Romanticismo e Impresionismo por la Orchestre Philharmonique de Radio France [7]

Si con el Romanticismo se llega a la culminación formal de la música reglada, el Impresionismo posterior traerá una sensata búsqueda de libertad que más tarde se convertirá, con Schönberg y compañía, en disparatado libertinaje musical. Cuando escuchamos una obra romántica no resulta difícil percibir su expresividad emocional al contar con la seguridad tonal, eso que hasta los bebés entienden, pues sigue una impronta del todo natural. Por otra parte, al escuchar una obra impresionista, cuyo discurso musical es más circular que lineal, cambiaremos la emoción por la evocación y la concreción por la disonante atmósfera sensorial. Mientras que los compositores románticos disparan balas al centro de nuestro corazón, los impresionistas lanzan redes que nos envuelven en esferas psicodélicas, pero sin llegarnos nunca a enervar. Es el arrobamiento visceral frente a la laxitud temperamental, dos maneras distantes de expresar belleza, lo único que en el arte cuenta al crear.

El concierto, ayer, en el Palau de la Música de Valencia de la Orquesta Filarmónica de Radio Francia (la Orquesta Nacional de Francia, curiosamente, también depende de Radio Francia) nos ha permitido comparar ambos estilos musicales a partir de tres inmejorables representantes de cada uno de ellos: por una parte, el “Concierto para piano y orquesta n.º1” (1875) de P. I. Chaikovski y por otra, el “Preludio a la siesta de un fauno” (1894) y “La Mer” (1905) de C. Debussy, títulos instalados en el más alto altar de las preferencias melómanas de aquí y allá.

No creo haya título concertante que represente mejor al Romanticismo más pasional que la citada obra de Chaikovski y según mi gusto personal, la más destacada partitura para este instrumento y orquesta de todas cuantas enfrentan al teclado con la masa orquestal (y no olvido el n.º2 de Rachmaninov, el n.º1 de Chopin, el n.º5 de Beethoven o el n.º1 de Brahms). Ninguno como este me llega a emocionar por su apasionada fuerza nobiliaria entreverada con esa aterciopelada melancolía que en un romántico nunca puede faltar. Música para enamorarse de la música, cualesquiera sea la procedencia del oído y su nivel cultural. En la Wikipedia dedicada a esta composición se puede leer: “Aunque Chaikovski fue contemporáneo a Bruckner, Mahler o Debussy, se desvinculó de los ideales de ellos al considerar que la música debía ser un instrumento de comunicación de los deseos y las esperanzas humanas, considerando la melodía, la forma y el ritmo como los valores fundamentales de una obra”, lo que comparto sin dudar. Quienes, buscando la elitista notoriedad, desdeñan a Chaikovski por su conservadurismo decimonónico, lo aman en soledad, cargando con la penitencia de una hipocresía que no les autoriza a publicar su callada verdad.

De otro lado, con las obras impresionistas me ocurre algo muy singular y es que, tan alejadas de mi marcada idiosincrasia racional, no me suelo dejar llevar, lo peor que les puede pasar a ellas y a mí… todavía más. Sin embargo, consciente de su incontestable valor musical, sigo realizando esfuerzos por llegar a disfrutar de esa mágica originalidad que parece transitar por un laberinto buscando la salida sin quererla encontrar. Desconozco por cuanto tiempo permaneceré en este tantear. Y es que, en la música como en la vida, es conveniente dudar, pero no eternamente, pues son las opiniones quienes dibujan nuestra personalidad y su ausencia la que nos difumina en la sociedad.

El resultado del las interpretaciones ha sido muy dispar. El concierto de Chaikovski [5], enmarañado y falto de criterio musical, tuvo por responsables a la par tanto a la Orquesta Filarmónica de Radio Francia, dirigida por su titular Mikko Franc, como a la solista de piano Beatrice Rana, todos desnortados y sin acertar. El espíritu embelesador del compositor ruso se ausentó de una interpretación que en la orquesta fue confusión y en la pianista italiana falta de emoción, una decepcionante combinación que por inesperada me sentó mal. En cambio, haciendo honor a su nacionalidad, las dos piezas de Debussy [9] fueron un modelo de ajuste estilístico y preciosidad, obrándose el milagro en unas cuerdas que resucitaron de un mal principio para reinar en un gran final. Como aludo más abajo, con estas populares obras programadas los aplausos estaban garantizados aun antes de comenzar y el bis finlandés que propuso el simpático y autóctono Franc culminó una velada de lo más convencional.

Al margen de lo que sigue y como primera curiosidad, las dos arpas estaban al cargo de hombres (algo que ya hubiera sido excepcional de ser solo una) en un instrumento que, desde Nicanor Zabaleta, no parece conocer más dueño que las manos femeninas y su regazo maternal.

La Orquesta Filarmónica de Radio Francia por última vez visitó el Palau el 7 el mayo de 2019 (entonces al violín Hilary Hahn) y en la crónica de aquel concierto (leer completa AQUÍ) yo escribía… “Pues bien, de no ser que acontezca algo como lo que también ayer le ocurrió al FC Barcelona, todo concierto con obras muy conocidas del gran repertorio siempre está llamado a triunfar”. ¿Cabe mayor azar…? Efectivamente, ayer ha sido 7 de mayo y un mismo día antes, el Barça en la Champions ha perdido otra semifinal (encajando 4 goles de manera igual) y de nuevo esta orquesta irregular ha vuelto a triunfar en el Palau. Intrincados caprichos malabaristas de una irracional Providencia a la que en ocasiones le gusta hacernos dudar. Mientras escribo esto, todavía no “Habemus Papam” que lo pudiera explicar…


Buena asistencia, aunque no lleno total…


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