La Staatskapelle Dresden, Gatti y su Schumann sinfónico integral [9,5]

Si hace unos días afeaba los méritos musicales intrínsecos del “Concierto para violín” de Robert Schumann con motivo de su reciente interpretación por la London Philharmonic Orchestra en el Palau de la Música de Valencia, hoy debo ensalzar su magnífico ciclo de cuatro Sinfonías que, en dos jornadas y en este mismo lugar, nos ha ofrecido la mítica Staatskapelle Dresden (lo de Sächsiste/Sajonia es cierto, pero solo lo nombraran quienes tengan a Wikipedia como único referente cultural) con Daniele Gatti, su reciente y excepcional director titular.

La visita de la orquesta con más antigüedad y desde hace algún que otro siglo una de las cinco o seis con mayor reputación mundial, junto a su origen sajón como el de Schumann (nació en Zwickau, localidad de ese Estado y vivió seis años en Dresde, donde compuso un tercio de toda su obra), constituyen argumentos suficientes para considerar esta propuesta sinfónica como la estrella de la presente temporada del Palau. Pero además, si a ello añadimos la batuta de Gatti (al que siempre honraré tras escuchar en Bayreuth su monumental “Parsifal”), el interés se redobla, por lo que la asistencia debería haber sido total. La sempiterna justificación de las fechas (semana de Pascua en Valencia) no parece valer para el Santiago Bernabeu, cuyo partido de Champions, en plena diáspora de Semana Santa madrileña, registro un lleno incondicional. Y es que el ocio popular sigue precediendo a la cultura en una peculiar España, todavía muy deudora de su tradicional indolencia voca-vacacional.

Aunque largo tiempo después denostadas y pese a cierta falta de color instrumental, las Sinfonías de Schumann triunfaron en el estreno por su marcado lirismo y un aire romántico que no ignoraba el clasicismo más formal (en el haydnesco arranque de la nº 3/“Renana” o el Scherzo de la nº 1/”Primavera”, lo podemos apreciar). A esta música no hay que pedirle la novedad y el temperamento de Beethoven, que tampoco pudieron replicar en sus sinfonías ni Schubert ni Brahms, conscientes todos de que el genio de Bonn sobrevolaba por encima de cualquier mortal. Sin embargo, escuchar a Schumann lleva a un estado de placentera estabilidad que el propio compositor nunca pudo disfrutar. A la sombra del incontestable talento de su esposa Clara, las ansias por triunfar comprometieron su equilibrio emocional y la depresión melancólica germinó en él como una mala hierba que ahoga todo lo demás. Su existencia fue un desesperado camino hacia la fatalidad, que le llevó a arrojarse a las gélidas aguas del Rin para luego, él mismo, pedir su ingreso en un sanatorio mental. Aun así, el maestro alemán logró intermitentes ventanas de claridad que alumbraron inolvidables obras, tanto vocales (lieder) como pianísticas (su famoso piano de cola lo heredó Brahms) y que, es cierto, en el sinfonismo perdieron algo de la inspiración poético-ensoñadora que le han hecho inmortal. Robert Schumann vivió y murió a los cuarenta y seis años de edad como un romántico de manual.

Desde la inauguración del Palau de la Música de Valencia en 1987 (justo hoy se cumplen 38 años), he asistido con fidelidad a cientos de sus conciertos y según he manifestado con anterioridad, los que nos ocupan hoy (aun al margen de los resultados) los califico como excepcionales por la orquesta, por su director y por un programa integrador que no suele ser nada habitual. Pero además, acontece que los resultados sí han acompañado a mis expectativas, confirmando la absoluta fiabilidad de estas míticas orquestas que nunca suelen fallar.

Lo primero que he podido constatar es ese sonido general que trasciende el de la suma de muchos instrumentos para convertirse en una sola unidad. Esta característica es propia de unas pocas orquestas en el mundo y las distinguen con autoridad de las demás. En particular, la Staatskapelle Dresden irrumpe en la magnífica acústica del Palau con una sonoridad de carácter grave, dominada por contrabajos y chelos, irreproducible por el mejor equipo de alta fidelidad. Las cuerdas altas, con la vara de mando que caracteriza a las formaciones alemanas, son un prodigio metronómico de ajuste y claridad. Las maderas cumplen con exquisita discreción su papel vehiculizador del fraseo más cordial y los metales, sin ninguno de esos carraspeos que arruinan la musicalidad, subrayan lo que la partitura pide destacar. En esta sobresaliente integral de las sinfonías de Schumann, por la sabia dirección de Gatti y la excelencia de una orquesta imperial, todo esto y lo que pueda olvidar lo hemos podido admirar y disfrutar…


Aun siendo de Abono (32 y 33), decepcionante asistencia a cada una de las dos sesiones, tal y como los planos de ventas vienen a constatar…