verbal: es necesario expresarse con propiedad, tal y como aseguraba Mark Twain al decir que… “La diferencia entre la palabra correcta y la casi correcta es la misma que la existente entre la luciérnaga y el relámpago”.
      2. Conexión Visual: la mayor parte de lo que se interpreta de nuestro mensaje viene determinado por nuestra expresión gestual que, además de todos los movimientos corporales (incluida la mirada), también contempla la imagen personal.
      3. Conexión Intelectual: adecuar siempre nuestro mensaje al nivel de nuestro interlocutor lo hará más comprensible e interesante para él.
      4. Conexión Emocional: mostrar una actitud ambivalente (receptiva / proactiva) según la ocasión, facilita los canales de encuentro sensorial con los demás al eliminar las habituales barreras de precaución relacional.

Sin duda, puede realmente haber un más allá de la comunicación llamado conexión que, a la par de trasladar el mensaje, es capaz de acercar emocionalmente a las personas a pesar de las virtuales distancias electrónicas que hoy parece todo lo dominan en nuestra relación… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La Humildad y Erwin Schrott

erwin-schrott.jpgErwin Schrott es sin lugar a dudas uno de los barítonos más solicitados actualmente en el panorama operístico internacional. A sus notables cualidades vocales se une su atlética apostura y una facilidad actoral que tradicionalmente es inusual en los cantantes líricos, más preocupados por la voz que por la imagen y el gesto.

anna-netrebko.jpgAdemás es el flamante esposo de Anna Netrebko, la extraordinaria y bella soprano rusa que en los últimos años triunfa apoteósicamente por doquier, levantando encendidas pasiones y a la que se disputan enconadamente todos los principales coliseos de la Ópera mundial.

Podríamos decir que ellos son ahora a la Ópera lo que Brad Pitt y Angelina Jolie al Cine, es decir, el glamur canoro de “Erwinanna” frente al cinematográfico de “Brangelina”.

Aprovechando que el Sr. Schrott se encuentra estos días en Valencia cantando el Dulcamara de “L´elisir d´amore” (Donizetti), el pasado sábado me lo presentaron y tuve la oportunidad de charlar personalmente con él unos minutos en la cafetería del Palau de les Arts Reina Sofía. Lo primero que le comenté es que el verano anterior pude aplaudirle, una vez más, escuchándolo interpretar al resignado y guasón Leporello de “Don Giovanni” (Mozart) en el Festival de Salzburgo y a su mujer, al día siguiente, en un “Romeo y Julieta” (Gounod) que puso a la Felsenreitschule patas arriba.

Dicho esto, semejante confesión de rendida y moto-viajera admiración podía hacer presagiar la más excelsa demostración de divismo por parte de alguien que parece pudiera tener “licencia para levitar” sobre el resto de los mortales, entre los que por supuesto me encuentro yo mismo. ¡Pues no!: conversamos tan sencilla y coloquialmente como lo pueda yo hacer a diario con cualquiera de mis amigos, también mortales ellos.

Siempre he admirado la contención de quien, poseedor de un talento especial y reconocimiento en algo, no se vanagloria públicamente del mismo dejando al criterio de los demás la consideración del premio a su valía. Sin duda, el único testigo imparcial del éxito.

Saberse competente en el desempeño de una tarea o actividad y no publicitarlo en cada oportunidad encontrada (o incluso buscada) es labor poco menos que imposible, de no atesorar la cualidad que distingue a todos los grandes hombres y mujeres que han sido merecedores de un recuerdo en la historia de la humanidad: ”La Humildad”.

Pero Humildad entendida no como una pose de falsa modestia encubridora de verdadera soberbia, sino como la constatación de que la notoriedad en algún área de la vida no puede presuponer superioridad análoga en las demás y ante los demás, por lo que nadie podrá ser mejor que alguien por muy bien que logre, por ejemplo, entonar las dulces e inmortales notas de una deliciosa partitura mozartiana.

Por todo esto y ahora, soy doblemente admirador de quien luce como gran cantante y brilla como mejor persona… Erwin Schrott.

 

Saludos de Antonio J. Alonso

Las Piedras de la Vida


Últimamente me pregunto mucho sobre cuál es la justificación que explica los diferentes estados de ánimo por los que solemos atravesar. ¿Porqué un día percibimos la botella medio vacía cuando el anterior la veíamos a medio llenar? ¿Que nos lleva desde la ilusión al desencanto sin solución de continuidad?

En definitiva, ¿qué razón determina qué nuestra actitud ante la vida se asemeje más a una alocada veleta en la playa de Tarifa que al brazo impasible de la estatua catalana de Colón frente al mar?

La respuesta más común y generalista seria afirmar que es nuestra misma condición de persona, con toda su carga emocional, la que determina esa volubilidad. No obstante, yo no puedo conformarme con este golemaniano recurso explicativo que, de tanto utilizar, hemos llegado a desnaturalizar. Las emociones no se pueden configurar como explicación recurrente de todo lo que nos viene a pasar.

Siempre he defendido que la cara que le ponemos cada día a la vida viene muy condicionada por las expectativas de futuro que seamos capaces de crear, siendo tanto más risueña cuanto más ilusiones alberguemos de fijación y consecución de objetivos, pues sin horizontes que contemplar no necesitaremos ojos para soñar.

Establecer destinos vitales es imprescindible para salvaguardar nuestra motivación de los peligros del desencanto y el aburrimiento, aunque ello se deba acompañar de la deficición de los caminos para llegarlos a alcanzar. Desarrollar y acometer planes de acción que nos acerquen a nuestros deseos se ha constituido en la mejor vacuna antidepresiva que nadie haya podido inventar.

Pero la identificación del a dónde y el por dónde debemos caminar en nuestra vida también deberá ser necesariamente acompañada por la determinación del cómo conseguirlo, para lo que no hay mejor herramienta que priorizar, aplicando nuestros esfuerzos hacia aquello que realmente más nos interese lograr.

El secreto de la vida no es más que el de ser capaces de llenar nuestro recipiente existencial del contenido que más nos importe y por su orden de interés, dejando fuera todo lo accesorio, tal y como Stephen Covey nos sugiere en esta ilustrativa parábola pedregal…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro