¿Por qué… la utilización frecuente de neologismos ingleses se considera síntoma de conocimiento?
Antonio J. Alonso Sampedro
Blog de Antonio J. Alonso Sampedro
Duda razonable y reflexión
Este verano se celebra la 50ª edición del Festival de Música de Segovia (MUSEG), que comenzó en 1974 llamándose Festival Internacional del Acueducto y al que pude asistir en aquellos primeros años de mi despertar musical. Cinco décadas de un MUSEG que ha conseguido presentar, en sus monumentos más conocidos (Acueducto, Alcázar y Catedral), a estrellas de la interpretación como Mstislav Rostropóvich, Montserrat Caballé, Barbara Hendricks, José Carreras, el Ballet Nacional de Cuba y algunas otras figuras más. Sin embargo, las restricciones presupuestarias de los últimos lustros han apagado un tanto los brillos de antaño, quedando en festival veraniego de mediana calidad, organizado por una Fundación Don Juan de Borbón voluntariosa, pero que no puede milagrear.
De la propuesta actual elegí solo dos conciertos, huyendo de los varios que se celebraban con amplificación sonora (incluso para formaciones sinfónicas), algo del todo punto improcedente y por tanto, pecado mortal.
El primero tenía como aliciente la interpretación de la “Misa para la colocación del Altar Mayor de la Catedral de Segovia”, del que se conmemoran los 250 años y que fue compuesta por Juan Montón y Mallén en 1781. El resultado (como el propio Altar neoclásico que entona poco en el conjunto gótico de la Catedral) fue decepcionante por la escasa calidad de la obra y una embarullada interpretación a cargo del conjunto Nereydas que, además, no supo aprovechar la acústica del templo por una equivocada ubicación quizás.
El segundo correspondía al plato fuerte del certamen, Jordi Savall y un Hespèrion XXI reducido solo a guitarra y percusión (por lo del presupuesto, supongo) que ofrecieron su conocido programa “El arte de la variación y de la improvisación: de la Antigua Europa al Nuevo Mundo”, una absoluta maravilla que no me canso de escuchar. Desde la primorosa elección de los temas hasta la maestría de los intérpretes (los tres sin excepción), la magia llenó el patio de armas del Alcázar y el aforo al completo se rindió, con encendidos aplausos, al regalo recibido en una noche segoviana para recordar. Jordi Savall utiliza una viola de gamba soprano inglesa (Barak Norman de 1690) cuyo embelesador sonido, nada arcaico, se encuentra entre la viola y el violonchelo actual. Con 83 años es capaz de hacerla sonar con delicadeza y también a toda velocidad, convirtiendo su virtuoso discurso interpretativo en arte musical. No fue necesario más para que, suspenso, recorriese los cinco minutos que tardé en llegar hasta mi casa flotando en una nube de éxtasis emocional…
“Es imposible ganar sin que otro pierda”
Publio Siro