“La dama de picas” y las obras maestras con ubicuidad

Que cada estreno operístico viene catalogado como obra maestra por el teatro que lo programa, es una realidad que la promoción equívoca y desconsiderada impone a voluntad. Este septiembre de 2023, el Liceo alardea de un “Eugenio Oneguin” que define como la obra maestra de Chaikovski y Les Arts presume de una “Dama de picas” que cataloga como la obra maestra del mismo compositor, en un imposible juego de absurda ubicuidad.

Vaya por delante que, entre estas dos maravillosas obras del compositor ruso, yo prefiero con diferencia “Eugenio Oneguin”, un monumento musical al desencanto, la melancolía y la desesperación vital… todo por haber elegido mal. Guardo en mi memoria la excelsa versión que por dos veces nos ofreció el Palau de Les Arts (disponible en DVD y Blu-ray), un magnífico ejemplo de acierto multidisciplinar. Pero volviendo a la ofensiva promocional por captar el interés del aficionado, no solo esta se queda en los fuegos artificiales de la premiación universal, sino que también incluye acuerdos comerciales como el de Les Arts y el Liceo, que ofrecen un descuento del 50% comprando entradas para los dos títulos de Chaikovski, una iniciativa que no por impracticable hay que reprochar.

Siempre he defendido que la maximización de la venta de localidades es el objetivo principal de los teatros de ópera, pues tras ello vienen asegurados otros logros necesarios, como el acierto en la elección de la programación o la adecuación de precios a un público con diversa capacidad. Para ello la información es esencial, pero siempre en los límites de la sensatez y sin exagerar. El… “Que viene el lobo” constante y falaz, termina por desprestigiar a quien lo proclama sin solución de continuidad. Cada teatro es responsable de su comunicación y en ella le va su credibilidad. No todos los títulos programados son obras maestras, algo exento por obvio de la necesidad de justificar.

Ayer presencié el estreno de la temporada 2023/24 en el Palau de Les Arts con “La dama de picas” (P.I. Chaikovski-1890), que no pasará a la posteridad.

El día anterior tuve la mala idea de volver a visualizar “El espíritu de la colmena”, la que para mi gusto es la mejor película del cine español, si por cine entendemos ese séptimo arte cuyo apellido hace décadas perdió su carta de identidad. La emoción artística que provocan las imágenes y los silencios de esta magnética obra de Víctor Erice es lo que, en otras disciplinas escénicas, busco sin encontrar. La Ópera, para definirse como arte total, debería acompasar a la grandeza de sus músicas, la poesía visual. Cuando esto no ocurre (que es lo normal), el efecto no es neutral, sino que viene a restar, por lo que siempre recomiendo comprar entradas con baja visibilidad.

La propuesta escénica de Richard Jones es para olvidar. Carente de línea argumental, transita por un batiburrillo de ideas sin hilvanar, llegando a solicitar prestada la buhardilla de “La Boheme” para convertirla en lo que fuera menester: habitación de Lisa, habitación de la Condesa o sala de juego al final. Un puzle de ocurrencias inconexas de las que solo se pueden salvar el cuadro de los títeres y el original plano cenital de la cama de Herman, con caída de carta en horizontal. En fin, que así las cosas, yo mismo podría ser Director de Escena sin saber de esta misa ni la mitad.

No son muchas las voces disponibles para el repertorio ruso, tan escaso y difícil de abordar que solo lo visitan los cantantes de aquel país o los que, no siéndolo, a falta de otros papeles buscan así su oportunidad. Por ello, en estos casos nunca me hago muchas ilusiones sobre la calidad vocal de lo que voy a escuchar.

Solo Elena Guseva (Lisa) mereció esos obligados aplausos que el público valenciano siempre viene a regalar (en 17 temporadas, ningún cantante ha dejado de gustar). Quiero pensar que esto se debe a su mediterránea generosidad, en lugar de otras explicaciones no convenientes aquí de señalar. La joven soprano rusa (hoy el límite ya son los 40 años) abordó su personaje con la facilidad que brinda un instrumento de rango superior a las exigencias de la partitura, tanto en estilo como en sonoridad, siendo la única a la que se pudo escuchar. Respecto a esto y aunque solo sea por ciencia estadística, no es nada normal lo que ocurre en Les Arts: que la mayoría de las voces parezcan cantar desde sus camerinos cuando en otros teatros se les escucha con facilidad. Y lo peor es que cuanto más cara es la entrada mayor es la dificultad (hace tiempo dejé de sentarme en un patio de butacas donde la orquesta manda a todos callar).

Arsen Soghomonyan (Herman), no es tenor para esta obra al presentar muchos de los problemas que los barítonos asumen al pretender subir de tonalidad y que se evidencian sobre todo en la falta de agilidad. Si a ello añadimos su evidente engolamiento en la emisión que anula los destellos vocales del metal, nos encontramos ante un sonido plano y carente de emocionalidad.

A Doris Soffel (Condesa) no se le puede reprochar su edad, pues dentro de diez años este papel tan breve todavía lo podrá cantar. Queda su saber estar escénico y ese aroma que una carrera de cincuenta años obliga a juzgarla, ahora sí, con la benevolencia que se ganan quienes nada tienen que demostrar.

Esta vez el Coro de la Generalitat no estuvo tan bien como viene siendo habitual, embarullado en muchos pasajes y sin empastar. El idioma ruso no es fácil y supongo que cada cual lo dicciona a su manera, como el Coro del Ejército Ruso al interpretar cualquiera de nuestras zarzuelas en versión original.

Todas las partituras de Chaikovski ofrecen la oportunidad de lucimiento a una orquesta, si esta tiene capacidad. Los frecuentes contrastes de color, sin renunciar a la melodía del más puro romanticismo finisecular, ponen a disposición del Director material suficiente para brillar. Así, el excelente arranque instrumental de esta obra presagiaba otra demostración de solvencia y calidad de la grandísima Orquesta de la Comunitat Valenciana, pero ayer no fue tal, quizás por un exceso de voluntariedad. No hubo frenadas a tiempo y la masa orquestal (lleno el foso a lo Wagner) se desbocó confundiendo tocino con velocidad. Los profesores no tenían el problema del idioma, que en las partichelas es universal, pero aun así cada cual transitó por su lugar. Solo fue en algunos pasajes, es cierto, pero a esta Orquesta y a su Director, James Gaffigan, ya le pedimos esa excelencia que implica el no fallar.

No me explico el pobre aforo registrado para ser el día de los estrenos de la obra y de la temporada, un domingo además. Así como en otras ocasiones he manifestado mi contrariedad a la programación de óperas tan vanguardistas como indigeribles, “La dama de picas” no lo es, formando parte merecidamente del repertorio habitual.

Finalmente, significar que Les Arts ya no imprime programas de mano, otro signo del cambio de los tiempos que nos priva de pasearlos con elegancia en los entreactos y luego poderlos coleccionar. Ahora los códigos “QR” contribuirán a que la contaminación lumínica de los teléfonos en cualquier momento y lugar se haga general, perdiéndose del todo el respeto a los demás. Si esta medida tiene alguna argumentación presupuestaria, no debemos olvidar que los nuevos gastos de gestión en la adquisición de localidades por cualquier canal podrían compensar. ¿Llegará un día en que al comprar en El Corte Inglés debamos pagar al dependiente un sobrecoste por su atención personal…?


Una buena opción, por estilo y sonoridad, es la grabación ADD de 1977 para Deutsche Grammophon que Mstislav Rostropovich dirigió a la Orquesta Nacional de Francia, el Coro Chaikovski, Peter Gougaloff, Regina Resnik y la gran Galina Vishnevskaya, legendaria Lisa y esposa vitalicia de Mstislav.

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