El San Carlo, entre la Ópera y el Futbol

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Primavera clara y juvenil la que nos sorprende cada Mayo, como si no supiéramos de su puntual llegada tras el reciente frio e inevitable partida hacia el temido calor.

Por ello, este esperado Mayo del 2.012 me propuse no dejar que otra vez se me fuera y para garantía de perennidad en mi recuerdo que mejor que la que asegura la emoción de la música. Escuchar una “Boheme” en el Teatro San Carlo de Nápoles, el más antiguo en activo del mundo (1.737), fue mi segura elección.

imag0129.jpgAsistir por primera vez a una representación lírica en uno de los teatros de Ópera que han escrito la historia del género me sumerge siempre en un atropellado ramo de sensaciones contrapuestas que se enroscan en esa que más siento en mi corazón: la rendida admiración por un histórico continente que tantos contenidos históricos albergó.

Como siempre es mi costumbre, visité el Teatro San Carlo en la mañana de la representación, compartiendo explicaciones y fotografías con el inefable grupo de turistas de mi turno. Si hay algo que me sigue sorprendiendo es que, normalmente todavía, sigo siendo el más joven componente de estas improvisadas cuadrillas y ello, cuando ya he cumplido los cincuenta, sin duda es tremendamente preocupante para el futuro de uno de los legados artísticos más importantes de la humanidad.

Un Teatro de Ópera vacio es como un Stradivarius sin violinista, tan bello pero tan mudo que al verlo callado siempre creemos percibir su sonido. Pasear por las solitarias dependencias del viejo teatro napolitano y no sentir atmosféricamente sus casi trescientos años de aplausos es la mejor traición que se le podría ocurrir a un alma sin sentimiento. Y desde luego esa no es la mía, pues confieso que alguna lágrima se me escapó sentado en ese Palco Real de trasnochada decoración, pero que tantos hombres ilustres acogió.

p1010609.JPGUno de los detalles curiosos del Teatro es su singular reloj situado sobre el escenario, pues lo que giran son las horas manteniéndose quieta la manecilla que las indica, en este caso representada por el brazo de una figura mitológica alada a la que acompaña otras más. No puede haber una alegoría mayor sobre el tiempo en el Teatro que más lo tiene, al decirnos que aquel es quien transcurre, quedando el hombre como estático testigo de su pasar.

También merece significar la presencia repetitiva de espejos en cada palco cuya disposición varía, no tanto para el uso de los ocupantes, sino porque se encuentran diferencialmente orientados de forma que desde el Palco Real puedan ser divisados todos los asistentes.

p1010621.JPGAdemás, algunos de esos palcos (los del proscenio), fueron ocupados nominal y vitaliciamente por grandes figuras de la Ópera italiana que dirigieron el Teatro como Verdi, Donizetti o Rossini, cuya residencia en la Vía Toledo me detuve absorto a contemplar.

El resto de dependencias en estos coliseos, como es preceptivo, sirven para ver y ser vistos, destacando el sereno Foyer como sala principal de reunión en los entreactos.

La tienda, lugar de paso obligado en mis todas mis nuevas visitas para completar mi colección de tazas recuerdo, no se encuentra en el Teatro sino en el Palacio Real anexo. Su principal atractivo es el de la magnífica exposición permanente sobre el mundo de la Ópera que ofrece, cuya mezcla de propuestas audiovisuales e interactivas, la configuran como la mejor propuesta de todas la que yo haya visto.

imag0156.jpgPese a los aplausos finales, de la representación vista de “La Boheme” no hablaré, testimoniando así la intrascendencia de esta producción que con seguridad no formará parte de las antologías del Teatro San Carlo.

De lo que no puede existir duda alguna es del profundo enraizamiento que el canto lírico tiene con el pueblo italiano. Mi estancia en Nápoles estuvo salpicada de ejemplos de ello, que transitan desde los inmejorables intérpretes ambulantes de “napolitanas” en cualquier trattoria de barrio hasta las numerosas promesas “belcantistas” que como girasoles persiguen la dorada gloria del triunfo internacional. Con alguna de ellas, presentada por el recepcionista de mi hotel, pude mantener una animada conversación que nunca olvidaré.

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Y si Italia es el país más musical, no es menos uno de los más amantes del futbol y así me lo demostró la última noche de mi estancia en la ciudad creadora de la pizza Margarita, cuando el equipo local ganó la Copa de Italia y lo festejó sin discreción precisamente a los pies de mi hotel (donde se encontraba la fuente de Neptuno), recordándome durante toda esa madrugada (yo me levantaba a las 4:30 h. para coger el avión de regreso) que si la lírica es su pasión, el futbol es su devoción, en una suerte de amalgama de sentimientos bipolares que solo los mediterráneos sabemos, en ocasiones demasiado ruidosamente, combinar.

Saludos de Antonio J. Alonso

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