La religión y la humildad de todo lo demás

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En mis artículos no suelo hablar de política o de religión por una cuestión de economía mental: lo que no tiene remedio no me debe preocupar. Es decir, nada se puede argumentar en torno a estos asuntos que pueda convencer a los demás. Son temas articulados por la fe impermeable a la razón, la esperanza infinita en algo mejor y la caridad que siempre viene tras el propio yo .

No obstante, un artículo publicado el pasado 27/10/2016 en el diario “El País” (“Las ventajas de tener muchos dioses” de Maurizio Bettini) me invita a tomar la religión como motivo para hablar de la humildad. En dicho escrito se considera a la teología o las teologías como productos culturales y esto no ofenderá a nadie pues una de las acepciones de “cultura” se refiere a… “el conjunto de saberes, creencias y pautas de conducta de un grupo social”. A partir de aquí, entre otras tesis, el autor del interesante texto defiende que la mayoritaria característica pluriteísta de la antigüedad (antes de la aparición del cristianismo) evitó las disputas religiosas pues los pueblos no entendían de apostasía, admitiendo de buen grado los dioses de los demás, añadiéndolos o cambiándolos por los suyos sin más cuestionar. Una de las razones de ello quizás sea porque creían en los conceptos divinos más que en su representación verbal y así que Zeus pasase a llamarse Júpiter a nadie incomodaba si ambos personificaban al padre de los dioses y creador de la humanidad. Además, toda inclusión que aportase protección y nuevos favores era bien recibida pues en aquel entonces… “más era más”. Luego, con Cristo y Alá todo esto cambió y a nadie se le permitió abjurar. Las guerras de religión para evangelizar pronto se convirtieron en patente de corso para conquistar reinos y buscar el enriquecimiento personal. Hoy en día todavía se mata por defender a un solo dios verdadero que, paradójicamente y en cualquiera de sus manifestaciones, siempre predica la fraternidad.

En fin, que la soberbia de lo único contrasta con la humildad de lo plural, tanto en la religión como en cualquier otra de las manifestaciones de nuestra vida con los demás. “La humildad” es la Crónica 104 de “Marathon-15%: 115 CRÓNICAS DE SUPERACIÓN PERSONAL”, en donde intento escribir sobre esto sin apocamiento ni vanidad…

Cometer el habitual pecado “pre-galileico” de considerar que el universo gira a nuestro alrededor y de ello derivar que todo lo que nos afecta debe ser lo principal, es la mejor manera de construir una vida vestida de arrogancia cuyo devenir es seguro que a nadie interesará. De las personas nos agrada más lo que podamos descubrir y no lo que nos quieran contar, que siempre suele estar más cerca de la presunción que de la sencilla realidad. Las personas humildes dejan que sus pasos definan su caminar a diferencia de los soberbios, quienes presumen de estar antes de llegar.

Pero la humildad sabemos no tiene un sistema de medición general que marque por abajo cuando se convierte en apocamiento y por arriba en vanidad. Por ello es tan importante elegir bien la escala que nos ubica en nuestra relación con los demás…   

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

El Coaching en España y su desaparición

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Cuando a comienzos de siglo me embarqué ilusionadamente en hacer del Coaching mi profesión, nadie podría haberme convencido entonces de que en menos de dos décadas asistiría, tal como nació, a su más que probable desaparición. Hoy todavía no se ha cumplido este plazo pero, de no cambiar significativamente la situación, los años veinte nos llegarán con el recuerdo de un fracaso que, aunque anunciado, ninguno de los que estamos en esto sentirá que remedió.

Lo que comenzó siendo el Coaching ya es otra cuestión y no porque lo diga yo, sino porque a todo aquel a quien ahora le pregunto su opinión sobre lo que representa esta profesión contesta algo así como que se trata de una especie de formación basada en cursos y conferencias divertidas para ser feliz y alcanzar el éxito a partir de la auto-confianza (“eres… el mejor”) y la motivación (“si quieres… puedes”). No hay duda de que, al margen de su primitiva y legítima definición, lamentablemente esto es hoy el Coaching en España porque es lo que considera la población, el cliente potencial que en una economía de mercado es quien paga y por tanto siempre tiene “su razón”.

Así pues, lo que en sus inicios se determinó como una interacción entre dos personas basada en el milenario método socrático (el Coach, utilizando la pregunta como herramienta de trabajo, facilita en el Coachee los procesos de cambio hacia su mejor versión), en la actualidad aparece representada en el imaginario popular como una especie de circo mediático de la formación sobre los fabulosos secretos escondidos que llevan sin esfuerzo y al instante a una vida más fácil y mejor.

Hace unos días me llegó un correo electrónico remitido por Expocoaching (“la feria referente del sector del Coaching”, según se puede leer en su Web) en cuyo asunto se indicaba… “¿Alguna vez has querido escribir un libro?” y que contenía otro ejemplo palmario y desolador de esta situación. Promocionaba sin ningún tipo de pudor el curso de un “Coach” cuyo entrenamiento asegura a cada uno de los asistentes la escritura y publicación de un libro en el plazo récord de sus dos únicos días de duración (hay otro “Coach” menos ambicioso que propone 30 días, lo cual me sigue pareciendo el colmo de la prestidigitación).

Tras año y medio de mi vida dedicado en cuerpo y alma a escribir y publicar “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL”, no puedo por menos que significar su Crónica 53 titulada “El esfuerzo”, que en uno de sus pasajes justifica el porqué del apocalíptico título de este artículo y mi desconsolada desesperación…

Desde que en sus orígenes el hombre se constituyó como tal, el esfuerzo le ha ido acompañado como una carga necesaria, cuya naturaleza permanece invariante a lo largo de una historia que transcurre desde la lucha por la supervivencia de los comienzos hasta la necesidad de autoafirmación personal en la actualidad. Distintos propósitos pero un mismo mecanismo que los lleva a conquistar: el esfuerzo constantemente presente en nuestra realidad.

Cierto es que por siempre se ha buscado esa piedra filosofal que ahorrase trabajo o mejor todavía, lograse todo sin trabajar. El relato de la humanidad se llena de predicadores de la solución milagrosa que convierte los propósitos en realidad sin mediar otra aplicación que no sea la del simple hecho de querer y desear. Nadie lo ha logrado y por de pronto yo afirmo que nadie lo logrará. Por eso sigo esforzándome, desde luego sin esperar a que nadie me lo venga a solucionar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro