Avanzando más en nuestro recorrido por los aspectos principales que determinan la mejora personal y profesional, en esta ocasión trataremos la séptima Receta de Éxito, cuyo espíritu entronca de muy cerca con el reconocido y eficaz método científico de “prueba y error”:
“Enfocar los fracasos como una oportunidad hacia el futuro, aprendiendo de los errores, ganando experiencia y tolerando los reveses de la vida con espíritu deportivo”
Los fracasos son inevitables en la vida, sobre todo cuando esta nos la planteamos con la motivadora y apasionante ambición del desarrollo y crecimiento personal. El riesgo de la mejora siempre comporta la asunción del error, pues nadie tiene la fórmula infalible del acierto continuado. Huir del error es negar la aventura del conocimiento de aquellas potencialidades que todos guardamos calladamente en nuestro interior. Huir del error es conformarse, conformarse es parar y parar es comenzar a morir.
Allá por los años ´90, cuando los mercados de las nuevas tecnologías electrónicas iniciaban sus pasos, los directivos más valorados eran aquellos que habían trabajado en una empresa que hubiera quebrado. La razón de ello no era otra que la de su experiencia sobre “lo que no había que volver a hacer”, dado que las claves sobre “lo que había que hacer” entonces aún eran desconocidas. En este caso, el error se valoraba más que el acierto ante la incertidumbre de los mecanismos que gobernaban un sector incipiente y en franco desarrollo.
También en el deporte, donde la mejora continua es fundamento de su naturaleza, encontramos muchos ejemplos de aprendizaje sobre los errores, como el del saltador de altura Dick Fosbury que, decepcionado por el estancamiento de sus marcas, se planteó no seguir utilizando las modalidades de salto hasta entonces habituales (rodillo ventral, tijera, etc.). Tras muchos ensayos frustrantes, inventó el Fosbury Flop (saltar de espaldas al listón), fue campeón olímpico en México ´68 y legó una técnica que en la actualidad nos lleva a recordar su nombre cada vez que un atleta se dispone a saltar.
En definitiva todo esto se reduce a que cada uno de nosotros sea capaz de responderse honesta y sinceramente a la siguiente pregunta:
¿Estoy dispuesto a asumir el coste del inmovilismo vital a cambio de acertar siempre en todo aquello que hago?
Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro