Mi clavícula, la de Jorge Lorenzo y la fama de los dos

Fama

La fama tiene eso que te permite jugar la vida en una división de honor, cuyas reglas difieren de las del resto de los anónimos para los que la cuesta normalmente se presenta peor. Yo no soy famoso y por ello me he convertido en un escalador.

En estos días, participando en las tandas clasificatorias para el gran premio de motociclismo de Assen, se cayó de la moto Jorge Lorenzo, fracturándose una clavícula que ese mismo día se operó, con la intención consumada de correr la prueba dos después. Una vez más, los medios de comunicación han titulado de superhombre a alguien que, de serlo, es seguro no está solo en esto de sobreponerse a las adversidades, aunque solo a él se le conozca y reconozca, quedando otros muchos ocultos por su anónima condición.

No voy a detallar más aquello que puede consultarse pormenorizadamente en el artículo Mis 15 días en Agosto, que relata e ilustra mi accidentado viaje en moto del verano de 2011 cuando en Suiza me fracturé una clavícula, lesión que acompañó mi soledad viajera a lo largo de 5.000 kms. por carreteras europeas y sin mediar operación reparadora alguna ni asistencia médica durante largos días de agudo dolor. Todo, movido por una musical ilusión.

Sinceramente, pese a multiplicar por muchos los días de aflicción, sufrimiento y desamparo y además doblar en edad a Jorge Lorenzo, yo no me considero un superhombre y además parece que los demás tampoco de mí tienen esa consideración. Es curioso pero, en aquellas ocasiones en las que en círculos de conocidos he tratado de comparar ambas situaciones, normalmente he salido perdedor de una contienda que nunca busco pues, de este tipo de desigualdad valorativa, soy buen conocedor. Para la mayoría, resultan más meritorios los 45 minutos de carrera de un piloto lesionado y reparado por lo mejor de lo mejor que mis interminables y solitarios 12 días viajando compunjidamente fracturado con una moto que dobla en peso a la del superhombre anterior.

Es evidente que no se puede competir con la fama, que siempre establece filias sobredimensionadoras de los éxitos y dispensadoras de los fracasos para aquellos que la tienen y viceversa para los que la carecen. Esta ineludible realidad obliga a quienes jugamos en una división menor al esfuerzo de un mayor merecimiento, que deberemos saber aceptar como parte de las reglas de un juego que siempre nos reta a subir de escalón.

Pretender progresar en la vida y olvidar que esta no suele presentar las mismas oportunidades para todos es la mejor forma de ausentarse de una realidad que ahora mismo no podemos rápidamente solventar, aunque si denunciar y tratar de reparar con decisión. Sin ser famoso también se puede anónimamente triunfar y para ello creo que el adecuarse fluida y dignamente a las circunstancias es el secreto para no caer en la desmotivación…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro