La envidia… ¿sana?

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Porque nos comparamos… nos envidiamos y no habría nada de malo en ello si la envidia fuera siempre sana, como a continuación voy a tratar de explicar.

En efecto, la comparación es inevitable pues es el único baremo del que disponemos para enjuiciar y valorar lo que somos en cualquiera de las áreas de la vida. El anacoretismo lleva a la desorientación vital, precisamente por la pérdida de la referencia que supone no conocer el que, como, cuando y cuanto son los demás.

Evidentemente toda comparación deviene en desigualdades, las propias de nuestras diferencias como personas, lo que supondrá jerarquías por competencias o posesiones en función de con quién nos queramos comparar.

Una de las variables que más condiciona a las comparaciones es la capacidad de objetividad desarrollada en la valoración de uno mismo y que puede afectar nuestra posición en los ránkines que finalmente lleguemos a determinar. Si somos muy autorigurosos terminaríamos equívocamente muy abajo, mientras que la indulgencia nos llevaría falsamente a escalar.

Por tanto, si constantemente estamos comparándonos y ubicándonos en diversas escalas valorativas es inevitable que nos surjan anhelos de mejora y para ello tomemos por modelo a ciertos individuos que se encuentran en los primeros puestos y a los que nos gustaría imitar.

Así las cosas, ¿alguien aseguraría que tomar por modelo a Rafa Nadal o Plácido Domingo está relacionado con la envidia…? Pues depende. Depende del camino elegido para acercarse a estos u otros arquetipos de referencia que nos atraen y pretendemos emular.

Si optamos por el deseo de mejora sin querer recorrer el esforzado trayecto necesario para ello, entonces muy posiblemente alimentemos sentimientos negativos de envidia hacia los demás al comprobar que no podemos ser fácilmente como ellos (olvidando todo lo que les ha costado llegar). Se trata de un mecanismo de defensa que viene a culpar al otro de lo que es o tiene y nosotros carecemos, pero no estamos dispuestos a intentar conseguir con laboriosidad.

Por el contrario, al compararnos con personas a quienes admiramos por algo y asumir que eso no les ha sido regalado, estamos estableciendo un criterio de meritoriaje que difícilmente se puede traducir en envidia insana, pues implícitamente aceptamos que los efectos son consecuencias de las causas o las actuaciones y estas suelen estar mayoritariamente al alcance de todos los que las quieran implementar (excepto en los casos de evidentes condicionamiento físico o mental).

Por todo ello, cuando frecuentemente escucho decir a una persona que tiene envidia sana de otra (escondiendo su falta de coraje para luchar), comienzo a dudar de sus palabras y lo que es peor, de lo que puedan acarrear…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro