Líder-tiones… 17

Capitulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 16)… Después fue nº11, un emigrante suizo cuyo marcado acento no podía ocultar, quien hizo honor a su profesión de relojero al documentar con detalle su opinión en las precisas notas que durante la vista del juicio debió tomar. Nos preguntó por lo extraño de que el procesado, en caso de culpabilidad, volviese a casa tres horas después del asesinato con gran riesgo de ser detenido (como así vino a pasar). Esto provocó una interesante discusión entre él, nº4 y nº12 sobre la supuesta necesidad del muchacho por recobrar la navaja, pero en esa controversia no quise participar hasta el final, porque había descubierto que ya no estaba solo al plantear la duda razonable como argumento válido para deliberar. Había conseguido adeptos a una forma de pensar que primaba la prudencia valorativa sobre las ansias de acabar.

Sin duda aquel era el momento de plantear otra votación para la que mi intuición, trenzada con el análisis racional sobre lo sucedido, me decía que nº11 podría modificar su opinión, en ese lento desmoronamiento de una convicción que comenzó siendo general para ahora ser motivo para muchos de punzante inseguridad. Así aconteció y nº11 se convirtió en el cuarto jurado que no se conformaba con la obviedad, que también quería buscar la verdad. Tanto que, a continuación, a una insolente pregunta que le formuló nº3 sobre las razones de su cambio de voto, vino a contestar que… “ahora tenía una duda razonable”, haciendo suya y verbal mi propuesta inicial.

Más tarde nº7 quiso comenzar un debate sobre otra, para mí, controvertida prueba al afirmar que el anciano del piso inferior, además de escuchar, corrió hasta la puerta de su casa para ver bajar por las escaleras al procesado, lo que pusimos en duda algunos, en especial porque tras el infarto que sufrió el año anterior y su edad, parecía poco probable esa vitalista manifestación de juvenil velocidad. Para defenderlo, convenía realizar una comprobación que no fue practicada durante la vista del juicio y para tal solicité la información del plano del apartamento donde vivía el testigo, con la intención de recrear su desplazamiento desde el dormitorio hasta alcanzar la puerta de la escalera para abrir y mirar. Pese a las constantes protestas de algunos jurados que pretendían boicotear mi verificación, reuniendo toda mi determinación logré practicarla y así demostrar al final que el anciano no pudo llegar a la puerta de su casa en menos de 41 segundos, muchos más de los 15 que en su testimonio aseguró emplear. En mi opinión (que manifesté dirigiéndome con toda intención a nº4 como representante ya formal de los que seguían creyendo en la culpabilidad), el testigo del piso inferior dio por sentado que quien escapaba por las escaleras abajo era el mismo enjuiciado sin llegarlo del todo a comprobar, llevado solo por la lógica tras la fuerte discusión mantenida con su padre que no sin dificultad pudo escuchar. Esta reflexión, junto con otras que con anterioridad pude formular, de nuevo no agradó nada a nº3 y ya no se pudo dominar, estallando en un tropel de ofensas que derivaron en una grave amenaza verbal: vociferó que me iba a matar. Entonces aproveché para recordarle sus palabras, pronunciadas en un momento anterior cuando aseguró que si el culpado gritó a su padre un… “te voy a matar” es porque lo iba a consumar, preguntándole yo entonces si en verdad él me quería asesinar. De nuevo, por escuchar y razonar, otra supuesta evidencia quedó cuestionada con respecto a su contundencia inicial… (continuará en Líder-tiones… 18).

Líder-tiones… 16

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 15)… Otra de las pruebas que había convencido a la mayoría de los presentes en la Sala de Vistas se basaba en el testimonio del anciano vecino del piso inferior, que manifestó haber escuchado al inculpado gritar a su padre que le iba a matar, lo que unido a la declaración de la mujer que aseguró haber visto el crimen a través de las ventanas de un tren circulando en ese momento, me condujo a intentar demostrar que con el intenso ruido producido por el convoy era muy improbable cualquier audición con garantías de fiabilidad. No fue fácil, en especial ante la presión que tuve que soportar por las múltiples interrupciones que los demás se empeñaron en provocar, más por boicotear mi razonamiento que por cualquier deseo constructivo de aportar. De todos, nº3 fue quien menos quiso aceptar mi argumentación, entre otras razones por no encontrar ninguna explicación válida que pudiera justificar el interés del testigo por falsear su declaración ante el Tribunal. Pero fue nº9 quien, desde su empatía con aquel declarante al compartir más o menos su edad, le contestó que las personas mayores a quienes nadie presta atención necesitan del protagonismo que situaciones como esta les pueden proporcionar, sin ser muy conscientes de las peligrosas consecuencias que sus actos lleguen a causar. Pese a que nº3 no lo quiso aceptar, esa prueba testifical quedo tan debilitada que ya no se volvió a mencionar.

En aquel instante, por sorpresa y sin que nadie lo tuviese que solicitar, nº5 cambió su voto a la no culpabilidad, lo que interpreté como una inesperada victoria de la asertividad, esa facultad que lleva a convencer sin confundir ni presionar. Mis reflexiones le habían movido a dudar y con él ya éramos tres, abriéndose las puertas para que otros también se lo quisieran cuestionar. Reconozco que, de nuevo, necesitaba algo como esto para continuar planteando con fuerza mis dudas a los demás, que ahora ya eran nueve, un número que confiaba en poder bajar.

Esta variación de voto y la incómoda perspectiva de que otros la pudieran continuar provocó que nº7 volviera a estallar. Creo recordar que hasta me tildó de embaucador exclamando que… “si nuestro amigo escribiese novelas policiacas se forraría” lo cual, tras dos publicadas y con los datos de mi contabilidad, le podría asegurar que no es verdad… (continuará en Lider-tiones… 17).

 


 [P1]A valorar