“DE ENTRE LOS VIVOS”… fragmento Capítulo 2

2 Rupert y…

…Fracasado mi primer intento por destensar un ambiente que se espesaba con creciente velocidad, opté por distraer a todos haciendo uso de la ironía, una habilidad en la que me reconozco pues en vida la usaba con la generosidad y frecuencia que demandaba cada situación particular. Por tanto, quise recordar una estrafalaria e increíble teoría del asesinato que en mis tiempos de profesor utilizaba como recurso eficaz para activar la mente de mis alumnos en la búsqueda de argumentos que la pudieran refutar. Aquella tesis definía el crimen perfecto como un arte supremo reservado a sujetos destacados por su superioridad, cuya licencia para matar debiera estar incluida en el Derecho Natural. Como cabría esperar, esto no terminó de agradar al circunspecto Sr. Kentley, que prudente dudaba sobre si la intención de mis palabras era seria o una broma de humor negro sin mayor maldad. Por desgracia, Brandon continuó la línea de este mordaz discurso muy convencido, asegurando que personas como él, Phillip e incluso yo mismo éramos de esa clase de individuos con una ventaja intelectual que nos posicionaba por encima de los conceptos de la moral tradicional, ya que fueron los seres inferiores quienes tuvieron que inventar el bien y el mal llevados por su necesidad. Incluso declaró admiración por la teoría del “superhombre” de Nietzsche, que defendió en “Así habló Zaratustra” una única norma para la moral de ciertos hombres determinada solo por su utilidad. Incrédulo y molesto a la par, el Sr. Kentley no salía de su asombro, al tener que escuchar aquella inesperada defensa de lo que había motivado la reciente conflagración mundial. Defensa que también a mí me inquietaba al no dudar de que las palabras pronunciadas por Brandon reflejaban su peligrosa verdad. Indignado y asimismo de manera irónica, no me pude resistir a hacérselo notar…

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“DE ENTRE LOS VIVOS”… fragmento Capítulo 1

1 De entre los muertos

…Al momento de morir, lo supe sin dudar. Y no por verme etéreo, abandonando mi cuerpo estrellado junto al del sargento Graham, tal y como ese paso de la vida al Más Allá las novelas y las películas acostumbran a relatar. Estaba muerto porque no podía tocar. Pese a encontrarme en el callejón, nada a mi alrededor tenía materialidad. No era yo el espiritual sino la totalidad de lo que podía divisar. La caída no me había convertido en un fantasma al uso pues yo conservaba mi apariencia genuina dado que, para un muerto, lo muerto es lo demás. Así comencé mi singular “vida” de difunto, con la paradoja más increíble que alguien vivo pudiera imaginar. Mi vida real se había ido pero yo me quedaba en una dimensión que me ofrecía una nueva oportunidad. Comenzaba una existencia desconocida cuyas reglas nunca nadie me vino a explicar.

Desde entonces ignoro cuanto llevo fallecido pues, en esta lábil actualidad, el tiempo es una dimensión que no tiene medición al no haber comienzo ni final. Pero es más, lo que ahora “vivo” carece de límites y referencias que permitan poderme ubicar. En esta dispersa sucesión no tengo la percepción de encadenar acontecimientos como antes, en que la cronología los venía a ordenar. Lo que me acontece se desparrama en infinitas redes de araña que conectan todo y todo lo vienen a relacionar. Ya nada es lineal, ni superficial, ni volumétrico, al ser multidimensional. Quizás por ello mi vértigo casi ha desaparecido, al faltar las referencias espaciales de peligro y no percibir la altura ni la gravedad. Navego sin brújula sumergido en un infinito mar y en esta amniótica desorientación, estoy aprendiendo a bucear.

Además, los finados vagamos solitarios desconociendo si en lo que nos sucede hay engaño o verdad. Y así, instalado en esta nueva normalidad, he comenzado una inclasificable forma de estar protagonizada por algo similar a soñar. Ahora bien, soñar no a la usanza de los vivos, que suelen ser muy conscientes de esa ficción al despertar. Los sueños de los muertos son tan vívidos como todo lo demás, llegando a participar en nuestra biografía espiritual como pasajes que acontecieron, acontecen o acontecerán. Por ello, me resulta imposible saber distinguir bien entre lo que es una ilusión y su autenticidad, una contrariedad que me obliga a aprender como valorar lo que me ocurre, susceptible en cualquier ocasión de no ser realidad…

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