La Butterfly de una Rebeka sensacional

En el repertorio operístico tradicional, junto con “Carmen” y “La Traviata”, “Madama Butterfly” (G. Puccini-1904) es una de esas obras cuya protagonista no puede fallar, condicionando el éxito o fracaso de la representación al margen de todo lo demás. Ayer, Marina Rebeka, elevó a la categoría de acontecimiento vocal la pronta repetición de la producción de 2017 del Palau de Les Arts.

Sobresaliente y no matrícula de honor porque a la cantante letona le faltó llegar al tope de la emocionalidad que pide Puccini en un personaje con el que hay que llorar. Además y pese a no ser su responsabilidad, en los pasajes a dúo con Pinkerton, Rebeka sufrió la insuficiencia de un tenor (Marcelo Puente, que a última hora sustituyó a Piero Pretti) incapaz de defender un personaje masculino que, entre los protagonistas de Puccini, es de los que tiene menor complicación vocal. Al margen de los numerosos desajustes entre los dos (que nunca cantaron al unísono), solo se escuchó la voz de Rebeka, que es sonora y con proyección por contraposición a la sorda y plana de un Puente perdido en la lejanía sideral y con evidentes dificultades de fiato, que le obligaban a finalizar por la vía de urgencia cada pasaje donde el compromiso se hacía respetar.

Con un registro central incombustible emitido con pasmosa facilidad, Marina Rebeka, que ha cantado de todo (Handel, Mozart, Rossini, Donizetti, Bellini, Bizet, Verdi o Tchaikovsky), no tendría dificultad en cantar la princesa Turandot y eso no es para casi nadie en el actual panorama internacional.

Notables Ángel Ódena (Sharpless) y Cristina Faus (Suzuki), que cumplieron sin menoscabar unos papeles poco agradecidos pero imprescindibles para que en la obra se produzca el equilibrio dramático y musical.

La Orquesta de la Comunitat Valenciana no llegó a brillar por una irregular dirección de Antonio Fogliani al olvidar a los cantantes y no contener a los metales, disparándose un sonido que solo Rebeka fue capaz de afrontar. Todo conjunto musical, por excelente que pueda ser, depende de quien le dice como debe tocar.

El Coro de la Generalitat Valenciana protagonizó el mejor momento de la velada en el pasaje “A Bocca Chiusa”, un primor de delicadeza y sensibilidad admirablemente escenografiado por una etérea bailarina con alas de mariposa que a casi todos nos llegó a emocionar. Y es que, cuando una puesta en escena busca complementar la música en lugar de tratar de epatar al personal con decorados imposibles, vestuarios ridículos o transposiciones de tiempo y lugar, está cumpliendo el primer mandamiento de cualquier representación: el Director de Escena es un capitán y el Compositor su general.

Y hablando de vestuario, también es importante el del espectador, dado que la experiencia artística de asistencia a una ópera comienza antes de que se levante el telón y la música comience a sonar. Cuando hace dieciséis años se inauguró el Palau de Les Arts, la novedad en Valencia y un cierto provincianismo local llevó a una gran mayoría de los espectadores a acudir vestidos como para un “fotocall”, excedidos en periofollos y brillos respecto a lo que en los mejores teatros de Europa se solía llevar. Incluso la Scala de Milán, que exige etiqueta (a este respecto cuento mi desventura allí en… https://www.alonso-businesscoaching.es/blog/2009/04/25/el-condicionamiento-mental-y-la-scala/), se hubiera abochornado por aquella demostración de pretensión berlanguiana fuera de lugar. Pero parece que somos tierra de extremos y lo que antes fue un exceso hoy es un defecto que daña a la vista aun sin querer mirar. Sin ninguna consideración hacia los demás, los espectadores ahora llegan a Les Arts recién salidos de su cuarto de estar tras dormitar en el sofá. Y es que en esta mediocre actualidad prima un equivocado sentido de la comodidad que ofrece a muchos salvoconducto de fealdad. ¿Se puede tener sensibilidad artística para disfrutar de “Madama Butterfly” y acudir ataviado como para una fiesta de pijamas del Primark…?


Mi versión favorita de “Madama Butterfly” es la que protagonizan Mirella Freni, José Carreras, Teresa Berganza y Juan Pons con la Philharmonia Orchestra y los Ambrosian Opera Chorus bajo la dirección de Giuseppe Sinopoli, en 1988 y para Deutsche Grammophon.