Javier Camarena y el Recital como vehículo de esplendor personal

Ayer martes, 4 de Febrero, fue evidente que el tenor Javier Camarena cantó suficientemente bien en el Palau de Les Arts (pese a los problemas de salud que, campechana y reiteradamente, declaró ante el auditorio), así como que el acompañamiento de Ángel Rodríguez al piano fue de carácter excepcional. Lo del mejicano no podía ser menos tras los récords en bises que lleva consiguiendo este reconocido intérprete belcantista en los principales teatros de todo el mundo y cuya proverbial facilidad para los agudos le llevó ayer a afrontar “A mes amis…” de “La hija del regimiento” (G. Donizetti-1840) con sus comprometidos 9 do de pecho a voz natural, sin apelar a un socorrido falsete que podría haber estado justificado por su enfermedad. Vaya esto por delante para que lo siguiente no deba despistar.

En general, un Recital de Ópera (también de Zarzuela, pero no de Lied) está sometido a varios condicionantes que llevan a una desnaturalización de lo que finalmente vamos a escuchar:

  • La descontextualización: Al componerse el Recital de piezas sueltas pertenecientes a distintas óperas, se pierde esa referencia narrativa y musical de cada una de ellas a la obra completa en la que se integran y a la que deben su personalidad, perdiendo así mucho del significado e intención que el compositor le quiso dar. Este popurrí a lo “grandes éxitos” no es ópera, sino artificial vehículo de lucimiento personal que no permite plenamente disfrutar del sentido de cada aria en su contextualidad.
  • La reducción musical: Siendo excepción los recitales que se programan con orquesta, lo normal es que los cantantes sean acompañados por un piano que interpreta las partituras reducidas a ese instrumento, lo que tampoco se corresponde con lo que escribió el autor, perdiendo por consiguiente bastante de su valor musical. En especial, la voz no presenta el mismo fulgor arropada por el sonido orquestal que emparejada con un solo instrumento por mucho que este sea el que, de todos, mejor pueda reproducir la intención original.
  • La programación estratégica: Todos los recitales manifiestan en su programación un tácito cuidado en la elección de las obras, su número y su ubicación, a fin de que el impacto emocional en el espectador facilite la consecución de un éxito que en algunas ocasiones no viene determinado por la interpretación. Es cierto que esto mismo también se pretende en las óperas, pero con la diferencia capital de que estas están al servicio de un libreto que nos cuenta una historia, lo que impide la sucesión constante de esos momentos estelares que consiguen epatar.
  • Los bises como obligación: Con los bises ocurre algo paradójico y es que, con independencia de la calidad de la interpretación, el público se siente siempre obligado a solicitarlos en cualquier recital por miedo a ofender a quien acaba de escuchar. Por tanto, no deberíamos entenderlos como regalo del intérprete al público sino al revés, pues confirman un éxito que en muchas ocasiones no se debería dar.

Por todo lo anterior y por mi escasa afición a la cuerda de tenor lírico ligero, anoche no sentí el arrobo que un público desatado manifestó cantando a coro y con inusual coordinación rancheras mexicanas a golpe de las indicaciones de un tenor que, en aquel momento, ya reinaba en todo su esplendor…

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