Líder-tiones… 1

 

En mi vida no ha existido mejor escuela para formarme que el cine, al que debo mucho de lo esencial que hoy pueda guardar como persona y como profesional. Pero el cine de verdad, el que me subyuga con apasionantes historias de personajes tan normales y cercanos que yo mismo las podría protagonizar. Ese en el que la pantalla es un gran espejo donde me puedo reflejar. El que me permite aprender y disfrutar. Con el que sueño todo el día tras despertar…

 

Tal y como aconteció con mi libro “Marathon-15%” y la apertura en este Blog de una Etiqueta y dos Categorías especiales tituladas “Marath-tiones”, ahora que me encuentro en proceso de finalización de mi nueva obra… “La duda razonable”, abro otras denominadas “Líder-tiones” para publicar por entregas semanales su Capítulo III, cuya versión definitiva pueda diferir de la actual por conveniencias de la corrección final.

“La duda razonable” pretende ser un homenaje a “12 Hombres sin Piedad”, la magistral película que en 1957 dirigiera Sidney Lumet y protagonizara un Henry Fonda sensacional. Ella ha sido la base de mi Taller “12 Hombres sin Piedad: Las Claves del Liderazgo”, que en estos tres últimos lustros he impartido en innumerables ediciones con un éxito que, al margen de satisfacciones profesionales, de alguna manera estaba obligado a pagar.

“La duda razonable” cuenta una historia fabulada que aconteció en 1980 a los personajes de la película, 23 años después de su final. El Capítulo III contiene la narración en “flashback” que nº8 (Davis, el personaje interpretado por Henry Fonda) hace de los hechos ocurridos durante el juicio y que en estas entregas prescindirá de una numeración intercalada especial que corresponde a la sorpresa guardada en la obra, que pretende aunar la distracción de un relato negro con la formación que destila el esclarecedor ejemplo personal de unos hombres sin piedad.

Dicho Capítulo III – El relato de Davis, así viene a comenzar:

 

Recuerdo que aquel verano de 1957 las calles se asaban al sol por las mañanas y se mojaban de tormenta cada tarde sin faltar. El ambiente sofocante de esta ciudad rodeada de agua de rio y mar se hacía insoportable cuando, tras la lluvia vespertina, su evaporación traía más humedad. Yo prefiero los inviernos, por más que en Nueva York sean tan fríos, todo antes que la incómoda sensación estival de ese continuo sudar, incluso instantes después de tomar un baño y acabarme de secar.

Uno de aquellos días, cuando hacia las seis de la tarde llegué a mi casa empapado de lluvia por haber olvidado coger el gabán, me encontré a Margarita ocupada en cuadrar una contabilidad familiar que cada mes nos obligaba a practicar algo más que el salto mortal. Pese a que Jane, con veintidós años hacía ya cuatro que vivía en Los Ángeles, Amy y Frances, de dieciocho y doce, se encontraban todavía con nosotros en esa edad de más gastar. Sobre todo Amy, que iniciaba estudios de arquitectura en Columbia, mi Universidad, pero que como casi todo en los Estados Unidos, hay que pagar.

Del correo recibido aquel día, Margarita me destacó una carta dirigida a mi nombre con un elegante membrete judicial que, por lo inhabitual, a cualquiera le viene a generar cierta alarma aun cuando se tenga por persona honrada y cabal. Se trataba de una citación para comparecer en veinte días como miembro de un jurado popular, en un proceso por homicidio en primer grado al cual, como se especificaba de manera muy formal, no podía renunciar. Era la primera vez que me requerían para este tipo de prestación ciudadana tan especial, cuyas consecuencias podrían mandar a la silla eléctrica a una persona para mí desconocida y que nunca conocería de verdad. A partir de aquel momento se instaló en mi estomago un nudo que me quiso acompañar hasta el inicio de la vista del juicio, justo en el momento en que por primera vez vi los oscuros ojos de aquel chaval… (continuará en Líder-tiones… 2)




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