“El problema de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles sino importantes”
Winston Churchill
Blog de Antonio J. Alonso Sampedro
Duda razonable y reflexión
El pasado 8 de abril, en el Palau de la Música de Valencia, la London Philharmonic Orchestra bajo la dirección de su director emérito Vladimr Jurowski nos ofreció, entre otras obras, una monumental versión de la Sinfonía n.º 5 de Beethoven, estrenada en el Theater and der Wien de Viena el 22 de diciembre de 1808, acontecimiento histórico cuyo programa del mismo autor (Sinfonía n.º 6, Aria “Ah perfido!”, Gloria de la Misa en do mayor, Concierto para piano n.º 4, Sinfonía n.º 5, Sanctus y Benedictus de la Misa en do mayor, Improvisación al piano y la Fantasía Coral) justificó cualquiera fuera el precio de la localidad. Más de cuatro horas de duración que el estilo de vida actual no admitiría, excepto para presenciar alguna ópera de Wagner cuya partitura, es evidente, no se debiera trocear.
Hace tres y dos días, en el mismo Palau de la Música, también he tenido la oportunidad de escuchar el ciclo completo de las sinfonías de R. Schumann interpretado por la incontestable Staatskapelle Dresden y su reciente director titular Danielle Gatti, cuya duración total es inferior al beethoveniano concierto referido, pero fueron distribuidas en dos sesiones por la misma razón que antes vine a comentar.
En cambio, el Palau de Les Arts de Valencia nos ofreció ayer el estreno de “La hora española” (M. Ravel-1911) y de “Gianni Schichi” (G. Puccini-1918), dos óperas de sonoridad absolutamente dispar cuya reunión únicamente se explica por la corta duración de cada una, que sola no admitiría el importe de una localidad (hasta el inseparable dúo Cavalleria/Pagliacci adolece de la misma convención actual… la que asocia a los conciertos y las óperas una extensión determinada e instalada ya en la costumbre popular).
Anna Castro Grinstein, quien colabora en la Web de Les Arts con un video ilustrativo de cada ópera, fundamenta la agrupación de estas obras por el mero hecho de ser comedias y sin explicar al respecto nada más. También lo son “Los bingeros” y “El apartamento”, dos filmes que ningún programador cinematográfico cabal se atrevería a juntar. En el extremo opuesto, Ramón Gener, consciente de la imperiosa necesidad de acreditar este asombroso emparejamiento desparejado (como los calcetines que al comienzo vino a mostrar), empleó más de la mitad de su presentación (46 de los 87 minutos) en trasladar cuatro universales razones referidas a… la diosa de la comedia Talía, la picaresca, la complicidad con el espectador y la moralidad, que de manera absolutamente igual podrían validar la disparatada reunión del par de películas que antes vine a señalar. Por su parte, según informa Valencia Plaza, los directores de escena Moshe Leiser y Patrice Caurier afirman… “El punto en común es mostrar los defectos de la sociedad y del ser humano”, igualmente una decepcionante generalidad aplicable a cualquier aspecto de la realidad. ¡En fin…!
Es evidente que en esta vida todo se puede (aunque no se deba) argumentar, pero al final no encuentro aclaración alguna para esta inopinada dualidad lírica, que antes y después de su intermedio enfrentará la predisposición musical de cualquier espectador normal. Aun no encontrándose entre mis preferencias puccinianas, por descontado pagaría por ver y escuchar solo los alrededor de 55 minutos cómico/veristas de “Gianni Schichi” (al margen, claro, del “babbino” que no “bambino”… caro), aunque no lo haría en el caso de la hora impresionista (un estilo que funciona muy bien para lo instrumental, pero se atasca en lo vocal) de “La hora española” y quizás sea esta la razón, posiblemente compartida por más, de plantear una tan extraña pareja musical (al igual ocurre en esos conciertos que incluyen alguna encriptada pieza contemporánea que de otra manera no tendría ninguna posibilidad). Quien, abstrayéndose de cualquier distracción visual, escuche una grabación de la ópera de Ravel convendrá conmigo que (al margen de su indiscutible color orquestal) la música dista mucho de parecer cómica por ese vanguardista ambiente general tan inquietante como disonante, que en ciertos momentos llega a recordar la tremenda “El castillo de barbazul” (B. Bartók-1918), una tragedia de manual. ¡Ah! y ubicar primero la de Ravel para proteger de la desbandada resulta una frecuente maldad que muchos ya conocimos en los inolvidables programas dobles de aquellos sesenteros y parroquiales cines de nuestra infancia, donde la de color siempre iba detrás.
Así las cosas, respecto de estas nuevas producciones del Palau de les Arts Reina Sofía en coproducción con el Teatro de la Maestranza, por respeto a quien esto pueda leer no opinaré sobre “La hora española”, ante mi declarada incapacidad para valorar como se debería tocar y cantar esta ópera tan, tan… (que cada cual la adjetive según su sensibilidad). Por tanto, omitiré la valoración media de la velada, aunque sí referiré la correspondiente a “Gianni Schichi”, reservándome el secreto de todo lo ofrecido por el valor de la localidad para mi resignada intimidad.
