“Ernani” o como programar…

“Ernani” (G. Verdi-1844) se configura, para cualquier teatro de ópera actual, como uno de los mejores ejemplos sobre como programar títulos muy poco conocidos sin atentar contra el gusto mayoritario del público y lo principal, sin enmascarar la verdadera calidad por consideraciones esnobistas y ajenas al arte musical.

No pudiéndolo demostrar, me atrevería a afirmar que nueve de cada diez veteranos aficionados a la ópera no han asistido nunca a una representación de esta obra verdiana, muy popular cuando se estrenó, pero alejada hoy del circuito habitual. Como tampoco a “Oberto” (1839), “Un giorno di regno” (1840), “I Lombardi alla prima crociata” (1843), “Giovanna D´arco” (1845), “Alcira” y “Attila” (1846), “Jerusalem” (1847), “La battaglia di Legnano” (1849), “Stiffelio” (1850) o “Aroldo” (1857), todas del genial maestro italiano y olvidadas en la actualidad. Y del mismo modo, podríamos citar otras tantas composiciones de Puccini, Rossini, Mozart, Donizetti, Bellini, Chaikovski y muchos más, que duermen el sueño de los justos porque las extravagantes e impopulares cuotas regaladas al siglo XX imponen su voluntad. Por consiguiente, no cabe el gastado argumento de ofrecer nuevos títulos para justificar a esas minoritarias obras vanguardistas del siglo pasado cuando hay tantas, de probada aceptación general, que tienen que esperar su parva oportunidad.

En este orden de cosas, el pasado 23 de mayo asistí a la actuación de Anne-Sophie Mutter (formando trío con el violonchelista Maximilian Hornung y con Lambert Orkis, su pianista habitual) en el Teatro Principal de Valencia, cuyo programa incluía obras de Beethoven, Clara Schumann, Brahms y Sebastian Currier, un desconocido compositor actual que presentó “Ghost Trio for piano trio”, indigerible partitura de 2018 cuyo recorrido sería nulo de no ser patrocinada por la gran violinista alemana de fama mundial. El autor, que se encontraba presente, recibió ese tipo de aplausos que solo la obligada urbanidad impone en un recital. Su visita debió ser inesperada, pues a última hora hubo que cambiar el orden de las piezas programadas en la primera parte, pasando la suya al final para que el pretendido agasajo se pudiera facilitar. Imposturas que no logran tergiversar una demostrada realidad: el absoluto divorcio existente desde hace un siglo entre quien compone y el público en general.

Sobre todo esto, los medios de comunicación no se atreven a decir la verdad, esclavos de intereses comerciales y a la sombra del sempiterno discurso institucional. Así, en el artículo de Valencia Plaza publicado el pasado día 3 de junio y referido a la próxima temporada de Les Arts, se indica como uno de los deberes del teatro valenciano: “…que los abonados acojan a las nuevas narrativas para que no haya contrastes de público tan amplios, por ejemplo, entre Jenůfa y La Boheme“. Pues bien, es precisamente ese ejemplo el que a la perfección autodefine la realidad del gusto del espectador habitual, cuyos intentos de ser modificado en los últimos cien años no han tenido ningún éxito y nadie lo dude, ya no lo tendrán. Si la soberanía popular no se discute en la democracia actual… ¿por qué sí la de los aficionados en su preferencia musical? Aficionados, en su mayoría melómanos, con dilatada experiencia asistiendo a conciertos y óperas, que son poseedores de una discoteca particular en la que será muy difícil encontrar ese tipo de composiciones tan indescifrables en su concepción como impenetrables en su emoción y que nadie escucha en el hogar.

Además, la casualidad ha propiciado que, en el programa de Radio Clásica “Maestros Cantores” del pasado sábado 27 de mayo, se retransmitiera desde Munich una representación de “I Lombardi alla prima crociata”, algo que muchos agradecimos, como también el que en esta temporada haya sido incluida “Ernani” por el Palau de les Arts.

Bienvenidos sean aquellos títulos de nuevo repertorio que ensanchan nuestro saber musical, siempre que los podamos disfrutar.

El estreno, ayer, de esta coproducción entre el mismo Palau de les Arts de Valencia y el Teatro La Fenice de Venecia (donde por primera vez se vino a representar), fue excelente en lo musical y deficiente en lo visual. Cerrando los ojos, esta versión no desmerece a lo mejor que hoy se pueda escuchar.

Y lo mejor fue el sobresaliente cuarteto de voces protagonistas, todas en estilo verdiano y con bellos instrumentos que rivalizaron en afinación, armonía, poder, color y sensibilidad.

Piero Pretti (Ernani), mostró lo que hoy falta en los tenores verdianos y es la seda de su voz, siempre controlada aun en los pasajes que la llevan a forzar (similar a un Francesco Meli, que nos visitará la próxima temporada y también con éxito interpreta este papel en la actualidad). Cierto es que pueda faltarle algo de proyección sonora, pero yo prefiero la clase a esos decibelios que enmascaran con fuegos de artificio el saber cantar.

Angela Meade (Elvira), triunfó pese a que hoy la ópera exige, además de voz, presencia acorde con los papeles a interpretar. Desde mi independencia de opinión, alejado de cualquier condicionante enmarcado por la discutible “corrección política” actual, no puedo ocultar que la generosa morfología física de Meade encaja mal con su personaje, pretendido simultáneamente por tres varones (récord en la ópera, quizás) que matan y mueren arrobados de pasión carnal. La Caballé fue una Traviata-Violetta que moría tísica pese a esa desbordante humanidad. Su extraordinaria voz se lo permitía, como a Meade ser estrella del “Met”, el teatro del mundo que más cuida la correspondencia actoral. Con una inusitada amplitud de registro, desde los agudos de coloratura hasta los graves dramáticos propios de una mezzo, la soprano estadounidense pudo con todo el arsenal que Verdi exige a este endiablado papel que pocas cantantes son capaces de afrontar.

El barítono milanés Franco Vassallo (Don Carlo) deslumbró con su línea de canto, limpia, homogénea y sin atisbos de fatiga en ningún momento de sus comprometidas intervenciones, que no desmerecieron a las mejores que podamos recordar.

Evgeny Stavinsky (Ruy Gómez de Silva), se alejó de la tradición de bajos rusos al no presentar una gran voz, si bien sus matices en la interpretación compensaron y defendió un personaje cuya tesitura camina por la cuerda floja de la confusión con la de Don Carlo, algo que ayer en muchos momentos pudimos notar.

Coro y Orquesta de la Comunitat Valenciana, dirigidos en esta ocasión por el joven Michele Spotti, nos ofrecieron lo que ya es costumbre y motivo de satisfacción general: el sólido armazón que requiere todo teatro de ópera de división de honor para afrontar los diversos títulos de cada temporada con la garantía de una sobresaliente calidad musical.

La dirección escénica a cargo de Andrea Bernard fue la nota discordante con respecto a lo demás, insulsa en su transcripción, aburrida por falta de dinamicidad y hasta barata sin disimular. El público así lo entendió, siendo abucheada al final.

Y con respecto a la expresión del público, es evidente que me encuentro en otro lugar. Durante la función se aplaudió muy poco, a pesar de la brillantez de varias intervenciones que lo merecían sin dudar. Esto contrasta con anteriores representaciones en las que esa gratificación se regaló sin merecimientos y por pura reacción ante los aplausos de los demás. Y es que, en este “Ernani” no parece haber esa “clac” de las primeras filas a la izquierda (parece que reservadas a la producción) que tira de un público tímido en manifestar su opinión por temor a quedar mal. Alguien anónimo lo intentó en un par de ocasiones con un solo golpe de aplauso y ante su soledad opto por parar. Es evidente que diecisiete temporadas son pocas para crear un auditorio autóctono con suficiente personalidad a la hora de demostrar su parecer sin que se lo tengan que indicar.

Finaliza con esta magnífica obra de Verdi la presente temporada operística del Palau de Les Arts y tras varias publicando mi opinión justo el día siguiente a los estrenos, quizás en la próxima me tome ese descanso que algunos de mis lectores menos coincidentes agradecerán…


Una estupenda opción para escuchar esta ópera es la histórica grabación de 1956 (en vivo desde el Metropolitan Opera House), dirigida por Dimitri Mitropoulos y con Mario Del Monaco, Zinca Milanov, Leonard Warren y Cesare Siepi. Se encuentra disponible a la venta en CD (Bongiovanni), aunque yo tengo la versión en vinilo editada por el sello italiano Cetra en su serie Opera Live.

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