A dos metros de un breve amor

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En todo arte escénico y audiovisual ocurre un hecho muy singular y es que los honores del éxito casi siempre se los llevan los intérpretes y en raras ocasiones el autor de las obras. Nuestra necesidad de personificar las emociones nos lleva a buscarlas en quienes directamente nos las ofrecen, identificándolas con ellos aun cuando no sean sus originarios creadores.

Esto ocurre en el cine o el teatro cuando, al confundir persona con personaje, mitificamos a los actores asumiendo tácitamente el engaño de los papeles que han interpretado (Elizabeth Taylor siempre será Cleopatra y Marlon Brando el Padrino). En la opera ocurre igual o aun más pues las emociones que destila llegan a ser tan intensas que la farsa aceptada puede tener proporciones esperpénticas (Caballé como Violeta falleciendo famélica de tuberculosis en La Traviata o Pavarotti como Rodolfo pasando penalidades alimenticias en La Boheme).

Debo reconocer que recientemente he sido presa una vez más de esta dulce confusión emocional asistiendo al recital que Joyce DiDonato nos ofreció en el Palau de la Música de Valencia en su gira mundial de presentación de su última grabación discográfica, “Drama Queens”. La música barroca italiana para voz de los siglos XVII y XVIII constituye la quintaesencia del sentimiento y la delicadeza llevadas al paroxismo. Autores como Scarlatti, Monteverdi o Vivaldi fueron capaces de trasladar a sonidos cuidadosamente hilvanados lo más profundo del sentir humano y con este material el instrumento aterciopelado de la gran mezzosoprano americana tenía que enamorar.

firma-de-discos.jpgEn primera fila y a dos metros de ella, embelesado por un torbellino de canto sentidamente interpretado, mi atención se dividía entre la belleza de lo que oía y el encanto de lo que veía, apuntándome todo hacia el centro de mi corazón. El hecho irremediablemente se había consumado y una vez más, uno de mis enamoramientos exprés me arrebolaba en mi sillón. De aquí a pedirle un recuerdo suyo en forma de dedicatoria, todo transcurrió sin querer mirar el reloj.

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Mientras paseaba extasiado por las calles aun mojadas de vuelta hacia mi casa disfruté calladamente el placer de mi nuevo amor que, como todos los que también lo han sido, se convertiría serenamente en fiel cariño al salir el próximo sol…

Saludos de Antonio J. Alonso