“Amador”

Todos desembarcamos en la vida acompañados por las fichas de un rompecabezas personal que compone la imagen de aquello que podrá dar de sí nuestro futuro, siendo misión de cada cual el esforzarse por juntarlas para aprovecharlo plenamente.

Algo de esto cuenta Amador, el anciano “amador” protagonista de la película del mismo nombre dirigida por el más socialmente comprometido guionista del cine español, Fernando León de Aranoa (“Familia”, “Barrio”, “Los lunes al sol”, “Princesas”, etc.) y estrenada recientemente en España, por desgracia y a tenor del público asistente a las sesiones, parece que con la calificación de “para mayores de treintaytantos años”.

Amador” es la mejor película de Fernando León hasta la fecha por su tiralineado guión de precisión, que se abre para finalizar cerrándose sobre sí mismo sin olvidar nada de lo inicialmente propuesto. En un tono deliberadamente tragicómico (quizás algo excesivo y estereotipado en los casos del cura y la veterana prostituta) y con un tempo calculadamente parsimonioso (su director parece hacer honor al nombre de la productora que el mismo ha creado: “El Reposo”), los acontecimientos nos golpean con la brutalidad lacerante de una injusta realidad contemporánea que siendo dolorosamente innegable, muchos todavía quieren ignorar.

Si las omnipresentes flores que aparecen en la película ejercen de frágiles metáforas inodoras sobre la futilidad de la vida actual, los tres rompecabezas que articulan la historia (el de la “Vida” de Amador, el del “Desamor” de Marcela y el de la “Infidelidad” de Nelson) nos hablan de la necesidad de construir sin descanso todo lo que tiende, también sin descanso, a despedazarse constantemente a nuestro alrededor (siempre he pensado que la vida consiste en construir, sin solución de continuidad, un castillo de naipes que tiende a caer constantemente, bien por su propia fragilidad o bien porque nos lo derriban).

Amador no completará el puzle de su vida (impagable el primer plano de su mano inerte con una de las últimas fichas a modo de crucifijo responsorial), dejando un gran amor por vivir y traspasando la tarea de finalizarlos (el puzle y el amor) a su desclasada cuidadora Marcela, quien prolongará su vida en la del hijo que está esperando.

A Amador, como a tantos otros, le faltó tiempo para concluir su vida, quizás porque lamentablemente la comenzó “demasiado tarde…”. La vida no tiene espera pues, por más larga que pueda ser, siempre será “demasiado corta…”. En el cartel anunciador de la película aparece… “Somos nuestras decisiones”.

Mi agradecimiento a Fernando León por la inalterable entereza de sus propuestas cinematográficas sin concesiones a la torticera hipocresía que nos invade y por compartir hace años en el Centro Cubano de Madrid una singular cena conmigo y con mi hermana, por aquel entonces cuando ellos eran pareja.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Nacer para Vender

Muchos piensan que para vender hay que nacer pero yo opino que nacemos para vender.

Mi primer trabajo oficial aconteció, una vez finalizados mis estudios universitarios, cuando fui contratado para desarrollar funciones comerciales en la oficina principal de una conocida entidad financiera en el centro de Valencia. Hasta la fecha nunca había vendido profesionalmente o de ninguna otra forma y la verdad, ni me sentía preparado para ello (no conocía nada acerca del mundo financiero y mucho menos sobre el comercial) ni mi idiosincrasia (tímido e introvertido) se ajustaba al perfil ideal que requería el puesto laboral, por lo que la confianza en el éxito de mi futuro no era muy elevada. A los tres meses conseguí abrirle una cuenta de nueve cifras (en antiguas pesetas, claro) a El Corte Inglés y una semana más tarde me nombraron director de una sucursal urbana. Tras ella vinieron otras cinco cada vez mayores y luego una dirección provincial. Siempre vendiendo. En 2002 reorienté satisfactoriamente mi trayectoria profesional hacia el Business Coaching, cuyos servicios ahora también debo seguir vendiendo.

Continúo siendo la misma persona tímida e introvertida de siempre y no creo conocer muchas más técnicas de venta que cuando comencé, aunque reconozco que la experiencia me ha facilitado un poco la mejora.

Mi caso, en realidad, no es muy diferente al de tantos otros profesionales que han obtenido éxitos comerciales sin estar predestinados a ello. ¿Dónde está entonces la explicación?

Yo creo que para vender en el mundo profesional, ni se nace ni uno se hace, pues la venta (en todos los sentidos) es un ejercicio obligado en el conjunto de nuestra vida. Desde que nacemos y debemos convencer a unos extraños (luego los llamaremos padres) para que nos alimenten justo cuando tenemos hambre, hasta que morimos y dejamos en manos de otros (nuestros hijos) el que queremos sea el destino final de nuestros huesos. Entre los padres y los hijos, todas las demás personas que hemos conocido han sido objeto de nuestras ventas personales.

Nacemos para vender pues todo en la vida es una necesaria transacción constante, que nos obliga a establecer millones de acuerdos ganar/ganar para obtener lo que queremos. Todos vendemos en cada momento sin normalmente saberlo y lo hacemos efectivamente porque, de una manera u otra, hemos desarrollado inconscientemente técnicas comerciales muy personales que adecuamos a nuestra particular idiosincrasia para avanzar hacia la consecución de nuestros propósitos.

Todos sabemos vender, pues de lo contrario no sobreviviríamos. Por tanto, si en nuestra vida tenemos los ejemplos que lo demuestran, hay que buscarlos y re-aprender de ellos.

El primer día que tuve que vender en la calle los productos financieros del banco en que comenzaba a trabajar me di cuenta de ello y desde entonces no lo he olvidado… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Las tres Claves del Éxito: 3-El Esfuerzo

Ganarás el pan con el sudor de tu frente (La Biblia, Génesis 3:19), frase bien conocida por todos y que con más de dos milenios parece que no ha perdido vigencia desde entonces, si bien ahora la deberíamos matizar.

Pero no solo el libro sagrado de los cristianos nos habla del Esfuerzo, pues el concepto es tan universal que no distingue de religiones ni épocas, llevando al consenso a todo aquel que ha escrito su nombre en el recuerdo de la historia del pensamiento:

·        Jamás el esfuerzo desayuda la fortuna, Fernando de Rojas

·        Nuestra vida vale lo que nos ha costado en esfuerzo, François Mauriac

·        Una habilidad mediana, con esfuerzo, llega más lejos en cualquier arte que un talento sin él, Baltasar Gracián

·        Lo que hagas sin esfuerzo y con presteza, durar no puede ni tener belleza, Plutarco

·        Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado, Mahatma Gandhi

·        El secreto de mi felicidad está en no esforzarme por el placer, sino encontrar placer en el esfuerzo, André Gide

El Esfuerzo, impuesto o elegido, posiblemente no deviene por un castigo divino sino por el simple hecho de que en lo material (adquirir una vivienda, cambiar de vehículo, etc.), todavía en el siglo XXI no hay suficiente para todos, por lo que se genera un valor de compra que hay que pagar. De otra parte, en lo inmaterial, no dándose estas consideraciones economicistas, también ocurre que aquello que más apreciamos lo hemos conseguido siempre con Esfuerzo (conservar un amor, confiar en uno mismo, conseguir el reconocimiento de los demás, etc.). El Esfuerzo es una realidad incuestionable en nuestra vida y por ahora, no es evitable si queremos obtener buenos resultados.

Lo cierto es que el Esfuerzo como concepto, aunque ha persistido inalterable durante los siglos, no ha mantenido el mismo grado de exigencia en las personas a lo largo de la Historia, pues la evolución global conseguida por el ser humano ha ido facilitando paulatinamente su tránsito por la vida. De aquí que la frase de apertura de este artículo, ahora deba entenderse en el contexto actual de los países desarrollados (en otros, desgraciadamente es plenamente aplicable) y sea extensiva a otros aspectos de nuestro caminar vital.

Esta palpable realidad (acelerada desbocadamente en la última generación), ha configurado una sociedad desentrenada en el Esfuerzo y que por tanto lo evita habitualmente o lo aborda, en su caso, cuando no tiene más remedio y con temor e incapacidad. En mi experiencia personal como corredor aficionado, pronto aprendí que el entrenamiento necesario para afrontar con garantía un maratón no era tan solo físico sino también muy psicológico, al tener que acostumbrar asimismo a la mente a afrontar y persistir en el Esfuerzo, por ejemplo no aflojando el ritmo de carrera o resistiendo las frecuentes y sugestivas tentaciones de abandonar.

Por tanto, en la mejora de nuestra capacidad de Esfuerzo también cabe el entrenamiento que (al igual que en el mundo del deporte) se aconseja sea progresivo, buscando inicialmente retos cuya sencilla consecución nos encamine a enfrentarnos a otros de mayor complejidad. Afrontar empeños que requieren grandes dosis de Esfuerzo sin el conveniente acostumbramiento al sacrificio que conlleva es la mejor garantía para fracasar.

El Esfuerzo es la tercera y última Clave para el Éxito que, precedida por la Actitud y por la Aptitud, ejerce como la espoleta del explosivo de nuestra potencialidad como seres humanos y con las demás, nos puede garantizar aquello que es a lo máximo que siempre podremos aspirar:

¡¡¡Llegar a ser la mejor versión de uno mismo!!!

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Las tres Claves del Éxito: 2-La Aptitud

Si en mi anterior artículo hablaba de la Actitud como una de esas tres Claves del Éxito para triunfar en la vida y cuyo carácter es básicamente predisposicional, en este lo haré sobre la Aptitud (del latín aptus o capaz) más vinculada a lo que sabemos y como lo aplicamos, es decir a lo competencial.

¿Quién no ha oído esa conocida frase que dice… fulanito es muy competente? Suena bien y todos sabemos lo que significa: que fulanito hace muy bien las cosas. Cuando alguien es capaz de realizar con excelencia su cometido (profesional o personal) es competente y por tanto podemos decir que reúne la Aptitud necesaria para desempeñar exitosamente sus tareas.

Pero… ¿qué se necesita para tener Aptitud? Solo dos condiciones: saber y aplicar.

Saber es indispensable para conocer cómo desempeñar un cometido. El conocimiento adquirido nos ahorra el tener que descubrir por nosotros mismos, en cada momento, el cómo hacer algo nuevo. La traslación del saber (anterior y nuevo) de una generación a otra es lo que nos permite avanzar como especie en la naturaleza pues esas mismas generaciones pueden disponer del tiempo necesario para reflexionar sobre nuevos retos del conocimiento. De otra manera, siempre estaríamos dándole vueltas a lo mismo en un bucle sin fin, con el único y parsimonioso progreso que establecen las leyes darwinianas.

El saber se adquiere por la formación, que nos garantiza la comprensión teórica del mundo pretérito y del contemporáneo. Formarse es indispensable hoy, pero también lo es mañana pues todo cambia y se impone la actualización permanente. La formación, arrinconada habitualmente en la primera etapa de nuestra existencia, solo puede ser garantía de obsolescencia de no tener una vocación de continuidad vitalicia.

Pero solo el saber no garantiza la Aptitud, pues lo que conocemos debemos también aplicarlo. Aplicar de forma adecuada lo que en nuestra vida hemos aprendido se convierte en la alquimia necesaria para pasar de la teoría a la práctica. Es lo que comúnmente llamamos la experiencia o esa capacidad para poner en valor los conocimientos adquiridos con pleno aprovechamiento.

La experiencia normalmente se incorpora a lo largo del transcurso del tiempo (mayor o menor según el espabilamiento de cada cual) y ese tiempo es el que la sociedad no nos suele conceder en su exigencia de resultados inmediatos, urgiendo siempre la puesta en valor de las personas a la mayor brevedad posible. Brevedad que solo es factible alcanzar acelerando el pausado proceso natural experiencial mediante técnicas de Coaching (entrenamiento práctico), siempre más cercano al aplicar como la formación lo está del saber…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Las tres Claves del Éxito: 1-La Actitud

Debo confesar que sufro de una rara enfermedad poco estudiada hasta la fecha: la actitudinitis o ese miedo atávico e incontrolado a encontrarme con personas que proclaman a los cuatro vientos y sin el más mínimo pudor su actitud negativa frente a los diversos acontecimientos de la vida. Además y para empeorarlo si cabe, en un alarde de aprensión woodyalleniana, siempre creo que me voy a contagiar de ellos, convirtiéndome en la más pura representación contemporánea del homo cabizbajus depresivus.

Quizás por esas especificaciones propias que definen mi actividad profesional como entrenador de directivos puedo quedar más expuesto que otros al librepensamiento de mis clientes y su tendencia a buscar un hombro receptor de llantos y lamentos por eso de lo mal que está todo… Es mi trabajo, sí. Pero uno acaba acogotado de tanto negativismo sin tregua ni razón.

Efectivamente, ni razón. Pues no la tienen. Nadie puede tener argumentos consistentes para ejercer de negativo en su vida si la quiere vivir con pleno aprovechamiento. Cualquier dificultad o desgracia vital nunca justifica poner la mirada baja a menos que alguien disfrute inexplicablemente con ello (que los hay). El camino de la vida se llama tiempo y su transcurso es una constante oportunidad que se nos brinda para intentar mejorar lo que ahora no termina de funcionar.

Es cierto que la situación económica actual nos tiene a todos preocupados y yo no soy una excepción. Las dificultades que los mercados nacionales e internacionales están atravesando han frenado el ritmo de avance de las empresas y los negocios, comprometiendo su viabilidad y generando costes sociales muy dolorosos.

Cuesta arriba es muy posible que ya no se pueda correr y ahora solo haya que despacio caminar o en el peor de los casos parar, pero nunca retroceder. Mirar atrás no es aconsejable si se quiere avanzar, so pena de poder tropezarnos por no identificar lo que delante nos pueda obstaculizar.

La Historia nos demuestra que todas las personas de éxito, además de otros rasgos comunes, se han caracterizado por albergar y demostrar en su vida una solida actitud positiva anclada en la factibilidad, que nunca estuvo supeditada a las circunstancias vividas, sino más bien fue ejercida sin solución de continuidad tanto en los momentos buenos como en los de dificultad.

Nadie puede prescindir de tener una actitud frente a los acontecimientos que le sobrevienen (es imposible), pero si puede elegir libremente su signo, positivo o negativo. Signo que, desde el comienzo de todo empeño, condicionará radicalmente las oportunidades del éxito o fracaso que pueda alcanzar…

Nuevamente, es una elección personal…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La Dilación y la Procrastinación

Vaya por delante que nunca he sido amigo de esas modas nominativas que tan sorpresivamente vienen como difuminadamente se van. Aquellas que ponen de actualidad palabras o frases supuestamente novedosas y originales para gozo de usuarios poco creativos y amantes de un esnobismo traducido en gregarismo expresivo.

Ahora está en boca de muchos el término Procrastinación para definir la…

“Acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras más irrelevantes y agradables”

…cuando a eso siempre se la ha llamado Dilación, término mucho más amable con nuestros oídos que cada vez deben soportar vocablos dolorosamente afeados e impronunciables.

La Dilación es uno de los problemas más habituales con que me encuentro en mis sesiones de Business Coaching. La mayoría de mis clientes confiesa sufrir una tendencia incontrolada hacia la postergación de sus tareas sin motivos razonables que lo justifiquen, incurriendo al fin en desesperantes amontonamientos de trabajo y una asfixiante y constante sensación de deuda personal consigo mismo.

Hacer ahora lo que se debe hacer ahora y luego lo que pueda esperar es decisión privativa de cada cual pues no hay reglas válidas y universales para todos, siendo uno mismo quien debe identificar que debe hacer y cuando, estableciendo un orden de prioridades para administrar sus preferencias. Orden de prioridades indispensable en una realidad inflacionada de tareas para el tiempo disponible. Esto siempre será lo primero, siendo lo segundo y complementario a ello el manejo de alguna de las eficaces herramientas de organización personal que, ahora de forma electrónica, están disponibles en el mercado. Intentar llevar nuestra administración de tareas “de cabeza” es la mejor forma de no llevar ninguna adecuadamente.

Soy consciente de que lo anteriormente dicho no aporta nada nuevo a lo ya sabido pero lo importante no es el saberlo, que todos lo sabemos, sino el hacerlo, que todos no lo hacemos. Por tanto, nuevamente lo verdaderamente determinante para transitar por el camino de la mejora profesional y personal es pasar de la teoría a la práctica. Ponerse en acción. Solo o con ayuda de un Coach que facilite la consecución de unos mejores resultados que justifiquen el retorno de la inversión realizada.

Yo como Coach estoy obligado, en cierta forma, a tratar de ser “producto de producto” y aplicarme muchas de las recomendaciones que sugiero a mis clientes. Dilatar la ejecución de ciertas tareas puede acarrear la penosa frustración de no conseguir aquello que nos proponemos: en verano del 2011 quiero festejar mi 50º cumpleaños asistiendo al Festival de la catedral de la música wagneriana en Bayreuth (Alemania) y ya he comprado las entradas y reservado el hotel…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Septiembre se debería llamar Enero

Septiembre

El que todos los años comencemos a contar sus días desde el 1 de Enero es solo una cuestión de formulación de nuestro calendario y no tiene mayor significación que la puramente contable. En realidad, para quienes vivimos en el Hemisferio Norte, el mes del año que más puede determinar el comienzo de nuevas etapas en nuestra vida es Septiembre y no Enero.

En otras ocasiones he traído a estas páginas la caudal importancia que la Costumbre representa en los procesos de mejora profesional y personal. La pesada inercia de comportamientos adquiridos durante largo tiempo suele ser tan fuerte que su modificación es por todos vivida como muy costosa, a no ser que acontezcan hitos de gran trascendencia capital cuyo brusco impacto nos obligue a variar el rumbo de nuestras cosas.

Esperar a esos acontecimientos (una grave enfermedad, un accidente, la pérdida de un ser querido, etc.) para propiciar el cambio necesario no es lo más conveniente pues dejamos en manos del a veces cruel Destino la fijación del nuestro propio. Por el contrario, buscar aquello que debemos mejorar por la simple convicción de que es lo que nos conviene y sin más, es lo que permanentemente puede embarcarnos en la mejor senda de crecimiento y desarrollo personal.

Ahora bien, como cambiar nuestras costumbres es harto difícil, yo opino que es lícito y aconsejable buscar aquellos caminos con menos pendiente para favorecer el duro proceso. Uno de esos caminos es el que nos brinda el cambio de ritmo vacacional.

Por experiencia propia y toda la atesorada con mis clientes en los últimos años de ejercicio profesional, he llegado a la conclusión de que es muy difícil cambiar el rumbo de los aspectos esenciales de nuestra vida cuando nos encontramos instalados en la reiterativa cotidianeidad, pues el poder de la costumbre aquí se hace inexpugnable y perenne. La mejor oportunidad para ello siempre la encontraremos tras un periodo de descanso vacacional, al ofrecernos este la oportunidad de alejarnos de lo consuetudinario propiciando una más alta atalaya de visión sobre nuestra realidad y lo que es más importante, un oxigenador cambio de ritmo vital.

Pues bien, si de cambios de ritmo se trata, sin duda el que se produce durante las vacaciones de verano es el más significativo del año por la mayor duración de aquellas (muy superior a las de Navidad, Semana Santa, puentes, etc.) que ejerce como filtro limpiador de muchos de los condicionamientos mentales que manejamos de forma inconsciente durante el resto del año.

Todos los años pasa generosamente por nuestra puerta Septiembre, sin duda el más propicio de todos los meses para acometer algunos de esos cambios que pueden modificar el rumbo de nuestra vida y que lo configuran como el verdadero Enero de un nuevo y esperanzador ciclo personal…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Salzburgo, Verona y el Amor

Decía en mi anterior entrada que cada Agosto siempre tiene fecha de caducidad y el presente, ya la va teniendo. Pronto comenzaremos un nuevo Septiembre con esos añorados recuerdos vividos de unos días que, en mi caso, han sido intensamente inolvidables.

Asistir a los Festivales de Música de Salzburgo y Verona y hacerlo viajando en moto es una de las experiencias más sugestivas que yo pueda desear y que me ha permitido descubrir la personalidad de algunas de las más apasionantes ciudades europeas y el bucólico encanto de esos verticales paisajes alpinos que rivalizan para convertirse en la más bella postal. Y todo ello enmarcando la inolvidable experiencia de asistir a algunas de las mejores jornadas operísticas por mi vividas en la cuna mundial de la música clásica estival.

Mi ruta de pernoctaciones fue: Valencia-Segovia-Burdeos-Ginebra-Como-Innsbruck-Salzburgo (“Don Giovanni” de Mozart, “Romeo y Julieta” de Gounod, “Norma” de Bellini, “Iván el Terrible” de Prokofiev)-Cortina D´Ampezzo-Verona (“Aida” de Verdi)-Cannes-Cadaqués-Sitges-Valencia.

El Salzburger Festspiele sin duda es el Festival de Música más importante del mundo, tanto por su glorioso pasado (celebra la 90ª edición) como por su excepcional presente en donde concurren las producciones, las orquestas, los directores y los intérpretes más prestigiosos y afamados de la actualidad. Pero además, su elitista público (venido de todas las partes del mundo) es el más entendido y versado con el que yo haya compartido patio de butacas nunca y esa, sin duda, es la mayor garantía de posible calidad.

Me asombró el inquietante bosque giratorio ideado por Claus Guth para el varonil “Don Giovanni” interpretado por Christopher Maltman representado en la Haus Für Mozart, la capacidad dramática de la bella Anna Netrebko protagonizando una juvenil Juliette de “Romeo y Julieta” en la Felsenreitschule, la lección de sabiduría y sutileza belcantista de la grandísima Edita Gruberova como una “Norma” que puso al público en pié con su inigualable Casta Diva en el Grosses Festspielhaus (también la presentación de Joyce DiDonato como Adalgisa) y la fuerza dramática de un veterano Gerard Depardieu narrando en ruso un “Iván el Terrible” que magistralmente dirigió Riccardo Muti a la Wiener Philharmoniker.

Entre espectáculo y espectáculo mis deseadas peregrinaciones a los lugares en donde nació, habitó, compuso e interpretó Mozart se convirtieron de nuevo en la constatación de que algunos hombres siempre vivieron para nunca morir.

Luego en la Arena de Verona (88º Festival), la monumental “Aida” decorada por el maestro Franco Zeffirelli, popular y veraniega, hay que escucharla con la indulgencia de asistir a un espectáculo en donde las estrellas del cielo abierto y la fresca brisa que desciende de los Dolomitas rivalizan con los permitidos flashes y el carrito de los helados en los entreactos. Italia también es así.

Dicen que Verona es la ciudad del Amor, el mismo que en sus paseadas calles y románticos balcones se juraron para siempre Romeo y Julieta y yo pude disfrutar también en la excelente versión operística de Salzburgo, para constatar una vez más que el verdadero arte sólo es eso: Amor vestido de música, pintura, escultura, arquitectura, literatura… Altas expresiones del talento humano que nos han permitido lograr el milagro de interpretar aquello que siempre ha sido más inefable: el irresistible poder de los sentimientos como motor de nuestras acciones y definidor del sentido de la vida más personal.

 

Saludos de Antonio J. Alonso

Agosto siempre tiene fecha de caducidad

A las puertas de Agosto, en poco más de un mes, estrenaremos un nuevo Septiembre y con él lo de siempre: los madrugones con despertador, la supuesta nueva programación de radio y televisión, otro aburrido curso político, los niños cariacontecidos dirigiéndose hacia el colegio, los reiterados e incumplidos buenos propósitos de mejora personal, etc., etc., etc. Pero sobre todo ello… la sempiterna depresión postvacacional.

Si hay un tema recurrente que preside el Septiembre de todos los medios de comunicación, ese es el de la depresión postvacacional. ¡Siempre se recomienda lo mismo y siempre se olvida eso mismo! El año pasado yo también escribí acerca de ello en “El engaño de las vacaciones”, aunque este año me propongo tratarlo de forma distinta, buscando el prevenir antes que el curar.

Agosto es un mes muy traicionero pues se asemeja a un delicioso gran pastel de chocolate que, sin atender a las sabias recomendaciones que nos hacen, devoramos atropellada y compulsivamente hasta lograr empacharnos, entristeciéndonos cuando lo terminamos pues consideramos que no debería acabar jamás. Al igual que no comemos todos los días del año pastel de chocolate, todos los meses no son Agosto y esto debemos asumirlo con anticipación y no a mes vencido, cuando ya no hay remedio ni solución.

Para los que somos afortunados por mantener nuestro trabajo, la causa principal de la depresión postvacacional radica en pensar que lo normal son las vacaciones y lo anormal el resto del año. Solo esto. Cuando asumamos que, para la gran mayoría de la población de hoy en día, es necesario trabajar para vivir, perderemos ese “tic” infantil que nos asalta todos los principios de Septiembre y que nos instala en esa imposible utopía que nos amarga el comienzo de cada nueva temporada laboral.

Disfrutar de las vacaciones al máximo considerando que siempre tienen fecha necesaria de caducidad es la mejor medicina para afrontar el resto de un año que seguro nos llevará hasta un nuevo Agosto vacacional…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

75.000 kilómetros…

Recientemente, un amigo y compañero motorista me trasladaba su evidente y natural orgullo por haber logrado cabalgar sobre su fiel montura mecánica hasta llegar alcanzar los 75.000 kilómetros conducidos. Escuchando esto, secretamente me albergaba la misma emoción, pues yo también he podido llegar a ese registro, pero con la sola ayuda de mis piernas.

Efectivamente, en 2006 cumplí mis 30 años como corredor aficionado y sobre la celebración de ese aniversario quise escribir un descriptivo relato (¡30 años corriendo!) que, cuatro años después, todavía recuerdo con el dulce estremecimiento que regalan los más difíciles retos alcanzados.

Hoy, a menos de dos meses para cumplir los 49, son ya 34 años de inquebrantable y constante militancia deportiva que, en una fiable aproximación kilométrica, me instalan en los 75.000 kilómetros corridos o lo que es lo mismo, casi dos vueltas completas alrededor del perímetro terrestre y con muchas ganas todavía de conseguir las míticas seis cifras antes de llegar a la sesentena.

Yo no soy un superhombre. Soy una persona corriente que nació con unas facultades físicas bien normales o quizás aun menos que eso (en el colegio, casi todos mis compañeros me adelantaban cuando había que correr), pero que se obstinó desde adolescente en cambiar el curso de unos acontecimientos tan predecibles como poco deseados en el fondo de mi corazón. Por tanto, mi aceptable estado de forma física actual no se debe a un amable regalo de la naturaleza, si no al constante y determinado esfuerzo desarrollado diariamente en los últimos dos tercios de mi vida.

Aceptar que lo valioso (a todos los niveles) nunca es ni será gratuito constituye el principio fundamental para instaurar la cultura del esfuerzo y su recompensa. Considerar por contra que el destino nos tiene reservados atractivos y gratuitos regalos porque sí, es sin duda el final de todo camino hacia la superación personal y el principio de la más aburrida y vital resignación…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro