“DE ENTRE LOS VIVOS”… fragmento Capítulo 4

4 Ben y Jo

…Al día siguiente, soleado como todos los demás, fuimos al mercado popular con los Drayton y pudimos comprobar lo diferente que podían resultar las costumbres a la hora de vender y comprar. Por ejemplo, el orden no parecía ser lo principal pues las gentes deambulaban sin destino dejándose llevar por los gritos de los vendedores, los olores de las especias, los colores de las flores, las canciones de su folclore, los cuentos de los pastores y hasta las circenses actuaciones de saltimbanquis y titiriteros que demostraban su habilidad a cambio solo de la voluntad. En uno de esos corros, mezclado entre el público que presenciaba las evoluciones de unos acróbatas, pude reconocer al mismo caballero a quien vi toquetear un reloj en casa del músico Bagdasarian cuando fui Jeff y que en ese preciso instante asocié con el que me crucé en la calle siendo Rupert, una triple concordancia que no podía dejar pasar, por lo que tomé la resuelta decisión de acercarme para conversar. Y así lo hice, desconociendo que mi intención, lejos de aclarar esa eventualidad que trascendía a cualquier tiempo y lugar, me confundiría aún más. Al alcanzar su altura me presenté y comencé a hablar, rememorando nuestro encuentro en Nueva York cuando le pregunté por una dirección que yo no acertaba a encontrar, en tanto que él no dejaba de admirar a los equilibristas, ajeno de nuevo a mí y a lo que le intentaba contar. Ese extraño comportamiento, que me pareció el colmo de la mala educación, lo quise remediar tomándole del brazo para captar su atención, pero entonces ocurrió algo imposible de explicar: mi mano se fundió en lo inmaterial tal y como me ocurrió cuando, exánime en aquel callejón de San Francisco, intentaba también tocar. Por tanto, si al fallecer no podía manipular lo que pertenecía al mundo de los vivos, ¿significa que este individuo misterioso pueda ser el único viviente de cuantos hasta ahora me he venido a tropezar? Y el resto, ¿están muertos como yo y es por esto que con ellos me puedo comunicar? Sin embargo, ¿cómo un vivo logra deambular por el mundo de los difuntos y luego puede retornar?…

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“DE ENTRE LOS VIVOS”… fragmento Capítulo 3

3 Jeff y Lisa

…Lisa era la exquisitez en mujer acabada de hornear. Con talento, hermosa y sofisticada, brillaba como el mejor ejemplar de una Park Avenue donde lucir vestidos de mil dólares para frecuentar los restaurantes caros y las fiestas de la intelectualidad semejaba lo más natural. Vivía en un fascinante apartamento de la calle 63 y pertenecía a ese exigente universo en el que a todas horas había que estar a la altura de lo que se esperaba de cada cual. Un mundo que yo nunca quise tratar, porque el mío se encontraba liberado de toda fatua apariencia y en el otro extremo de la escala social. Sin nada más que un sueldo mensual en el banco, aventurero acostumbrado a recorrer la parte de este planeta en la que no reinaba la comodidad, nuestro desequilibrado casamiento nacería con fecha próxima de caducidad. Yo no era para ella y ella no era para mí, algo que por momentos tendía a olvidar cuando volvía a verla, deslumbrante y enamorada como una adolescente colegial. Según me garantizaba Stella, Lisa estaba loca por mí (lo que yo no me podía explicar) y esto planteaba otra dificultad al hallarme en un desolador estado de calmada serenidad, pues los corazones que se emparejan sin coincidir en su nivel emocional convierten cualquier relación en un atropellado zigzag, imposible de sobrellevar.

Atardecía cuando Lisa llegó mientras yo dormía la siesta y como era usual, me despertó con uno de esos lentos y dulces besos que solo ella sabía regalar. Radiante, con un sofisticado vestido de gasa y tul que sin su ayuda yo nunca hubiera sabido denominar, siempre estaba dispuesta a instruirme en las novedades de una exclusiva moda confeccionada para aquella cosmopolita ciudad, sin duda poco práctica en los rústicos parajes a los que viajaba como fotógrafo profesional. Pero Lisa no se contentaba con deslumbrar y acompañaba otras sofisticadas sorpresas, como en esa ocasión una cena a base de langosta que había encargado al Club 21 (aquel famoso restaurante de las figuritas de jinetes en la calle 52), que nos preparó un camarero tan impecable en el vestir como en su trato servicial. Por desgracia yo no era un gurmé de los que saben apreciar en su justo valor esos acaramelados menús con acento francés, que en mi persona no hallaban el adecuado paladar y en mi destartalado alojamiento su mejor lugar…

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