Re-flexiones… 1.587 (arte)

“Si se me pidiera que definiera en pocas palabras el término arte, lo llamaría la reproducción de lo que los sentidos perciben en la naturaleza a través del velo del alma”

Edgar Allan Poe

Saber idiomas pronto no será una necesidad

Sin dudar, lo práctico sería que el mundo se comunicase en un solo idioma para no tener que perder tiempo y dinero en costosos aprendizajes que nunca llegan a ser del todo una realidad. No obstante, es evidente que esto es una entelequia pues ningún pueblo está dispuesto a renunciar a su lengua por la razón de que forma parte de su tradición y acervo cultural. Pero la solución definitiva a esta milenaria situación está muy próxima a llegar.

Parece que ya vienen siendo operativos los sistemas electrónicos de traducción simultánea autónoma que, acoplados en el oído, permiten llegar a entender las palabras de nuestro interlocutor con un desfase (ahora de unos dos segundos) que pronto se minimizará y una calidad de transcripción que también pronto llegará a ser literal. Para los que quieran alardear de saber idiomas es una mala noticia, al igual que lo fue hace décadas la aparición de la calculadora electrónica para quienes se vanagloriaban de calcular velozmente operaciones de cabeza o a lo sumo con lápiz, papel y sin más. Siempre he pensado que saber idiomas no es más que una obligada necesidad y la prueba está en la baja proporción de angloparlantes que estudian otro idioma con la pretensión de llegarlo a hablar.

No nos equivoquemos: pronto el saber no estará en el conocer sino en el pensar. El concepto renacentista de la sabiduría que ha imperado hasta nuestros días ya no tiene sentido ante la imparable irrupción de los sistemas electrónicos de almacenamiento y gestión de datos, herramientas que puestas a nuestro servicio nos liberan de esa histórica obligación de convertir nuestra cabeza en una sucursal de la biblioteca nacional. Por ello, la educación deberá transitar hacia modelos en los que memorizar pierda protagonismo para ganarlo los procesos de razonamiento y de interpretación de una realidad que, ya en la vida de la próxima generación, presentará cambios tan desconocidamente acelerados que solo las mentes ágiles los podrán soportar sin riesgo de explotar. Por desgracia esta verdad aun no es percibida por quien debe legislar y mucho me temo que dentro de diez años los niños seguirán aprendiéndose las tablas de multiplicar y para opositar a Juez, Notario, Registrador o Fiscal todavía habrá que empollar textos en lugar de demostrar capacidad para analizar, reflexionar y gestionar.

Antes de lo que podamos imaginar, entre los requerimientos habituales de los anuncios de empleo, ya no aparecerán los idiomas como factor imprescindible y diferencial, sino que se precisará la experiencia en el ágil manejo del auto-traductor simultáneo para desesperación de tantas academias cuyo futuro lo veo yo como servicio oficial de venta y reparación de esos mismos dispositivos que les robaron los alumnos en un plis plas

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

“Los nuevos españoles”… de ayer y de hoy

La palabra nuevo suele ser esclava del momento de su pronunciación y así lo nuevo de ayer no lo es de hoy ni lo será de mañana, aunque parece que pueda haber alguna excepción…

El fantástico programa televisivo de La 2, Historia de nuestro cine, me tiene encandilado desde hace unos años con la programación de películas españolas, algunas de las cuales ya no es posible ver por razones de caducidad de sus derechos de exhibición. Los filmes se eligen en bloques temáticos semanales que reservan los lunes a los años 30 y 40, los martes a los 50 y 60, los miércoles a los 70, los jueves a los 80 y los viernes a los 90. Debo confesar que conforme avanza la semana pierdo el interés en los títulos propuestos, pues son los más antiguos los que concentran casi toda mi atención, en especial los que reflejan la sociedad española de aquellos años que no viví (soy hijo de los 60) y que explican mucho de lo que ahora somos, pese a nuestra aparente modernización.

Recientemente tuve la oportunidad de visualizar un miércoles Los nuevos españoles, película de 1974 dirigida por Roberto Bodegas, quien además firma el guion junto a José Luis Garci y José Luis Dibildos, que también es el productor. Interpretada por excelentes actores como José Sacristán, Amparo Soler Leal, Antonio Ferrandis, Manuel Alexandre o Manolo Zarzo, es una irregular comedia de brocha gorda enmarcada en la llamada Tercera Vía del cine español, cuyo insólito tema para aquellos años traigo a esta reflexión.

La cinta gira en torno a un grupo de castizos empleados (y sus esposas) de una tradicional compañía española de seguros que es adquirida por una multinacional americana, que tratará de imponer sus métodos de trabajo y organización con resultado tan desigual como descorazonador (atención a ese último plano tan revelador). Al margen de todas las situaciones cómicas propuestas por los guionistas en la confrontación de los modos de vida patrio y anglosajón, lo verdaderamente chocante y singular es comprobar que el modelo americano de eficiencia empresarial presentado entonces es prácticamente el mismo de hoy, manteniéndose todavía una gran distancia entre lo que ahora aquí hacemos y lo que está probado desde décadas que funciona económicamente mejor. Otro asunto será lo que cada cual considere como una forma de vida mejor, pero de esto no va esta meditación.

Parece en fin que los nuevos españoles de hace cuarenta años no son más viejos que los de hoy, lo cual prueba que los pueblos se encuentran presos en su evolución por una manera de ver y entender la vida que se pega generación tras generación y que llamamos costumbre o tradición, eso que deliberadamente nos instala en la repetición y que en nosotros configura la eterna idiosincrasia de lo consuetudinariamente español…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro