La Historia no es más que el continuado relato (en ocasiones fabulado) de lo que realizaron algunas personas que destacaron, para bien o para mal, sobre las demás. Pero ese despuntar no siempre responde a un mismo criterio de tasación, por lo que el merecimiento de quienes gozan de un nombre grabado en los registros de la popularidad puede que no sea igual, tanto en su momento como en la posteridad.
En el ámbito del canto no todas las disciplinas responden a la misma intrínseca dificultad y por tanto los resultados tampoco son igual. Así, entre la ópera y el pop media un abismo que sin toda una vida de aplicación no es posible superar. Lo que en la lírica consigue con su voz un cantante del montón, queda muy lejos de lo mejor que puedan dar las efímeras estrellas juveniles que abarrotan estadios a golpe de mercadotecnia musical.
María cala en mi sensibilidad y de Rosalía me protejo con el impermeable que uso para no dejarme contagiar por la ofensiva comercial. Sin embargo, en ocasiones me mojo como el que más (“Rosalía… sin Trá-Trá“).
Y si la vida personal tiene algo que contar para alcanzar la celebridad en esta feria de ventanas indiscretas de la privacidad, no es lo mismo Aristóteles Onassis que Raw Alejandro, ambos huidos, sí, pero solo el primero y primera fortuna mundial quiso regresar.
En cuestiones de elegancia ni que hablar, al enfrentar el aristocrático refinamiento de una serena dama y su eterno aspecto otoñal con el poligonero ímpetu de una perspicaz joven que cada día parece buscar y encontrar una distinta identidad.
Interpretar “Casta diva” de Norma se encuentra a años Lux de cantar “Berhain”, por más que la marabunta mediática mate por captar la atención de cuantos, con bovina ingenuidad, se dejan llevar…
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