
El Palau de la Música de Valencia nos ofreció ayer una nueva actuación de la London Philharmonic Orchestra (LPO), cuyo Concertino y Director eran los mismos de su visita en 2016 (la de 2019 fue dirigida por Juanjo Mena), según pude constatar en las fotos que tomé entonces y que revelan el pertinaz empeño del tiempo por añadir kilos y blanquear cabelleras sin piedad. Además, tal y como evidencian sus equipos de futbol, las orquestas británicas presumen de su potencial económico con simples detalles como el infrecuente cuidado en el calzado masculino o los tres asistentes de sala, pendientes en todo momento de que nada incomodase a los profesores de esta formación musical.
La LPO se presentó con un programa desequilibrado y que sin duda condicionó el resultado final, al juntar el temperamento singular de la “Coriolano” (1807) y la “Quinta” (1808) de Ludwig van Beethoven con la semántica confusión que traslada una obra sin matizar como es el “Concierto para violín” de Robert Schumann, que perjudicó lo que pudo ser una velada triunfal.
El melancólico Schumann ya evidenciaba síntomas de enfermedad mental al componer en 1853 su único concierto para violín y orquesta, cuyo desarrollo musical navega entre el desconcierto y la ambigüedad. Todo lo contrario al poder de acentuación beethoveniano, pleno de vigor y concreción en cada nota escrita con pulso arrebatador por su creatividad genial. Así las cosas, la montaña rusa de sensaciones no se pudo evitar y tras escuchar una sensacional obertura “Coriolano” [8], vino el bajón con el Concierto de Schumann [6], interpretado por una esbelta Vilde Frang que poco pudo hacer por remediar el sopor general. Tras el descanso, Vladimir Jurowski condujo con afilado bisturí a esta orquesta que conoce bien desde hace más de veinte años y de la que ahora es director emérito, ofreciéndonos una sensacional versión de la incomparable Sinfonía n.º 5 de Beethoven [9], rica en sutilezas y con una marmórea sección de cuerda que elevó los motivos principales a la categoría de monumento musical. Escuchar una de las cimas del arte universal interpretada así justifica tantos otros fiascos que inevitablemente hay que soportar.
Tras una obra de arte capital como la Quinta Sinfonía más famosa que hay, cualquier bis que la secunde y no rompa con su estilo imperial resulta inadecuado, aun perteneciendo al mismo autor, como lo fue la obertura de “Las criaturas de Prometeo”, que nos llevó a confirmar lo errático de una selección fallida hasta el mismo final.
Con todas las localidades vendidas y la expectación en su más alto lugar, el público del Palau se marchó convencido de que algo no terminó de encajar. Hoy repiten programa en el Auditorio Nacional de Madrid, cuya concurrencia mucho me temo también subirá al Dragon Khan…