¿Yo… o mis Circunstancias?


¡Qué razón tenía José Ortega y Gasset!… al reducir la realidad vital de cada persona a simplemente dos agentes protagonistas: uno mismo y aquello que le rodea.

Sobre el “Yo”, objeto principal de la mayoría de mis reflexiones, por esta vez no hablaré pues son las “Circunstancias” quienes también deben merecer aquí un espacio de consideración.

Para comenzar valgan estas palabras de Mariano José de Larra:

“Las circunstancias, he pensado muchas veces, suelen ser la excusa de los errores y la disculpa de las opiniones. La torpeza o mala conducta hallan en boca del desgraciado un tápalo todo en las circunstancias, que, dice, le han traído a menos…

…las circunstancias hacen a los hombres hábiles lo que ellos quieren ser y pueden con los hombres débiles; los hombres fuertes las hacen a su placer o tomándolas como vienen sábenlas convertir en su provecho.

¿Qué son por consiguiente «las circunstancias»?. Lo mismo que la fortuna: palabras vacías de sentido con que trata el hombre de descargar en seres ideales la responsabilidad de sus desatinos; las más veces, nada. Casi siempre el talento es todo”.

Y en esta misma línea de pensamiento podemos continuar con una célebre frase de Benjamín Disraeli, aquel Primer Ministro británico que dijo:

“El hombre no es hijo de las circunstancias pues son estas las hijas del hombre”.

También el famoso escritor irlandés George Bernard Shaw se ocupó del tema:

“La gente siempre culpa a las circunstancias de lo que ellos son. Yo no creo en las circunstancias. Las personas que avanzan en este mundo son las que se levantan y buscan las circunstancias que desean… y sino las encuentran, las crean”.

Finalmente, el mismo Ortega nos revela su propia opinión sobre la frase que hizo famosa, diciendo:

“No somos disparados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente determinada. Es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter”.

Llegados aquí podríamos concluir que el “Yo”, de proponérselo, es capaz de dominar su entorno sin verse condicionalmente influido por él, teoría en mi opinión errónea por cuanto ningún maximalismo podrá explicar nunca acertadamente la realidad.

Las “Circunstancias”, claro está que determinan una parte del transitar de las personas por su vida. Parte que resultaría imposible cuantificar en su magnitud para todos por igual pues esta misma necesariamente dependerá de múltiples factores diferentes que afectan a cada cual. Por ejemplo, el hecho fortuito de nacer en un país subdesarrollado en lugar de uno avanzado si condiciona enormemente las oportunidades de crecimiento, al margen de las actuaciones personales. En cambio, en algo tan común en nuestros días como lo son los divorcios matrimoniales, el talante y la actitud de los ex-conyuges tienen un protagonismo casi total en el resultado final de esa situación de ruptura que quiere caminar hacia la plena normalización de sus vidas.

Como siempre, el triunfo radica en la capacidad propia para repartir honestamente responsabilidades (tanto en el éxito como en el fracaso) entre lo que es debido a uno mismo y aquello que es correspondiente al entorno o circunstancias, para así no dejarse llevar nunca por las irresistibles tentaciones de abdicar del compromiso personal con la construcción de nuestro particular y deseado futuro 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

110 razones para el Inconformismo

Reconozco que soy un “inconformista” visceral pues en mi infancia ya demostraba una marcada tendencia a cuestionar lo que mis mayores me proponían, muchas veces incluso sin saber bien las razones de ello. Luego, de joven, un añorado profesor me ayudó a buscar esas razones regalándome la mejor enseñanza que yo pudiera aprender nunca para caminar por la vida: “pregúntate siempre el porqué de todas las cosas antes de asumirlas”. Ahora, que ya soy mayor, jamás ahorro “porqués” aunque ello empine algo más la cuesta de mi vida.

