Lo que une a las personas


Muchas veces me he preguntado qué es lo que acerca y une a las personas, que atrae a la gente en los casos en que no existe un vínculo de relación predeterminado como lo pueda ser el familiar, en esas situaciones en que la elección es libre y no impuesta por las circunstancias, cuando la autonomía de decisión solo depende de la voluntad y el criterio personal.

¿Por qué nos aproximamos más a ciertas personas que a otras? ¿Qué nos lleva a elegir pareja, amigos, socios, colaboradores, etc.? ¿Qué apreciamos en los demás que nos atrae hasta el punto de querer compartir con ellos nuestro tiempo, eso que valoramos más?

No puede haber una respuesta general pues la atracción entre las personas se explica a partir de un cóctel integrado por muchos ingredientes que no se repiten por igual en cada cual, al ser los gustos algo tan particular. No obstante, de todos ellos, hay uno que destaca poderosamente sobre los demás y que no suele nunca faltar a la hora de fijarnos en quienes nos rodean, constituyéndose siempre en condición necesaria y hasta suficiente por lo normal.

Es… ¡la ADMIRACIÓN!

Los diccionarios definen la ADMIRACIÓN como… la consideración que se tiene a alguien o algo por sus cualidades, quedando aquí patente que son las cualidades quienes la determinan y derivan a su vez en una consideració especial. Cuando de alguien valoramos con intensidad positiva alguna de sus cualidades comenzamos a admirarlo, fascinándonos su habilidad y sintiendo una fuerza invisible que ejerce del más potente imán de atracción humana mientras persista esa cualidad.

De todos, quizás el ejemplo más evidente del poder de encantamiento de la ADMIRACIÓN lo encontramos en las relaciones sentimentales de pareja, que suelen comenzar desbocadamente cuando el enamoramiento ejerce de sublimador de las virtudes del sujeto amado y ocultador de lo que no suele gustar. Nos enamoramos porque admiramos algunas (no necesariamente todas ni las más importantes) características personales de la pareja y nos desenamoramos cuando ya no somos capaces de percibirlas, bien porque al principio no fueron realmente ciertas o porque siéndolo hayan sido perdidas por la persona amada al cambiar (George Sand dijo que… el amor sin admiración solo es amistad).

En el mundo laboral la ADMIRACIÓN también es muy determinante al ser consustancial con el liderazgo profesional, encontrándose difícilmente líderes naturales que no sean admirados por sus colaboradores quienes, llevados por esta consideración especial, suelen convertirse en fieles seguidores e incluso  imitadores de su actuar. En el extremo opuesto se encontrarían los jefeadores que, carentes de toda cualidad admirable, generan en sus subordinados desinterés, distanciamiento y malestar.

En general, la ADMIRACIÓN se sustenta en el hecho de percibir que otra persona realiza algo que valoramos como significativo y de forma evidentemente mejor que uno mismo. Si lo valorado además es ejecutado con excelencia, la ADMIRACIÓN se convierte en veneración, generando sentimientos de lo que llamamos amor platónico, en el que se sustenta el fenómeno de los fans en todas sus intensidades y variedad (música, literatura, deportes, etc.). Personalmente confieso una vez más que siento admiración por los directores de orquesta, a muchos de los cuales sigo desde hace años en sus conciertos viajando en motocicleta para poderles escuchar.

Si admirar depende de uno mismo, ser admirado desde luego que también. Todo parte del compromiso y la voluntad personal para desarrollar obstinadamente aquellas capacidades (cualesquiera y sin importar su trascendencia) para las que mejor dotados estemos y nos distingan algo de los demás. Hablar con serenidad, ser disciplinado, no enfadarse, tener sentido del humor y tantos como estos son claros argumentos por sí mismos para atraer a los demás. Sin excepción, todos albergamos suficientes razones internas para ser por algo admirados, pero no todos somos capaces de desarrollarlas y exteriorizarlas al exigir un esfuerzo que no solemos estar dispuestos a entregar y como todo en la vida, siempre será necesario para mejorar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

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