¡Rebajas!

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Nunca me han gustado las Rebajas porque suponen el reconocimiento público por parte del vendedor de un engaño previo en forma de precio mayor. Engaño que todos solemos aceptar tácitamente víctimas de una costumbre, tan arraigada en nuestra cultura, que nos ciega la capacidad de valorar.

En Rebajas, además, el comprador está dispuesto a considerar la utilidad de lo adquirido en un segundo plano, lo que le aleja diametralmente del sentido mismo de la compra racional que es la satisfacción de una necesidad (no olvidemos que lo que compramos lo pagamos con el dinero que obtenemos de nuestro trabajo, que así también se convierte en necesidad).

Asimismo, las Rebajas no son muy distintas al castizo regateo, aunque con unas reglas previamente marcadas y unos plazos que, si antes eran puntualmente calendarizados, ahora parece se extienden a cualquier momento y lugar.

Pero, ¿las Rebajas solo acontecen en los comercios? Pues no. También están presentes en muchas otras manifestaciones de nuestra vida, aunque no seamos plenamente conscientes de todo lo que nos vienen a condicionar.

Una situación que frecuentemente utiliza de las Rebajas es la del cortejo o ligue cuando, por conseguir un propósito sexual o sentimental, nos mostramos estratégicamente diferentes a quienes normalmente somos amabilizando nuestro carácter habitual para así mejor agradar. Al margen de otras muy principales cuestiones de índole emocional, este componente específico de compraventa relacional entre dos personas al conocerse, dependiendo del nivel de la rebaja inicial ofrecida por las partes, puede derivar en fracaso posterior al comprobarse el engaño en lo comprado cuando al fin concluye la temporada de esa galante liquidación y llega la verdad.

El ámbito profesional también está salpicado de peligrosas campañas de Rebajas siendo, por ejemplo, de las más comunes las derivadas de nuestra dificultad para decir no cuando es necesario negar. Asumir compromisos de realización de tareas o gestiones sin la verdadera convicción de su idoneidad e incluso factibilidad, es la mejor forma de rebajar el precio de nuestro tiempo de trabajo al no considerar a la priorización como la herramienta que le fija su valor real. Decir si a todo o a casi todo es vender nuestra profesionalidad por debajo de lo que vale y por tanto contribuir seriamente a desacreditarla ante los demás.

En la vida, rebajar para vender no suele traer buenos resultados si lo que buscamos es dignificar lo que somos y ofrecemos a los demás, defendiendo nuestra singularidad, valorándola y haciéndola valorar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

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