“LA BOHÈME”… por encima de todo bien y mal

He perdido ya la cuenta de las “Bohèmes” presenciadas, pero sí recuerdo que la mayoría han acontecido en Navidad. No se trata de una casualidad, pues su argumento comienza en una Nochebuena de los años treinta del siglo XIX, lo que junto a su insuperable popularidad es motivo para programarla en estas fechas en las que hay obligación de nostalgia y sentimentalidad.

Desde hace tiempo defiendo que el objetivo principal de todo teatro de ópera es llenarlo, considerando cada butaca vacía como un fracaso de gestión artística y comercial. Lo público se debe al interés de la mayoría, pues es quien lo sustenta con su esfuerzo fiscal. Por tanto, hay que programar aquello del agrado de la audiencia (que sin duda es mucho más que los grandes títulos del repertorio usual) y olvidar cualquier veleidad educacional. “La Bohème” (G. Puccini-1896) asegura completar aforos, sí, pero hay un detalle a no olvidar y es que la mayor parte de los asistentes a cualquier representación operística son aficionados habituales que, al presenciar un mismo título, reclaman cierta variedad. Variedad que en la ópera actual se fundamenta en las propuestas escenográficas como vehículo de significado musical y artística plasticidad. Volver a programar la producción propia del Palau de Les Arts de Valencia (vista en 2012 y 2015), para muchos resta en lugar de sumar. Y este mal no solo afecta al teatro valenciano, pues en diciembre del pasado 2021 (¡otra vez en Navidad!), asistí en el Teatro Real de Madrid a la misma producción propia de una “Bohème” que presencié allí en diciembre de 2017 (¡otra vez en Navidad!), lo que explica mi indisposición y encarecida petición de diversidad.

Aun con ello, “La Bohème” se encuentra por encima de todo bien y mal, siquiera sea por su luminoso y arrebatador duo de amor del primer acto, la mejor constatación del poder de la lírica para acelerar hasta el corazón de quienes presumen solo escuchar música trap. Ese primer encuentro entre Rodolfo y Mimí, creado por la sublime inspiración de un compositor que nunca solía fallar, llega a ser capaz de convertir un frío y gris invierno parisino en el más luminoso día primaveral. Gélidas “maninas” que pronto se calentarán, arrobadas por la pasión del único sentimiento con potestad de tergiversar totalmente la realidad: el enamoramiento que fulmina la capacidad de pensar. Y nada mejor que dos jóvenes bohemios para resucitar un romanticismo que, en tiempos del autor, pertenecía a un pasado superado ya. El poeta y la costurera sueñan vencer su adversidad y nosotros les acompañamos hechizados, aun a sabiendas de que todo terminará mal. Así es la música inmortal de Giacomo Antonio Domenico Michele Secondo Maria Puccini, como así es el amor pasional, embriagador pero ciego a nuestro pesar.

De lo presenciado en el estreno de ayer en Les Arts no cabe volver a hablar de la puesta en escena, por su escaso interés y por haber sido comentada años atrás. Queda entonces lo musical en donde, una vez más, sobresalió la Orquesta de la Comunitat Valenciana y su director titular, James Gaffigan. Cierto es que esta maravillosa formación en ocasiones parece apagar las voces por su excesiva sonoridad, culpabilizando a sus directores por no saberla amarrar. Pero esto no es verdad. El problema no es de la Orquesta sino de la acústica de la Sala Principal, que levanta un muro vertical a la altura del foso que ni los irrefrenables Birgit Nilsson o Franco Corelli podrían traspasar. Es imposible interpretar un pasaje indicado como “forte” en la partitura aminorando su intensidad sin falsear el significado musical, al igual que no tendría sentido gritar susurrando para no molestar.

En cuanto a las voces, también una vez más, solo las corales lograron destacar. En especial, las de las Escolanías “Veus Juntes” y “Mare de Déu dels Desamparats”, todo un prodigio de empastación y expresión musical, que define la profesionalidad de sus infantiles componentes al mismo gran nivel que los mayores del Coro de la Generalitat.

Los solistas aprobaron con un raspado capilar, transmitiendo la sensación de no llegar a lo que se esperaba de ellos en esta obra inmortal. Federica Lombardi (Mimí) tiene voz de “Tosca” y no de ingenua jovencita, por lo que solo en el último acto pudo brillar. A Saimir Pirgu (Rodolfo) le faltó el resuello en cada pasaje donde se requería evidenciar un fiato que nunca pudo demostrar. Mattia Oliveri (Marcello) fue alumno del Centre de Perfeccionament y en 2012 cantó el papel de Schaunard, cuando esta misma producción la estrenó Riccardo Chailly en Les Arts. Entonces, como ahora, deberá estudiar más. Marina Monzó (Mussetta) no lo hizo mal, pero en su famoso vals “Quando mén vò” se excedió tanto en adornos que aquello pareció una improvisación de Jazz. Lo dicho con anterioridad, al igual que en otras ocasiones, debe entenderse siempre desde la extrema dificultad de interpretar los personajes acercándose a las referencias establecidas por voces de leyenda, que es lo que a uno le gustaría escuchar.

Finalizo con la constatación de lo que para mí había sido una sospecha pendiente de comprobar. Desde la inauguración de Les Arts, hace dieciséis años, he asistido a todas las óperas programadas en su Sala Principal sin probar el bufé de los entreactos, contemplándolo desde los balcones recayentes con una mezcla de estupor y curiosidad. Por azares del destino, la persona que ayer se ubicaba en la butaca contigua a la mía tuvo la generosidad de regalarme su tique porque un imprevisto la obligó a marchar. Y a partir de aquí ocurrió lo que tenía que pasar: carreras disimuladas, empujones subrepticios, miradas desafiantes y colas del hambre para unos canapés cuya invariante cantidad obliga a la lucha por la supervivencia cuando hay mucho personal. Así, a la manera de los desamparados protagonistas de “La Bohème”, queda retratada la supuesta urbanidad de los distinguidos amantes de la Ópera cuando hay que ganarse el pan. Yo también tuve que batallar, regresando avergonzado a mi localidad mientras me prometía no volverlo hacer más…

RECOMENDACIÓN FONOGRÁFICA

1- GRABACIÓN: Pocas dudas hay respecto al absoluto reinado del histórico registro en el que Herbert von Karajan dirigió a la Orquesta Filarmónica de Berlín, el Coro de la Ópera Alemana de Berlín y Mirella Freni, Luciano Pavarotti, Rolando Panerai, Elizabeth Harwood, Nicolai Ghiaurov y Gianni Maffeo (impecablemente grabado en la Jesus-Christus-Kirche de Berlín, en octubre de 1972 para DECCA).

2- REPRODUCCIÓN: Pese a la trivializada proliferación de sistemas baratos de reproducción sonora ofrecidos por la tecnología actual, solo la acertada elección de componentes de calidad (en especial… fuente de sonido, amplificador y cajas acústicas) nos puede garantizar una escucha satisfactoria, es decir, con la mínima pérdida de información musical (https://www.xataka.com/audio/alta-fidelidad-no-tiene-que-ser-elitista-te-ayudamos-a-configurar-equipo-buena-calidad-precio-realista-2).