Conformarse o no con algo depende de las respuestas que nos demos a las preguntas que nos formulemos, considerando que “conformidad” y “asunción” no son lo mismo ni deben necesariamente caminar siempre juntas. Algunos diccionarios definen al “inconformista” como el que no acepta activamente algunos de los valores, normas y modelos de conducta de la sociedad en que vive. No obstante, también podríamos decir que se puede asumir algo sin necesariamente estar conforme con ello en una suerte de aceptación pasiva, como suele ocurrir normalmente con algunas leyes y decretos de ordenación social que, no siendo de nuestro agrado, las cumplimos.

Precisamente la actualidad española más reciente nos está brindando no pocos motivos para el inconformismo en forma de torrencial aguacero de discutibles normas gubernamentales limitadoras de nuestra capacidad de actuación (fumar clandestinamente, conducir cansinamente, navegar por Internet con cleptómana sensación, etc.), cuyos “porqués” no fácilmente encuentran respuestas convincentes para todos los implicados y configuran un preocupante panorama que cuestiona el donde deben posicionarse las fronteras en la actuación ejecutiva de los poderes públicos frente a la capacidad de elección del pueblo soberano.

selected.jpgEn “Selected”, recientemente publicado por Mark van Vugt y Anjana Ahuja, se defiende la teoría de que la subordinación en las personas es instintiva pues a lo largo de la evolución humana parece que nos hemos ido acostumbrando genéticamente a que alguien siempre nos “mande” lo que debemos hacer (desde el Jefe de la Tribu antes, hasta el Jefe del Gobierno hoy) y de esta manera subsidiaria nos manejamos mejor que cuando estamos obligados a generar todas las decisiones de nuestra vida (esto, de ser cierto, podría explicar la evidente escasez de verdaderos líderes naturales en todos los órdenes de la sociedad).

Manifestar inconformismo cuando entendemos que la razón nos asiste es la mejor opción para defender activamente nuestro criterio frente a algunas actuaciones cuestionables de los poderes institucionales y todavía lo es más cuando son tantas como 110 las razones que kilométricamente nos lo justifican… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La Era de la Oportunid@d

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¡Qué difícil es la comprensión de los momentos de cambio cuando estos se están produciendo! Más tarde, la perspectiva que nos regala el paso del tiempo suele permitirnos visualizar nítidamente aquello ocurrido como algo natural y perfectamente explicable aunque, indudablemente, solo es al comienzo cuando el ser consciente de esas transformaciones que acontecen puede abrir múltiples oportunidades de desarrollo que después, ya conocidas y “descontadas” por todos, se habrán desvanecido como agua entre las manos.

Creo que no me equivoco si afirmo que nos encontramos inmersos en una época de profunda transformación cuya trascendencia, todavía difusa, apunta a configurar este como uno de esos puntos de inflexión que han caracterizado los “arreones” en los que se ha basado el avance de la Historia de la Humanidad. A ello contribuye fundamentalmente, al margen de otros agentes entiendo que menores, la confluencia de dos realidades caracterizadas por su volcánico potencial dinamizador:

La profunda y persistente Crisis Económica global

El desarrollo exponencial de los Sistemas de Información Electrónica

La profunda y persistente Crisis Económica mundial y las consiguientes dificultades vivenciales a las que nos somete a todos determina el mejor caldo de cultivo para la insatisfacción personal y por consiguiente para la orientación proactiva hacia las necesarias actuaciones reparadoras. Los tiempos de bonanza anestesian y los de crisis espabilan.

Por su parte, el desarrollo exponencial de los Sistemas de Información Electrónica, en todas sus vertientes, nos ofrece la herramienta de entendimiento e interactuación social más poderosa que ha tenido el hombre nunca, al haber logrado derribar todas las barreras de conocimiento y comunicación hasta la fecha existentes. El mundo al alcance de cada cual con solo mover el dedo que activa un “click”.

Es evidente que “Crisis Económicas” llevamos contabilizadas una buena cantidad en los últimos 100 años, pero nunca habían coincidido en el tiempo con una evolución tan revolucionaria de la tecnología como la que ahora vivimos, por lo que su simultaneidad actual seguro está ejerciendo de irremediable detonante de un trascendental cambio de “Era”. Cambio de Era al que siempre viene asociada la “Oportunidad”.

Una de las consecuencias más trágicas de la Crisis Económica actual es su traslación directa al mercado laboral que, mes tras mes, se desangra sin solución de continuidad configurando una triste realidad social presidida por el omnipresente desempleo y cuyo arreglo ya no puede descansar en el tan esperado cambio de tendencia económica, pues el vigente modelo mayoritario de “trabajo por cuenta ajena” nunca ya será estructuralmente válido.

Este cambio de Era, entre otros aspectos, va a configurar la consolidación de un nuevo agente laboral que alcanzará gran protagonismo en el entramado económico de los países desarrollados en un futuro próximo: el Pequeño Emprendedor, autónomo o con una ligera estructura, que desvincule su futuro de la necesidad de pertenecer a la plantilla de una empresa como única vía de subsistencia profesional.

Aquellos quienes hoy se encuentran en una situación laboral precaria (desempleados o insatisfechos con su ocupación) deberán cambiar su acomodaticio paradigma orientado exclusivamente a la búsqueda del cobijo que genera el maternal marco de seguridad de las empresas y considerar que puede haber otros caminos de desarrollo profesional, más libres y personalizados, que también propicien la necesaria cobertura financiera a la vez que faciliten la deseada conciliación con la vida personal.

Hace nueve años yo mismo quise anticiparme al intuido cambio buscando mi Oportunid@d profesional al abandonar una creciente y exitosa trayectoria directiva en el ámbito de las entidades financieras para transitar hacia la independencia de una profesión liberal como “Business Coach” y hoy, puedo asegurar, todavía sigo felicitándome por ello… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡Quieto todo el mundo!


En estos días estamos recordando el esperpéntico y decimonónico intento de golpe de estado acaecido en España hace 30 años y quienes teníamos uso de razón entonces (a mi me sorprendió asistiendo a una clase vespertina en la Universidad) nunca olvidaremos que todo comenzó con una voz imperativa y arrabalera que por varias veces gritó…

¡¡¡QUIETO TODO EL MUNDO!!!

Esta frase, que ya es historia de la democracia española, tiene un significado que trasciende su evidente primera lectura para describirnos toda una declaración de intenciones soterradas que condicionan al ser humano y son ahora, en tiempos difíciles, de rabiosa actualidad.

Con seguridad, quien la pronunció (el Teniente Coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero Molina) y como lo hizo (pistola en mano y dirigiéndose al hemiciclo donde se encontraban sentados los diputados que votaban la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como nuevo Presidente del Gobierno), tenía como intención el que nadie hiciese nada. Es decir, la inacción de los representantes del poder popular a la espera de un destino marcado por misteriosas órdenes militares que constituirían un nuevo orden de gobierno nacional.

El propósito de la frase, ya desde el comienzo, no fue conseguido pues ante las intimidatorias ráfagas de los primeros disparos de ametralladora algunos diputados manifestaron su contrariedad frente a la situación, permaneciendo sentados sin atender a las ordenes de… ¡Todo el mundo al suelo! Incluso dos de ellos (el Teniente General Gutiérrez Mellado y el todavía Presidente del Gobierno, Adolfo Suarez) se levantaron para “no estar quietos”, tal y como les mandaban. A partir de aquí y durante aquella oscura y larga noche invernal de incertidumbre en el Congreso de los Diputados, otros parlamentarios también “dejarían de estar quietos” en sus escaños. Era el comienzo del final que ya todos conocemos.

Permanecer quieto ante una situación que no es de nuestro agrado es la mejor forma de perpetuarla para empeorarla. Solo moviéndonos podremos contribuir a cambiarla.

Afortunadamente, hoy nadie nos puede obligar a estar quietos y contamos con la libre posibilidad de actuar para tratar de modificar nuestras personales situaciones vivenciales cuando estas no son de nuestro entero agrado. Si no lo hacemos suele ser por razones propias (¡no nos engañemos con escusas balsámicas y autocomplacientes que siempre apuntan hacia afuera!) porque normalmente optamos por ese camino más fácil, asfaltado de mansa resignación, al aceptar lo que llamamos “nuestro destino”.

Destino que afortunadamente nunca está prefijado, pues de lo contrario quizás hoy yo no podría estar escribiendo estas letras con la entera libertad que me permite el estado de garantías cívicas que entre todos nos hemos dado en España y que tenemos la obligación de seguir defendiendo con la única actitud que resulta efectiva ante lo insatisfactorio…

¡¡¡MUÉVASE TODO EL MUNDO!!!

 Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Lo que quieren las mujeres


Cuando era veinteañero y mi padre todavía vivía, mantuvimos innumerables discusiones respecto de la igualdad de géneros. Igualdad no entendida en el sentido social y legal, que aquí si coincidíamos, si no en cuanto a la idiosincrasia y forma de comportarse ante la vida de unos y otras. Yo por entonces siempre defendía que por ser hombre o mujer no había distinción vital, lo contrario que pensaba él. Hoy ya no tendríamos motivos para discrepar.

¿Por qué? Quizás porque ahora tengo casi la edad que entonces tenía mi padre y la vida me ha demostrado que aquello que desde la bisoñez de la utopía igualitarista defendía sin conocimiento empírico, no necesariamente tenía por qué ajustarse la realidad que he podido observar.

Soy consciente del peligro de la generalización al definir algo o a alguien, aunque en muchas ocasiones es necesaria para avanzar en su entendimiento. Decir que las personas mediterráneas son morenas y las nórdicas rubias es generalizar, pues ni las unas ni las otras son todas así, aunque la mayoría si responden a esa definición de color capilar, por lo que su identificación generalizada puede ser permitida sin contradecir a las excepciones que se puedan dar.

Hombres y mujeres, personas ambos, son diferentes física (es obvio) pero también emocionalmente. Desconozco que parte de culpa es debida a la genética y cual a la educación y en ello ahora no voy a entrar.

El estudio profundo de estas distinciones de género históricamente no ha sido muy del interés de los pensadores, relegándose a poco más que un foco de inspiración para los artistas (como poéticos glosadores del eterno femenino) y desgraciadamente también para esos otros, inventores de burdos y sexistas chistes de salón, que identifican al sujeto femenino como un mero objeto de interés visual y sexual.

Quizás todo esto se explique por el marginal protagonismo económico que la mujer secularmente ha detentado en la sociedad y su escaso manejo de esos hilos del poder que, dicen, mueven al mundo sin llegarse a notar. Sin embargo, la realidad actual en los países más desarrollados ha cambiado y sus mujeres, con valía y mucho esfuerzo, han alcanzado cotas de protagonismo más allá del ámbito tradicionalmente estético o familiar, que ya las hacen merecedoras de la atención de los analistas socioeconómicos de mayor reputación mundial.

Uno de ellos es Paco Underhill, psicólogo ambiental, fundador y CEO de la multinacional de investigación de mercados Envirosell y quizás uno de los expertos más acreditados en el análisis de los comportamientos del consumidor que podamos encontrar. En su libro publicado en 2010, Lo que quieren las mujeres (What Women Want), nos propone una caracterización de la mujer actual que, aunque desde una perspectiva mercadotécnica, podría traspolarse también a otros ámbitos de su personalidad.

Según Underhill, lo que quieren las mujeres de hoy viene determinado por cuatro cualidades que son las que más valoran en las cosas (lo que les decide qué productos y servicios consumir) y particularmente considero que también pueda serlo en las personas (lo que les decide que pareja o amistades elegir):

      • La Seguridad: Derivado posiblemente de una necesidad atávica de protección ante su menor fortaleza física, las mujeres aprecian todo aquello que generalmente eluda el peligro gratuito y garantice la estabilidad y la armonía.
      • La Adaptación: Valoran aquello que tienda a adecuarse a sus gustos y cuya flexibilidad permita una acomodación a sus preferencias.
      • El Respeto: Aprecian la consideración integral hacia su persona.
      • La Higiene: Estiman muy positivamente todo lo referido a la limpieza como referente de salud, confort y perdurabilidad.

Estoy convencido de que si los hombres nos esforzamos en conocer mejor lo que quieren las mujeres habremos dado el primer paso para solicitar que también ellas descubran lo que queremos los hombres, mundos puede que algo diferentes pero no inevitablemente distantes con toda seguridad… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Lo que une a las personas


Muchas veces me he preguntado qué es lo que acerca y une a las personas, que atrae a la gente en los casos en que no existe un vínculo de relación predeterminado como lo pueda ser el familiar, en esas situaciones en que la elección es libre y no impuesta por las circunstancias, cuando la autonomía de decisión solo depende de la voluntad y el criterio personal.

¿Por qué nos aproximamos más a ciertas personas que a otras? ¿Qué nos lleva a elegir pareja, amigos, socios, colaboradores, etc.? ¿Qué apreciamos en los demás que nos atrae hasta el punto de querer compartir con ellos nuestro tiempo, eso que valoramos más?

No puede haber una respuesta general pues la atracción entre las personas se explica a partir de un cóctel integrado por muchos ingredientes que no se repiten por igual en cada cual, al ser los gustos algo tan particular. No obstante, de todos ellos, hay uno que destaca poderosamente sobre los demás y que no suele nunca faltar a la hora de fijarnos en quienes nos rodean, constituyéndose siempre en condición necesaria y hasta suficiente por lo normal.

Es… ¡la ADMIRACIÓN!

Los diccionarios definen la ADMIRACIÓN como… la consideración que se tiene a alguien o algo por sus cualidades, quedando aquí patente que son las cualidades quienes la determinan y derivan a su vez en una consideració especial. Cuando de alguien valoramos con intensidad positiva alguna de sus cualidades comenzamos a admirarlo, fascinándonos su habilidad y sintiendo una fuerza invisible que ejerce del más potente imán de atracción humana mientras persista esa cualidad.

De todos, quizás el ejemplo más evidente del poder de encantamiento de la ADMIRACIÓN lo encontramos en las relaciones sentimentales de pareja, que suelen comenzar desbocadamente cuando el enamoramiento ejerce de sublimador de las virtudes del sujeto amado y ocultador de lo que no suele gustar. Nos enamoramos porque admiramos algunas (no necesariamente todas ni las más importantes) características personales de la pareja y nos desenamoramos cuando ya no somos capaces de percibirlas, bien porque al principio no fueron realmente ciertas o porque siéndolo hayan sido perdidas por la persona amada al cambiar (George Sand dijo que… el amor sin admiración solo es amistad).

En el mundo laboral la ADMIRACIÓN también es muy determinante al ser consustancial con el liderazgo profesional, encontrándose difícilmente líderes naturales que no sean admirados por sus colaboradores quienes, llevados por esta consideración especial, suelen convertirse en fieles seguidores e incluso  imitadores de su actuar. En el extremo opuesto se encontrarían los jefeadores que, carentes de toda cualidad admirable, generan en sus subordinados desinterés, distanciamiento y malestar.

En general, la ADMIRACIÓN se sustenta en el hecho de percibir que otra persona realiza algo que valoramos como significativo y de forma evidentemente mejor que uno mismo. Si lo valorado además es ejecutado con excelencia, la ADMIRACIÓN se convierte en veneración, generando sentimientos de lo que llamamos amor platónico, en el que se sustenta el fenómeno de los fans en todas sus intensidades y variedad (música, literatura, deportes, etc.). Personalmente confieso una vez más que siento admiración por los directores de orquesta, a muchos de los cuales sigo desde hace años en sus conciertos viajando en motocicleta para poderles escuchar.

Si admirar depende de uno mismo, ser admirado desde luego que también. Todo parte del compromiso y la voluntad personal para desarrollar obstinadamente aquellas capacidades (cualesquiera y sin importar su trascendencia) para las que mejor dotados estemos y nos distingan algo de los demás. Hablar con serenidad, ser disciplinado, no enfadarse, tener sentido del humor y tantos como estos son claros argumentos por sí mismos para atraer a los demás. Sin excepción, todos albergamos suficientes razones internas para ser por algo admirados, pero no todos somos capaces de desarrollarlas y exteriorizarlas al exigir un esfuerzo que no solemos estar dispuestos a entregar y como todo en la vida, siempre será necesario para mejorar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro