Re-flexiones… 3.648 (educación)

“La educación, para la mayoría, significa intentar que el niño se parezca al adulto típico de su sociedad. Pero para mí, significa hacer creadores, tienes que hacer inventores, innovadores, y no conformistas”

Jean Piaget

Raphael o el ocaso de una voz sin igual…

La voz, como el resto de nuestro entramado corporal, envejece mal, perdiendo esas cualidades que el esplendor de la juventud se encarga de destacar. Ser mayor de cierta edad no suele ser un problema para hablar, pero sí para cantar, en especial cuando alguien es aclamado como un referente por su cualidad vocal. Saberse retirar a tiempo es tan importante como lograr triunfar.

Hace años asistí, en la primera fila del Palau de la Música de Valencia, a una actuación de Montserrat Caballé que trato de olvidar, pues me estropeó el recuerdo que entonces tenía de su inigualable manera de cantar, tan elegante y sensual en aquellos imposibles pianísimos, cuando el aire se parecía dispersar para dejar paso a un hilo de susurrante emotividad. Quien fuera capaz de tal magia en sus años de majestad, luego no supo renunciar a ese aplauso que tenía asegurado en cualquier recital, aun cantando peor que mal. En sus últimos años de carrera profesional, el público premiaba un pasado dejándose engañar. Plácido Domingo, cuya decadencia no ha sido tan brutal, decidió cambiar de cuerda cuando constató que en su avanzada madurez ya no podría replicar los grandes papeles de tenor que le llevaron al estrellato internacional. Sin embargo, prolongar una carrera a base de interpretar personajes que no están hechos para su tesitura actual también ha sido un error fatal, al menos para quienes defendemos la adecuación de cada instrumento vocal a su rol y condenamos cualquier privilegio que, debido a la fama y a la popularidad, lleve a tergiversar la obra original. José Carreras, tras su grave enfermedad, ya no fue el mismo, pero se empeñó en continuar. Y como ellos, se han dado, se dan y se darán muchos casos más, en los que la búsqueda de la ovación es tan adictiva que nubla el entendimiento y quiebra la voluntad.

La pasada Nochebuena de este 2022, de nuevo la televisión pública española nos quiso programar un especial de Raphael (ver aquí), el cantante sin par que hace ya mucho tiempo se instaló en nuestros comedores como uno más a la hora de cenar, ofreciéndonos esa tradicional gala navideña que el paso del tiempo no parece agotar. Tanto que, tras el padre, ahora es el hijo quien ejerce de telonero real, leyendo su discurso con el convencimiento de no ser él a quien la audiencia espera para escuchar.

En mi opinión, Raphael ha sido la mejor voz española de la música popular, aun por encima de Nino Bravo y Camilo Sexto, los otros dos excelsos integrantes de esa santísima trinidad del saber cantar. Nino presumió de virilidad con su armónico registro de “barítenor”, Camilo fue un “tenor lírico ligero” con asombrosa capacidad para enlazar las notas agudas sin solución de continuidad, pero Raphael llegó a más. Era un “tenor lírico spinto” que lograba transiciones imposibles, desde la dulzura juvenil que adquirían los requiebros de su afinada media voz hasta la pasión más desatada y a todo pulmón que le permitía retar a una trompeta y conseguir ganar (ver aquí). Reconocido en su tiempo por el Festival de Salzburgo como la mejor voz infantil de Europa, luego en los sesenta su registro se aterciopeló (le llamaban… “la voz de humo”) a la vez que ganó en cuerpo y emotividad, convirtiéndole en una figura internacional desde aquella España cuya música ligera pugnaba por independizarse del folclorismo que la copla impuso como enseña nacional.

Cuando Abraham Maslow jerarquizó las necesidades humanas en su famosa pirámide, colocó muy arriba la del reconocimiento social. Y tales son las ansias de seguir recibiéndolo seis décadas después que Raphael no duda hoy en intentar, a su edad, el doble salto mortal: proponer duos con cantantes que podrían ser sus hijos o incluso sus nietos, evidenciando tristemente lo que la naturaleza no suele perdonar. Medirse con Mónica Naranjo en el “Qué sabe nadie” es el colmo temerario de la torpeza más colegial (ver aquí). Comprobar como sus frases han acortado la longitud habitual, que ya no hay seda sino lija cuando hay que forzar y que compartir con el público una canción se le hace imprescindible para descansar, me apena tanto como me incomoda esa innecesaria agonía profesional. No obstante, cada cual es muy libre de opinar y por supuesto, pagar por verlo e incluso escucharlo en la actualidad.

Raphael ya no es aquel que… por tenerlo daríamos la vida y que aun estando lejos no se olvida (ver aquí), porque en la actualidad solo es Miguel Rafael Martos Sánchez, un ilustre ciudadano que maravilló con una voz sin igual…

Raphael llena el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid (Navidad de 2022)