GIANNI SCHICHI [6,6]
– ESCENOGRAFÍA [4]: Vaya por delante que el público aplaudió al final a los responsables de la misma (Moshe Leiser y Patrice Caurier) y vaya por detrás que de mi parte no encuentro razón alguna para tenerla que premiar (no puedo ocultar que este recurrente divorcio con el mayoritario sentir popular me llena de perplejidad). Partiendo de una inmensa habitación de hospital (que serían cuatro en nuestra Seguridad Social), mal iluminada, peor distribuida y sin que nada pueda justificar la transposición a una actualidad (en este caso resulta extraño escuchar hablar de florines, criados y latines) que en nada suma y en todo viene a restar. La factura visual es la de un pobre decorado de esos teatros independientes que frecuentan la periferia de una capital y el movimiento de los personajes parece abandonado al indolente azar. Así, ser escenógrafo de ópera parece estar al alcance de cualquier mortal.
– ORQUESTA Y DIRECCIÓN MUSICAL [8]: Para la Orquesta de la Comunidad Valenciana (OCV), además de lo demás, esta doble propuesta añadía una dificultad: la de abordar dos estilos de interpretación muy diferentes y sin solución de continuidad. En lo que a Puccini respecta acertaron en casi todo, aunque no en lo de siempre, pese o a pesar del joven director milanés Michele Spottti, que también fue muy aplaudido al final. El excesivo volumen sonoro de la OCV en Les Arts es algo que no se puede solucionar, pues depende de las características de una sala que se proyectó con la atención puesta en la estética visual, pero no en la idoneidad musical. Cualquier director que se enfrente a la necesidad de contener decibelios corre el riesgo de desnaturalizar una partitura que pide lo que pide y no menos o más. En tanto no se busque (siempre es lo primero antes de encontrar) una solución, deberemos considerar que los atribulados cantantes poseen más voz de la que nos muestran o en el peor de los casos, que su gritar es el último recurso a la desesperación por hacerse escuchar.
– VOCES SOLISTAS [8]: “Gianni Schichi” tiene un solo protagonista y es el titular de la obra, al que se le pide mayor prestación actoral que vocal. Por ello, quien triunfa en esta obra también lo hace en “Falstaff” (G. Verdi-1893), con quien comparte las características de un personaje prácticamente igual. Ambrogio Maestri (que en 2021 también fue Falstaff en Les Arts), beneficiado por su generosa humanidad y una candorosa simpatía que elude cualquier sospecha de maldad (de ahí que con “Scarpia” tenga cierta dificultad), nos ofreció una estupenda encarnación [9] eclipsando (también en lo vocal) a los demás (algunos de los cuales doblaron participación) que cuentan con intervenciones episódicas, por lo que ejercen de coro del protagonista sin que se precise de ellos nada en especial [7]. Evidenciándose alguna que otra mejor, durante la función solo se aplaudió una interpretación y adivinar cuál fue es lo más fácil que hay. Efectivamente… “Oh mio babino caro”, esa inspirada pieza que nada tiene que ver con el tono general de la obra, fue cantada sin destacar por Marina Monzó, cuyo desconcertante atavío gótico-roquero no ayudó a una interpretación más emocional. Y es que esta desconsolada súplica de piedad (uno de los “40 principales” de la lírica mundial) se cante como se cante, siempre se ovacionará.
Para finalizar, debo significar mi perpetuo desconsuelo ante la proverbial cultura periodística que caracteriza nuestra actualidad: Valencia Plaza (de nuevo) en su Agenda Culturplaza (desde el pasado 21 hasta hoy sin rectificar) anuncia a la cristiandad… “L’heure espagnole de Gianni Schicchi llega a Les Arts en forma de comedia musical…”
Sin poderlo corroborar, desde hace muchos años consta como ejemplar la versión de “La hora española” que grabo en 1965, para Deutsche Grammophon, Lorin Maazel junto a la Orquesta Nacional de Francia con Berbié, Girardeau, Bacquier, Sénéchal y van Dam. En cuanto a “Gianni Schichi”, mi recomendación personal es la protagonizada en 1958 para EMI por la que quizás sea su mejor encarnación… Tito Gobi, junto al encanto de Victoria de los Ángeles y la Orquesta de la Opera de Roma bajo la batuta de Gabriele Santini, su entonces director titular.
La venta total de entradas testimonia el valor del interés final que ha suscitado cada espectáculo operístico presentado por el Palau de Les Arts. A falta de cuatro funciones, la correspondiente al día del estreno puede orientar…
…Nadie… excepto un resucitado Sigfrido que, fantasmal, un día apareció en el figón y a quien serví cordero asado sin que nuestras mudas palabras delatasen alguna afiliación. Solo dos pares de abdicados ojos hablaron el olvidado idioma de nuestro primer amor. Al marcharse, nos despedimos sin hacerlo, convencidos de que ni una ni otro tendríamos más ocasión…
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Si hace unos días afeaba los méritos musicales intrínsecos del “Concierto para violín” de Robert Schumann con motivo de su reciente interpretación por la London Philharmonic Orchestra en el Palau de la Música de Valencia, hoy debo ensalzar su magnífico ciclo de cuatro Sinfonías que, en dos jornadas y en este mismo lugar, nos ha ofrecido la mítica Staatskapelle Dresden (lo de Sächsiste/Sajonia es cierto, pero solo lo nombraran quienes tengan a Wikipedia como único referente cultural) con Daniele Gatti, su reciente y excepcional director titular.
La visita de la orquesta con más antigüedad y desde hace algún que otro siglo una de las cinco o seis con mayor reputación mundial, junto a su origen sajón como el de Schumann (nació en Zwickau, localidad de ese Estado y vivió seis años en Dresde, donde compuso un tercio de toda su obra), constituyen argumentos suficientes para considerar esta propuesta sinfónica como la estrella de la presente temporada del Palau. Pero además, si a ello añadimos la batuta de Gatti (al que siempre honraré tras escuchar en Bayreuth su monumental “Parsifal”), el interés se redobla, por lo que la asistencia debería haber sido total. La sempiterna justificación de las fechas (semana de Pascua en Valencia) no parece valer para el Santiago Bernabeu, cuyo partido de Champions, en plena diáspora de Semana Santa madrileña, registro un lleno incondicional. Y es que el ocio popular sigue precediendo a la cultura en una peculiar España, todavía muy deudora de su tradicional indolencia voca-vacacional.
Aunque largo tiempo después denostadas y pese a cierta falta de color instrumental, las Sinfonías de Schumann triunfaron en el estreno por su marcado lirismo y un aire romántico que no ignoraba el clasicismo más formal (en el haydnesco arranque de la nº 3/“Renana” o el Scherzo de la nº 1/”Primavera”, lo podemos apreciar). A esta música no hay que pedirle la novedad y el temperamento de Beethoven, que tampoco pudieron replicar en sus sinfonías ni Schubert ni Brahms, conscientes todos de que el genio de Bonn sobrevolaba por encima de cualquier mortal. Sin embargo, escuchar a Schumann lleva a un estado de placentera estabilidad que el propio compositor nunca pudo disfrutar. A la sombra del incontestable talento de su esposa Clara, las ansias por triunfar comprometieron su equilibrio emocional y la depresión melancólica germinó en él como una mala hierba que ahoga todo lo demás. Su existencia fue un desesperado camino hacia la fatalidad, que le llevó a arrojarse a las gélidas aguas del Rin para luego, él mismo, pedir su ingreso en un sanatorio mental. Aun así, el maestro alemán logró intermitentes ventanas de claridad que alumbraron inolvidables obras, tanto vocales (lieder) como pianísticas (su famoso piano de cola lo heredó Brahms) y que, es cierto, en el sinfonismo perdieron algo de la inspiración poético-ensoñadora que le han hecho inmortal. Robert Schumann vivió y murió a los cuarenta y seis años de edad como un romántico de manual.
Desde la inauguración del Palau de la Música de Valencia en 1987 (justo hoy se cumplen 38 años), he asistido con fidelidad a cientos de sus conciertos y según he manifestado con anterioridad, los que nos ocupan hoy (aun al margen de los resultados) los califico como excepcionales por la orquesta, por su director y por un programa integrador que no suele ser nada habitual. Pero además, acontece que los resultados sí han acompañado a mis expectativas, confirmando la absoluta fiabilidad de estas míticas orquestas que nunca suelen fallar.
Lo primero que he podido constatar es ese sonido general que trasciende el de la suma de muchos instrumentos para convertirse en una sola unidad. Esta característica es propia de unas pocas orquestas en el mundo y las distinguen con autoridad de las demás. En particular, la Staatskapelle Dresden irrumpe en la magnífica acústica del Palau con una sonoridad de carácter grave, dominada por contrabajos y chelos, irreproducible por el mejor equipo de alta fidelidad. Las cuerdas altas, con la vara de mando que caracteriza a las formaciones alemanas, son un prodigio metronómico de ajuste y claridad. Las maderas cumplen con exquisita discreción su papel vehiculizador del fraseo más cordial y los metales, sin ninguno de esos carraspeos que arruinan la musicalidad, subrayan lo que la partitura pide destacar. En esta sobresaliente integral de las sinfonías de Schumann, por la sabia dirección de Gatti y la excelencia de una orquesta imperial, todo esto y lo que pueda olvidar lo hemos podido admirar y disfrutar…
Aun siendo de Abono (32 y 33), decepcionante asistencia a cada una de las dos sesiones, tal y como los planos de ventas vienen a constatar…