“Maria Stuarda” en el Palau de Les Arts

“Maria Stuarda” (G. Donizetti-1835) es la segunda entrega anual programada por el Palau de Les Arts de Valencia correspondiente a esa “Trilogía Tudor”, junto con “Anna Bolena” (1830) y “Roberto Devereux” (1837), compuesta por el maestro belcantista de Bérgamo y a la que la memoria ha arrebatado “Il castello de Kenilworth” (1829), un cuarto título también “Tudor” que es ignorado en la actualidad. En la historia de la Ópera resulta imposible averiguar muchas de las razones por las que se han etiquetado obras o ciclos partiendo de una discutible subjetividad. Pero en la vida ocurre igual, plena de arbitrariedades que asumimos sin rechistar. La mejor enseñanza de mi ciclo educativo escolar me la regaló un profesor de filosofía en BUP, quien me aconsejó que en mí caminar vital… “Siempre me preguntase el porqué de todo”, como único remedio de conservar un criterio propio que la pereza al pensar y la aceptación sin cuestionar se empeñan en silenciar.

La reciente celebración del maratón de Valencia, un año más, ha posicionado a esta capital y en particular a la Ciudad de las Artes y las Ciencias (con el Palau de Les Arts al frente) en un luminoso nivel de notoriedad mundial, por ser principio y fin de una exitosa carrera que tiene mucho de musical. En efecto, la “melodía” mental, el “ritmo” de las zancadas y la “armonía” en la técnica al avanzar, son indispensables para completar los 42,195 km, que el día de la carrera parecen algunos menos cuando todo se ha hecho bien al entrenar. También, como en la música, la práctica en la vida es el único camino que lleva a prosperar.

Así, para tocar un instrumento, dirigir una orquesta, planear una escenografía, cantar o bailar en una ópera y triunfar, hay que consagrar media vida renunciando a mucho de lo demás. Lo que presenciamos en cualquier función, nos agrade o no, es un dechado de dedicación y profesionalidad, pues aquello que diferencia a la Ópera del resto de artes escénicas es su endiablada dificultad para que el resultado final alcance esa excelencia que es condición necesaria a fin de emocionar. No obstante, cuando esto no ocurre, los espectadores estamos en nuestro derecho de poderlo manifestar.

Ayer, prenavideño domingo 10 de diciembre (aunque también noviembre es prenavideño en la actualidad), tuvo lugar el estreno de “Maria Stuarda” en la nueva producción del Palau de Les Arts junto a la Dutch National Opera y al Teatro San Carlo de Nápoles (que se mantiene operativo desde 1737, todo un monumento a la longevidad). Lo que presencié fue excepcional y estoy convencido de que quedará recordado como uno de los hitos principales en la historia de Les Arts. ¿Por qué…?

Todo funcionó a la perfección, pero esto no sería suficiente de no darse un factor novedoso y diferencial: por primera vez en Les Arts las voces se pudieron escuchar como, por ejemplo, en la Scala de Milán. Y es que el azar del destino reservó a esta producción una escenografía que obró el milagro, al componerse de un solo decorado cuya disposición configuraba una gran y perfecta caja de resonancia que, a modo de las bocinas de los gramófonos, ayudó a los cantantes a manifestar sin peleas con la orquesta su arte vocal. Por fin hemos podido escuchar las voces de Buratto, Tro Santafé o Jordi, tal y como las disfrutan en el Liceo o en el Real. Un lujo aquí que no debería ser tal.

La dirección escénica planteada por la holandesa Jetske Mijnssen es un prodigio de elegancia y sobriedad, tanto en los cromatismos (blanco y negro) como en ese tipo de minimalismo estructural que cuando se busca la abstracción histórica es lo que mejor suele funcionar. Todo respira serenidad en una historia crispada como la que más. Y en estos silentes contrastes radica la fuerza de la representación de lo visual. Jetske Mijnssen lo ha vuelto a bordar. El pasado 2/10/22, con motivo del estreno de “Anna Bolena” en Les Arts, escribía: “Lo mejor sin duda fue la escenografía, vestuario, iluminación y coreografía (bajo la dirección general de Jetske Mijnssen), que en modo alguno interfirieron con la obra musical, algo que no suele ser respetado en la actualidad. Elegancia y simplicidad pueden definir lo visto, cuya plasticidad pictórica convertía cada número en una postal de esas en las que ningún color busca destacar y todo se muestra equilibrado para no incomodar” (https://www.alonso-businesscoaching.es/blog/2022/10/02/amor-y-enamoramiento-en-la-nueva-temporada-de-les-arts/).

Como el equipo se repite en esta “Trilogía Tudor”, las voces principales que el año pasado no llegaron a funcionar, este han estado a un nivel magistral, sobresaliendo una Eleonora Buratto (Maria Stuarda) que no ha desmerecido la comparación con las sopranos que mejor han logrado cantar este papel principal. En el otro extremo a la sutileza canora de una Caballé, su poderoso registro dramático compone un personaje de bravura que aporta a la obra mucha personalidad. La valenciana Silvia Tro Santafé (Elisabetta) no es la vacilante mezzo del año pasado, deslumbrante ayer en su protagonismo inicial (aunque parece que llegó cansada al final), ha manejado su partitura con absoluta seguridad. Ismael Jordi (Leicester), cuya voz no es especialmente bella (una rarísima cualidad con la que nacieron solo unos pocos en la historia musical), logra con excelente técnica dotar a su personaje de la suficiente credibilidad como para que resulte muy atractivo en su papel de conde atrapado entre dos reinas que le quieren enamorar. El bajo alicantino Manuel Fuentes (Giorgio Talbot) demostró la razón de tantos premios obtenidos, merecimientos a su magnífica voz grave, que en España no es nada habitual.

Si los solistas tuvieron el viento a favor, el Coro de la Generalitat Valenciana apabulló, llegando en la “Plegaria” (“Deh! Tu di un’ umile preghiera il suono”) a deslumbrar, con una potencia empastada envidia de esas históricas formaciones rusas de corte militar.

La Orquesta de la Comunidad Valenciana, a la que por lo antes mencionado escuchamos en su justa proporcionalidad, fue liderada por Maurizio Benini como solo un director italiano sabe llevar, plena de delicadeza y musicalidad.

Mediada la función y a pocas butacas de mi localidad, pudimos escuchar un… ¡Mari Carmen!, repetido varias veces con esa angustia que suele presagiar lo peor, aunque por fortuna todo quedó en un desmayo que detuvo por unos segundos la representación, sin que el sucedido llegara a más.

Finalizo significando lo que soy consciente será muy impopular: pese a que la representación nos regaló momentos de sublime emocionalidad, Valencia solo aplaudió lo que finalizaba en “chim-pam”, estadio adolescente de un público (que no llenó el estreno, una vez más) tan animoso como pendiente de madurar.

No hay palabras para más. De asistencia obligatoria para quienes buscan la belleza y no la suelen encontrar… 


Para los fans de ese prolífico trío que formaron el matrimonio Bonynge/Sutherland con Pavarotti, su “Maria Stuarda” de 1974 para DECCA, con la Orquesta y Coro del Teatro Comunale de Bolonia, es una excelente opción que destaca sobre todo en lo vocal.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.