¡Cuánto nos cuesta premiar!

El fiel de una balanza debe estar equilibrado para que la medición sea real. Lo justo requiere ausencia de condicionantes que tergiversen la objetividad. Un mundo solo es digno si se asienta en la imparcialidad. Los merecimientos nunca deberían quedar huérfanos de laurear.

Yo soy una persona anónima, cuyas luces y sombras solo son conocidas por mi círculo relacional. Algo muy similar a la mayoría de ciudadanos, que desarrollan su vida en el escenario de lo particular. En estas pequeñas islas de protagonismo personal acontece el mismo vicio que en los continentes de la popularidad: la cicatería a la hora de valorar.

A mis 62 años y tras toda una vida de entrenamiento deportivo casi profesional, he logrado modificar un tortuoso camino que comenzó muy alejado de cualquier expectativa de logro que pudiera brillar. De ser el último en cada carrera infantil que los juegos y el colegio propiciaban para orgullo y deleite de quienes nacieron con esa facultad, ahora consigo lo que la mayoría de personas jóvenes en su plenitud física no pueden alcanzar. Por fortuna, a estas alturas de mi existencia, el interminable esfuerzo realizado hasta llegar a mi estado de forma física actual ya no necesita del reconocimiento ajeno para sentir que la inversión realizada ha merecido la pena, comenzando hace tiempo a retornar. Menos mal, pues de lo contrario todavía estaría esperando lo que muchos no quieren dar: ¿qué cuesta gratificar el mérito de los demás…?

Soy consciente de que pronunciarme de tal manera puede equivocar a quien no me conozca pero, entre otros logros, ostentar aún hoy una mejor marca mundial de desnivel positivo en maratón (https://www.alonso-businesscoaching.es/blog/2015/06/21/lo-consegui/) y sin la menor repercusión social puede evidenciar esta triste realidad que no es dada a premiar.

Esta falta de generosa ecuanimidad no solo se circunscribe al ámbito de lo particular, pues por desgracia también afecta a quienes consiguen éxitos públicos de trascendencia universal. Baste citar uno de los últimos ejemplos que confirman este mal: los cuatro oros en marcha atlética conseguidos por María Pérez y Álvaro Martín en el Mundial de Atletismo que se celebra estos días, un hito histórico y sin parangón alguno en todas las participaciones españolas en los principales campeonatos de ámbito internacional.

María Pérez, al ganar su segunda medalla, manifestaba que la primera no tuvo la debida repercusión al coincidir en el mismo día con la conquista por la selección femenina de futbol de su primer título mundial. La segunda tampoco la ha tenido, debido a un inconveniente beso robado que parece ha merecido una mayor consideración por tantos ciudadanos que prefieren condenar a recompensar. El omnipresente y desconcertante mundo del futbol ha ganado una vez más…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

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