Las discutibles formas de la caridad

¿Das parte de lo que tienes o eres a los demás…? Sin duda, más importante que responder a esta pregunta es caminar hacia atrás y tratar de reflexionar sobre las razones que cada cual tiene para dar más, dar menos o incluso no dar.

A lo largo de la historia de la humanidad la filosofía ha tratado el tema de la prodigalidad, justificando unas veces o dudando otras sobre su idoneidad. Admitiendo que en la actualidad el concepto de meritoriaje para el acceso a la propiedad individual es prácticamente aceptado de forma universal, algunas líneas de pensamiento se basan en el factor casualidad para denunciar la ausencia de igualdad de oportunidades que se deriva, por ejemplo, del lugar de nacimiento o incluso de la clase social, lo que justificaría la caridad como compensación sobre lo que no depende de cada cual. Otros opinan que, al vivir en un país desarrollado, la caridad individual ya viene ejercida por el pago de impuestos (por ejemplo, en España la casilla 106 del impuesto de la renta), cuya generación de recursos públicos sirve (o debería servir) para reasignar la riqueza, tanto nacional como en los programas de ayuda internacional.

Pero podemos abordar la cuestión desde otra perspectiva y es la del nivel de satisfacción obtenido al dar. Quien considere que dar por dar es suficiente para sentir el bienestar de ayudar a los demás no necesitará más. Pero quien además precise concretar en qué ha contribuido su generosidad para tener la seguridad de que su esfuerzo no se ha diluido o ha ido a parar equivocadamente a manos de poco fiar, ese no se conformará con una simple caridad ciega de manual.

Otra visión es la que viene determinada por lo socio-cultural, es decir, por todo lo que nos rodea y nos invita a actuar de una manera propia del lugar. Aquí, más que las costumbres es la religión quien tiene un protagonismo especial al ser forjadora de maneras de pensar. Ser caritativo en ocasiones no es más que un acto reflejo inducido por un precepto religioso cuyo incumplimiento lleva al malestar de una conciencia cautiva de catecismos y deudora de una educación que suele llegar a condicionar el libre actuar.

Pero ser caritativo también puede derivar de un interés financiero, al buscar el ahorro de tributos por desgravación fiscal o el mejorar la imagen social corporativa al donar, eso sí, con la máxima posible publicidad.

La caridad en ocasiones define un estatus social, al participar en mesas donde a cambio de monedas se pegan banderitas en las solapas o también al organizar selectos mercadillos solidarios en Navidad. Eso sí, siempre con vestidos a la última moda, que ya hay bastante fealdad en los que lo pasan mal.

En fin, que me cuesta mucho aceptar la caridad por la caridad, la confesional, la financiera y la que usa altavoz y disfraz, aunque estas discutibles formas no deben ser excusas disuasorias que me deban impedir, a mí manera, hacer algo más por los demás…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Re-flexiones… 1.676 (arte)

“Si es absolutamente necesario que el arte o el teatro sirvan para algo, será para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya”

Eugene Ionesco

La “U” de la felicidad

Aunque cada quien es cada cual, en los países desarrollados hay una percepción de lo que es la propia felicidad en el transcurso de la  experiencia vital que sigue una pauta muy curiosa, porque nada tiene que ver con lo que parecería más normal.

La felicidad, a lo largo de la vida de una persona, parece que muestra una evolución en forma de “U” según un estudio realizado por Andrew Oswald en la Universidad de Warwick (Reino Unido). En resumen, la felicidad suele ser mayor en la juventud y en el final de la madurez que durante el tramo central de nuestra vida (los treintaymuchos, cuarenta y cincuentaypocos), justo aquel de más protagonismo y potencialidad económica y social.

Muchos son factores que pueden explicar esta conclusión tan singular pero yo prefiero detenerme en uno que me parece esencial para entender algo de la equivocación de nuestra sociedad actual. ¿Por qué dos épocas tan distintas de nuestra vida como son la juventud y las puertas de la tercera edad son las más dichosas en general? ¿Qué tienen en común que, respecto a la valoración de la felicidad, las hace igual? Pues sencillamente que en ambas el trabajo no es una prioridad vital. Si, el trabajo, lo que todos parecemos buscar cuando nos falta y desearíamos abandonar cuando nos sobra, agobia y condiciona el ritmo vivencial.

En el tramo central de nuestra vida, trabajar no lleva a la felicidad pero no trabajar tampoco y no solo por un evidente asunto de necesaria sostenibilidad económica, sino también por algo que es plenamente cultural: no sabemos qué hacer sin trabajar porque no nos han enseñado a inventar una vida proactiva de actividades creativas que vayan más allá de las pequeñas aficiones rutinarias para llenar el fin de semana o las pocas vacaciones que nos puedan quedar. Parece que tenemos que ocupar el tiempo con una obligación que nos haga sentir dentro de la normalidad en el razonar de una sociedad que todavía castiga sin piedad a quien no hace lo que los demás.

Con el avance de la inteligencia artificial, pronto el trabajo escaseará de forma inevitablemente estructural y entonces algo deberá cambiar en la propia manera de pensar para lograr doblar y levantar nuestra “U” y convertirla quizás en un guión alto (“¯¯¯”) durante toda la vida que pretendamos disfrutar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro