La medicina prodigiosa

Autonomos

De las muchas cuestiones que al hombre le llegan a importar y estima como esenciales de su vida, la primera sin duda es la salud como condición necesaria para disfrutar de todas las demás.

Dado que habitualmente nuestra capacidad de valoración de las cosas suele venir propiciada más por su ausencia que por su tenencia, es claro que difícilmente solemos ser conscientes de la verdadera trascendencia de algo hasta que lo perdemos de manera total. Este procedimiento de evaluación no parece ser el más eficiente, pero desgraciadamente si es el más extendido dada nuestra propensión a olvidar todo aquello que perternece a nuestra cotidianeidad.

Pero la salud nunca se tiene toda o nada (excepto al fallecer), sino que su disfrute conlleva muchos grados de prestaciones que son inversamente proporcionales a la valoración que le queramos otorgar. Por ello, no todos la apreciamos de igual manera y quizás de ello se derive el diferente cuidado que le llegamos a prestar.

La consecuencia más evidente de la perdida de salud es el efecto invalidante que provoca y que en muchas ocasiones impide el desarrollo, transitoria o permanentemente, de una vida normal. En asuntos de trabajo esto se suele traducir en absentismo laboral, cuya justificación personal cada cual debería ser el responsable de valorar de la forma más honesta posible. Las fronteras que delimitan la posibilidad de asistir o no al trabajo cuando estamos afectados por alguna dolencia, en ocasiones son tan indefinidas que viene a ser la actitud y el grado de compromiso con nuestras obligaciones quienes suelen dictar como obrar.

Hace unos días y sin motivo aparente me quedé enganchado por la espalda, a partir de lo cual todo lo que antes cotidianamente era fácil de hacer se me complicó en tal grado que lograr ponerme unos calcetines me hacia merecedor de la más dorada de las medallas de un mundial. Privado de gran parte de mi movilidad habitual, los intentos por alcanzarla eran agradecidos por mi cuerpo con eléctricas descargas de punzante dolor, sin duda el mejor invento disuasorio que la naturaleza ha creado para quienes quieren obviar lo que todavía se encuentra mal.

En esta desfavorable situación y buscando el amparo de un facultativo que me aliviase la dolencia al objeto de no perjudicar mi responsabilidad profesional, me dirigí a la omnicomprensiva Seguridad Social y al exponer mi problema recibí la mejor de las medicinas posibles. Quien me atendió no era médico, pero su destreza paliativa doy fe que fue proverbial. Solo tuvo que consultar mi número de la seguridad social y comprobar que correspondía a la de un autónomo, para recordarme acto seguido lo mucho que perdería al estar de baja laboral. En su opinión, que también fue al momento la mía, mi asunto de salud quedaba solucionado sin otro particular.

Soy un autónomo y proclamo el gran descubrimiento administrativo que para la humanidad ha supuesto esta medicina prodigiosa que al instante te capacita para continuar en el trabajo, sin más dolor que aquel que provoca el remordimiento por la tentación de haber querido coger la baja laboral…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

“Estar sin estar, estando”

Directivo tirando de una cuerda

La virtud de encadenar pocas palabras y que logren significar mucho nos referencia a la deseada eficiencia en el lenguaje que, si la unimos a la belleza, entonces nos llevará a construir poesía o el arte de la literatura conceptual.

El título de este artículo es pura poesía tomada prestada del escritor uruguayo Eduardo Galeano quien, ante la imposibilidad de asistir físicamente a un evento de apoyo a un amigo, quiso testimoniar su presencia aunque fuera de otra manera menos material.

Hace ya cuatro años escribí… ¡El Directivo muerto en su despacho! como macabra alegoría de tantos líderes que detentan responsabilidades sobre equipos de trabajo y todavía desconocen cómo lo deben practicar. Hoy vuelvo a la cuestión pues soy conocedor, a partir de mi experiencia profesional como Business Coach, de lo mucho que todavía nos resta por avanzar.

Y hablando de alegorías, traeré a cuento esa que asocia a todo directivo con una cuerda atada a un peso. Peso como representación de los objetivos que se ha comprometido a alcanzar en el seno de la organización en la que trabaja y cuyo arrastre cada vez es más difícil por el exponencial crecimiento de las dificultades que los mercados imponen a las empresas en estos entornos nuestros de galopante competividad.

Es evidente que la unión hace la fuerza y solo este axioma explica y justifica la necesidad de configurar equipos eficientes que sumen todas las energías de sus componentes, cada cual en acuerdo con su potencialidad. De otra manera, los pesos tras las cuerdas no podrán arrastrarse o se arrastrarán tan lentamente que el avance siempre quedará lejos del marcado por los demás.

Dicho esto, cuya evidencia no sorprenderá a nadie, la cuestión es más bien si al arrastrar el peso debe estar siempre presente el líder del equipo o no hay necesidad. En la respuesta a este dilema radica la solución de los devenires de tantos directivos, cuyas ansias de imposible ubicuidad en el trabajo les llevan reiteradamente al encadenamiento de fracaso tras fracaso profesional.

En definitiva, todo líder que considere que sin él las cosas nunca funcionarán ya está aceptando su imprescindibilidad como un requisito necesario para el éxito y lo que es peor, en muchas ocasiones incluso suficiente, lo cual no hace falta demostrar que no es verdad.

Al final y por simple que pueda parecer, todo se reduce a aceptar que lo importante no es lo que pasa cuando el líder está sino aquello que ocurre cuando no está, es decir, estar sin estar, estando

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro