Gracias a… “Españoles en el Mundo”

Españoles en el Mundo

Confieso que, hasta hace poco tiempo, no he logrado aclarar del todo un enigma en forma de paradoja territorial y cuya evidente simplicidad encierra algo más de lo que pueda aparentar.

Desde pequeño y durante muchos años no he oído otra afirmación por parte de personas y medios de comunicación que aquella que asegura que como en España no se vive en ningún otro lugar del mundo, llegando incluso a manejar en este sentido algunas discutibles estadísticas que lo parecen corroborar. Si a esto le unimos que yo comencé a viajar al extranjero a mediana edad, es fácil entender que también fuera preso de esta provinciana creencia, más propia de anticuadas veleidades autárquicas cuyo sabor endogámico no resiste un riguroso análisis geográfico y social.

Es evidente que lo que los medios dan los medios quitan y gracias al éxito de programas al estilo… Españoles en el Mundo ahora sabemos que, a la pregunta de si volverán a España, los felices expatriados entrevistados coinciden con una espontánea unanimidad más que elocuente: todos están encantados de vivir en el extranjero y quizás algún día se lo lleguen a plantear. Por aclarar las cosas diré que estos programas comenzaron a emitirse con anterioridad a los años de crisis económica, por lo que cualquier explicación relacionada exclusivamente con asuntos de necesidad laboral no sería del todo real.

Algo similar ocurre también con ese sentimiento muy mayoritario y tan arraigado por el cual cada lugar de nacimiento se constituye en el paraje más bonito de España que hay, lo cual parece harto difícil a poco que utilicemos el sentido común y la estadística más elemental.

Ahora, más viajado y estudiado, diré que España no necesariamente es el mejor lugar del mundo para habitar (aunque no podría precisar con exactitud cuál es) y además debo reconocer que nací en una población que nunca será merecedora de participar en un concurso de belleza urbana de esos que premian la imagen de postal. Estas manifestaciones mías pueden parecer el mejor ejemplo de desarraigo territorial, aunque yo prefiero pensar que obedecen más a una deliberada obsesión por cuestionármelo todo para así contar con la oportunidad de decidir por mí mismo, en lugar de tener que aceptar ajenos estereotipos de los demás.

¿Qué nos lleva a considerar nuestro territorio como el más bello y mejor de los posibles que hay?. Sin duda no es la razón (según algunas de las argumentaciones anteriormente comentadas, aunque hay muchas más), por lo que me inclino a apuntar a la emoción como responsable de esta falsedad. El análisis emocionado de la territorialidad incorpora aspectos relacionados con la tribalidad o sentimiento de pertenencia que, a poco se extremen, es evidente son fuente de graves conflictos como así lo demuestra la historia de la humanidad y más cercanamente nuestro más preocupante presente nacional e internacional .

El concepto de planeta Tierra como nave espacial que viaja por el universo y en la que debemos acomodarnos todos es la mejor metáfora antiterritorialista para aquellos que son capaces de entender que el todo solo lo es cuando las partes no buscan la exclusividad. Partes que todos debemos compartir y respetar como ciudadanos de un mundo que no es propiedad de nadie y que, aunque ahora no lo parezca, está condenado a borrar las fronteras en un futuro seguro pero aun lejano, cuando el interés de lo económico sea sustituido por el interés de lo humano en una suerte de avance social por esa pirámide que Abraham Maslow ideó como individual.

Para ello será imprescindible alcanzar un nivel tecnológico que, garantizando la sobreproducción, asegure a todos bienes y servicios para eliminar los beneficios actuales de la especulación vinculada a la escasez o lo que es lo mismo, la tentación de acumular. Esto será tan posible como imposible parecía volar o que dos personas lograran comunicarse instantáneamente y a más distancia que la del volumen de sus gritos les permitiese escuchar. El progreso, aunque zigzagueante y a regañadientes, al final siempre es progresivamente unidireccional.

Yo soy español y cuando viajo por el mundo aprendo más de la vida. Así, no encuentro mejor razón que justifique el que mi interés nunca deba limitarse solo a mi cotidiano domicilio local…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡Es ahora o nunca…!

Es ahora o nunca

La perspectiva que nos suele regalar el paso de los años generalmente nos lleva a concluir que en muchos momentos de nuestra vida deberíamos haber tomado decisiones que, bien por un exceso de prudencia conservadora o quizás también por cierta indolencia tendente a procrastinar, fueron dilatadas en el tiempo con la consiguiente pérdida de valiosas oportunidades. Identificar el momento adecuado para actuar es siempre una de las claves del éxito, sobre todo por la dificultad que conlleva su acertada visualización en un mundo alicatado de incertidumbres y empujado por la velocidad.

Cuántos posibles amores, por no atrevernos a intentarlo, dejamos pasar. Cuántas preguntas no formulamos por el temor a parecer un patán. Cuántos espectáculos nos perdimos por no comprar las entradas antes de que se llegasen a agotar. Cuántas disculpas no pedimos por el orgullo de creer contar con la verdad. Cuántos trabajos perdimos por no asumir el riesgo de la novedad. Cuántos libros no leímos por anteponer lo que la televisión nos da. Cuántos kilos de más llevamos por no comenzar a trotar. Cuántos trastos inservibles amontonamos cuando sabemos que nunca los volveremos a usar. Cuántos calendarios gastamos sin aprender el inglés que nos permita comunicar. Cuántos viajes pendientes por repetir siempre el mismo destino vacacional. Cuántas ganas de ser sin hacer nada para poderlo alcanzar…

Dicen que vivir dos vidas nos ofrecería la ocasión de rectificar en la segunda lo errado en la primera, pero es evidente que ni aquello es ahora posible ni esto sería luego fácil de enmendar. Aprender de los errores no es sencillo y menos para quienes ni tan siquiera están dispuestos a aceptarlos como propios. Hoy es mi cumpleaños y no puedo ni debo olvidar formularme comprometidamente muchas de las cuestiones anteriormente mencionadas y que todavía tengo pendientes de implementar.

Pero no solo la existencia de las personas se puede contar por sus oportunidades pérdidas sino que también las empresas son presa fácil de la inacción en los momentos requeridos y apropiados, pues las empresas son sus personas y por tanto coinciden en el actuar. Por consiguiente los pecados cometidos por las empresas son similares a los que puedan cometer sus profesionales directivos en el ejercicio de su vida profesional y personal, lo cual nos lleva a pensar que la solución para unas y otros debe ser la misma: la actuación oportuna en cada momento y lugar.

Transitando ya por el último tercio del 2013, es incuestionable que nos encontramos en las postrimerías de un ciclo económico depresivo cuyo cambio de tendencia parece apuntar corto, aunque esta distancia sea imposible precisar pues todavía los indicadores socioeconómicos presentan de forma mayoritaria ciertos datos negativos que logran enturbiar la visión futura. Así las cosas, tomar decisiones puede parecer harto dificultoso a no ser que descubramos cual es el origen de nuestra equivocación y que no es otro que la tendencia a interpretar el futuro respecto del presente, es decir, mirar lejos con las gafas de cerca, lo que provoca que inevitablemente tengamos que esperar a que el futuro se acerque y sea casi presente para lograrlo interpretar. Este precisamente es el error, porque sin anticipar no habrá nunca nada que ganar.

Las mejores decisiones empresariales son las que se toman antes que los demás, pues llegar a obtener un buen puesto en la parrilla de salida es lo que permitirá contar con opciones de ganar la carrera cuando suene el pistoletazo inicial.

Ahora no hago otra cosa que trasladar persistentemente esto mismo a mis clientes, aunque la lógica del Business Coaching me dice que son ellos quienes deberán tomar convencidamente sus propias decisiones, pero siempre sin olvidar eso que como nadie el rey Elvis logró cantar… It´s now or never”.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

En vacaciones… ¡cambia de actividad pero no de personalidad!

En vacaciones...

Cambio es la palabra que fundamenta el desarrollo personal y por la que comienza todo proceso de Coaching inspirador y transformacional. Pero… ¿qué cambiar? Pues sin duda no lo que somos sino lo que hacemos, dado que con el transcurso del tiempo esto es lo que aquello determinará.

Toda mejora personal nos obliga inexorablemente al cambio, pero nunca la conseguiremos si pretendemos abordarla desde la permuta de nuestra personalidad, en lugar de enfocarla a partir de la modificación de nuestra actividad. Son los hechos los que nos mejoran y no los deseos de buscar otra identidad.

Quienes debemos llevar una vida reglada por las leyes de la sociedad desarrollada encontramos en el periodo vacacional la mejor posibilidad de practicar el cambio como higiénica manera de descongestión anual. La libranza laboral, además de generar un tiempo valioso para emplear a voluntad, nos predispone con un singular optimismo que no parece brillar durante el resto del curso profesional. Canalizar todo ello de forma adecuada garantizará el disfrute de un asueto que, además de merecido y ganado, también deberá ser aprovechado en beneficio propio y de los demás.

Pero pretender aprovechar las vacaciones, con independencia de su duración o destino, obligándonos a representar un personaje que no somos el resto del año es la mejor forma de caer en una confusión identitaria de cuya pena de depresión postvacacional nadie nos librará. Nuestro temperamento, mayoritariamente invariante, es muy definitorio de la personalidad siendo el carácter lo que nos es más posible modificar y está más relacionado con nuestra actividad. Personalidad es al roble lo que el junco a la actividad.

Este verano vuelvo a acometer la aventura de un largo y apasionante viaje moto-musical que por tierras escocesas me llevará a vivir nuevas experiencias personales, sin duda más allá de lo habitual y si de algo no dudo es que su disfrute exclusivamente dependerá de mi esforzada capacidad de acomodo a esta diferente actividad anual, pero sin traicionar él quien soy y sobre todo a mi personalidad.

¡Hasta la vuelta…!

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

San Fermín y los gurús de la motivación exprés

San Fermín

Si San Fermín levantase la cabeza y se le ocurriese patentar sus pamplonicos encierros de toros a la manera que por ejemplo los más famosos gurús anglosajones de la motivación exprés utilizan el caminar sobre brasas, se vería obligado a prescindir de su voto de pobreza y a cambiar el San por el Sir, engalanado por un éxito total.

Debo reconocer que, de todas las manifestaciones festivas en las que participan toros, solo los encierros (no lo que les viene después) caben en mi intención permanente de defender los derechos de los seres vivos como habitantes de un planeta que en ningún registro de la propiedad interestelar consta sea privativo de la especie humana. Correr astados y personas en relativa igualdad de condiciones y sin más objetivo que el de llegar a un destino se me antoja como una acertada alegoría de las dificultades y alegrías que nos ofrece la vida en la actualidad.

Desde hace muchos años no me pierdo ninguna retransmisión televisiva de los nueve encierros julianos que cada temporada inauguran el calendario internacional de las festividades veraniegas en España. De todo lo que veo, lo que más me interesa es lo que no se puede apreciar y está pasando por el interior de esos mozos y mozas que llenan la calle Estafeta de un inmaculado blanco y rojo de tradición, nervios, ilusión y complicidad.

Sin duda, correr un encierro en San Fermín es toda una prueba de valor y superación personal cuyo mérito verdadero solo aciertan a medir los propios corredores quienes, presa de sus más íntimos condicionantes, son capaces de vencerlos con esfuerzo y determinación. Por tanto, que se me entienda bien: ¡les rindo mi admiración sin nada que restar!

No obstante, correr uno o todos los encierros en Pamplona no capacita necesariamente para otros menesteres en la vida, pues no todos los objetivos y retos que debemos afrontar requieren el mismo tratamiento para poderlos alcanzar. Si ello fuera así, que nadie dude que cada 7 de Julio yo tomaría la medicina navarra del éxito y ya está.

De igual manera, lograr caminar sobre brasas (que conste que esta práctica no tiene nada que ver con el Coaching) conlleva el mérito del atrevimiento, aunque no del peligro pues está físicamente demostrado que la sobrevalorada prueba es posible realizarla sin riesgo alguno para la integridad del caminante, siempre que se sigan unas sencillas recomendaciones en la forma de pisar. Hacer de esto toda una demostración de las infinitas posibilidades del hombre en la consecución de sus deseos es uno de los mayores engaños que los mentores de la felicidad puedan colar en las anhelantes conciencias de quienes buscan una milagrosa fórmula reparadora, que evidentemente nunca encontrarán.

Es cierto que carezco de una demostración estadística pero estoy convencido de que tanto quien corrió un encierro sanferminero como el que atravesó tres metros de rescoldos ardiendo, no necesariamente lograron solucionar sus problemas personales tras ello, pues todo remedio cuya fórmula magistral se ampare en un chute de motivación puntual (y por tanto necesariamente caduca) solo se mantendrá lo que la actividad que lo genera venga a durar, quedando siempre por delante la dificultad de la vida desafiante y real a la que habrá que buscar en cada caso y momento su motivación particular.

¡Ah! y por supuesto, el próximo año volveré a disfrutar con los encierros de San Fermín y de las chuletas que, asadas a la brasa, no tienen igual…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Los Informívoros II

Los Informivoros II

Recientemente escribía Los Informívoros, título apelativo que propone nuestra definición como consumidores contumaces de un exceso de información que a muchos puede llevar hacia una obesidad mediática no deseada… a menos que la disciplina de una dieta comunicacional nos preserve del atracón. Dieta que para ser efectiva no deberá producir apetito por desinformación, para lo que será imprescindible elegir adecuadamente lo consumido en un ejercicio personal de priorización.

En este mismo sentido yo finalizaba el artículo aludido con una llamada al consumo consciente de información proponiendo… primero elegir y luego consumir. Pero elegir priorizando la información que más conviene no es tarea sencilla y no tanto por la inabarcable cantidad de inputs a la que nos enfrentamos cada día como por la forma estratégica en que estos se nos aparecen, es decir, sin nuestra intermediación.

Como consumidores integrales que somos, todos tenemos nuestras preferencias y esto también ocurre en asuntos de información. Desde hace varias décadas está bien demostrada nuestra tendencia mayor a fijarnos en aquello que se acerca a nuestros gustos por lo que, de ser conocidos por quienes nos proveen de contenidos, el riesgo de conspiración mediática puede condicionar nuestra libertad de elección.

No es un secreto que, por ejemplo, el rastro que deja nuestra navegación por Internet es sabido por quienes gestionan la información (y no necesariamente la publicitaria), por lo que muchos de los contenidos que electrónicamente manejamos se encuentran previamente sesgados hacia nuestras preferencias, lo que nos propicia un consumo condicionado que no siempre responde a nuestra libertad de elección.

Pero esto no solo ocurre en la Red ni es una novedad que antes fuera desconocida. Clay A. Johnson, en su libro La dieta informativa, recoge que en 1996 Roger Ailes fundó Fox News (el canal conservador de noticias más importante de USA) con una premisa muy clara: dar a la audiencia información que le confirme lo que opina. El éxito fue total pues nada hay de consumo mediático más tentador que aquello que, en lugar de cuestionarla, reafirme nuestra opinión.

Si hoy ser Informívoro ya no es una posible elección, al menos debemos cuidar que si lo sea nuestra dieta de comunicación, como mejor medida para preservar una salud mental sin la cual siempre quedará perjudicada nuestra capacidad de decisión…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Mi clavícula, la de Jorge Lorenzo y la fama de los dos

Fama

La fama tiene eso que te permite jugar la vida en una división de honor, cuyas reglas difieren de las del resto de los anónimos para los que la cuesta normalmente se presenta peor. Yo no soy famoso y por ello me he convertido en un escalador.

En estos días, participando en las tandas clasificatorias para el gran premio de motociclismo de Assen, se cayó de la moto Jorge Lorenzo, fracturándose una clavícula que ese mismo día se operó, con la intención consumada de correr la prueba dos después. Una vez más, los medios de comunicación han titulado de superhombre a alguien que, de serlo, es seguro no está solo en esto de sobreponerse a las adversidades, aunque solo a él se le conozca y reconozca, quedando otros muchos ocultos por su anónima condición.

No voy a detallar más aquello que puede consultarse pormenorizadamente en el artículo Mis 15 días en Agosto, que relata e ilustra mi accidentado viaje en moto del verano de 2011 cuando en Suiza me fracturé una clavícula, lesión que acompañó mi soledad viajera a lo largo de 5.000 kms. por carreteras europeas y sin mediar operación reparadora alguna ni asistencia médica durante largos días de agudo dolor. Todo, movido por una musical ilusión.

Sinceramente, pese a multiplicar por muchos los días de aflicción, sufrimiento y desamparo y además doblar en edad a Jorge Lorenzo, yo no me considero un superhombre y además parece que los demás tampoco de mí tienen esa consideración. Es curioso pero, en aquellas ocasiones en las que en círculos de conocidos he tratado de comparar ambas situaciones, normalmente he salido perdedor de una contienda que nunca busco pues, de este tipo de desigualdad valorativa, soy buen conocedor. Para la mayoría, resultan más meritorios los 45 minutos de carrera de un piloto lesionado y reparado por lo mejor de lo mejor que mis interminables y solitarios 12 días viajando compunjidamente fracturado con una moto que dobla en peso a la del superhombre anterior.

Es evidente que no se puede competir con la fama, que siempre establece filias sobredimensionadoras de los éxitos y dispensadoras de los fracasos para aquellos que la tienen y viceversa para los que la carecen. Esta ineludible realidad obliga a quienes jugamos en una división menor al esfuerzo de un mayor merecimiento, que deberemos saber aceptar como parte de las reglas de un juego que siempre nos reta a subir de escalón.

Pretender progresar en la vida y olvidar que esta no suele presentar las mismas oportunidades para todos es la mejor forma de ausentarse de una realidad que ahora mismo no podemos rápidamente solventar, aunque si denunciar y tratar de reparar con decisión. Sin ser famoso también se puede anónimamente triunfar y para ello creo que el adecuarse fluida y dignamente a las circunstancias es el secreto para no caer en la desmotivación…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¿Pueden las Ideas cambiar el mundo…?

TED

SI o NO son dos respuestas que no contiene este artículo, que pretende ser respetuoso con la complejidad histórica que traslada la pregunta titular y por supuesto, con la inteligencia de sus lectores. No obstante, reconozco no encontrarme equidistante de ambos extremos pues en la vida siempre hay que tomar partido y este jugarlo en público. ¿Dónde estoy yo…?

Siendo mi especialidad profesional más la persona que la sociedad, es decir lo micro que lo macro, he llegado a comprobar que ambos sujetos de análisis en muchas ocasiones se comportan análogamente. En el caso que nos ocupa así es pues, en cuestión de Ideas, tanto lo individual como lo colectivo se encuentran con la misma dificultad: pasar de la teoría a la práctica o lo que es lo mismo, pasar de la gratuidad de los deseos al coste de las actuaciones.

La historia de la humanidad se escribe en su mayoría a partir de lo finalmente acontecido y esto es fruto de una cadena procedimental que indudablemente se inicia en las Ideas. Pero no todas las Ideas llegan a cristalizarse en hechos, pues aun siendo muchas las que atesoran valor es determinante el cómo se instrumenten para que tengan oportunidad de finalizar en concretas realidades.

Recientemente he asistido al TEDx Valencia 2013 que, aunque el sufijo “x” denote su independencia organizativa respecto del neoyorkino evento anfitrión de Chris Anderson, es evidente que comparte el espíritu que a todos ellos caracteriza y que recoge su lema oficial… Ideas dignas de difundir o el más oficioso… Ideas para cambiar el mundo. Por tanto, es indudable que son las Ideas las protagonistas absolutas de estos afamados congresos de conferencias exprés de no más de 18 minutos de duración cada una, cuya posterior difusión en Internet constituye ya todo un reconocido éxito de masas.

Podríamos decir sin temor al equívoco que, hoy por hoy, la plataforma TED se configura como el representante que a nivel mundial mejor dinamiza organizada y sensatamente la generación popular de nuevas Ideas de desarrollo humano progresista, igualitario y sostenible. Sin duda hay otras iniciativas con similares propósitos, pero el liderazgo de esta le hace merecedora de una atención singular.

Mientras asistía, una tras otra, a las charlas del TEDx valenciano un sentimiento de contradicción me inquietaba. Si por un lado recibía como muy interesantes la mayoría de las Ideas allí propuestas, simultáneamente y por otro me preguntaba cuanto tiempo de vida les restaría una vez los asistentes abandonásemos el magnífico auditorio en donde nos encontrábamos. Porque, ¡no nos engañemos!, toda conferencia de Ideas tiene siempre por misión el convertirse en una suerte de altavoz que propicie que lo dicho por uno y escuchado por muchos sea difundido pero también impulsado por estos y no solo por aquel, multiplicando así las posibilidades de recorrido hacia el éxito.

En este punto, debo confesar mi desconsolado pesimismo actual respecto de la continuidad de la cadena… Idea de uno-Idea de muchos-Actuación de muchos, que siempre se rompe por el eslabón final: la Actuación de muchos. Llevo más de una década consagrado profesionalmente al Coaching con objeto de facilitar lo que a todos más nos cuesta y es convertir nuestros deseos en logros (nuestras Ideas en realidades) y soy consciente de la dificultad que ello comporta por la particular e irresistible indolencia que todos presentamos al compromiso que representa la actuación que nos lleve al cambio.

Es posible que algunas Ideas puedan cambiar el mundo pero… ¿cuántas más se quedarán definitivamente huérfanas de promotores verdaderamente comprometidos en su desarrollo activo al ser únicamente apadrinadas por escuchantes impermeables que solo las oirán y con mucho, luego algo contarán…?

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Los Informívoros

Informívoros

Leonardo da Vinci eligió acertadamente el siglo XV para nacer y ser el genio renacentista que a todos deslumbró pues, de haberse demorado algo más, cada centuria de retraso le habría condicionado privándole del ejercicio de varias de sus celebradas dedicaciones (anatomista, arquitecto, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista), llegando a nuestros días sin más que poder aspirar y como mucho a especialista de una sola disciplina, habida cuenta en todas de su creciente complejidad.

Sin propósito de restar ningún mérito al maestro italiano, saber y ser experto era mucho más fácil hace quinientos años que en la actualidad y la razón que lo explica es tan sencilla como la que define el volumen de información necesario para prosperar en cada actividad. Antaño un hombre culto podía saberlo casi todo de todo, pero hogaño ni todos los hombres más sabios juntos serían capaces de conocer solo un poco de lo que atesora la humanidad.

Sin duda vivimos en plena revolución de la información que, canalizada por unos soportes geométricamente cada vez más potentes, nos ofrece posibilidades de conocimiento que nadie antes pudo sospechar. A vueltas de un click tenemos acceso a todo un mundo de sabiduría en cuya adecuada gestión se encuentra la solución al aprovechamiento de una riqueza cuyo descubrimiento colocaría al borde del colapso hasta el mismísimo autor de la Mona Lisa, acostumbrado a que ninguna ciencia quedase fuera de su capacidad.

Y es por esto que quienes vivimos esta realidad nos hemos convertido en Informavores (devoradores de información). Término prematuramente definido (en 1983) por George A. Miller (uno de los precursores de la psicología cognitiva) que, llevándolo a su extremo, nos invita a pensar que el ser humano de hoy ha pasado de ser un plácido omnívoro a convertirse en un voraz Informívoro de la información universal.

En esta nueva categoría hay personas que corren el riesgo de indigestión crónica por exceso de alimento informativo mientras que otras optan por practicar dieta de conocimiento e incluso, las más radicales, hasta huelga de hambre negándose a informarse, como signo de protesta ante todo aquello que no pueden asimilar. En muchas ocasiones, la abundancia de algo genera mayores problemas que su escasez, aunque ello no parezca cabal.

Por tanto parece evidente que, tanto por exceso como por defecto, ninguna postura que no entienda el consumo de información como la mayor fortuna de nuestro tiempo y que además definirá una era histórica de revolución en la humanidad por la que nos recordarán nuestras  generaciones herederas, estará abocada a fracasar.

Como he mencionado antes, la solución no está en condenar la realidad por más complicada que se nos presente, sino en manejar una adecuada gestión de la información que necesariamente se deberá instrumentar a partir de un sencillo precepto, cuya secuencia nunca convendrá alterar…

primero elegir y luego consumir

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¿Incentivan los Incentivos…?

Incentivan los Incentivos...

Confieso que lo que me motiva en la vida es que no se me quede como está, aspirando a lograr llegar a más con esfuerzo, perseverancia y determinación . No busco la gracia presente para no traicionar la confianza en un futuro cuya construcción inicio cada día con mayor o menor fortuna, pero con ilusión. Nada me asegura el éxito, de ahí mi buena predisposición a la actuación. A mí me incentiva la indefinición sobre la consecución. Nunca la quieta posición.

Es frecuente el que algunos relatos literarios tomen por fuente argumental el conocimiento previo del destino a modo de imposible fábula para así recrearse en las reacciones de sus personajes presos de tan singular situación. En mi caso, si yo fuera uno de ellos, tengo la seguridad de que esto me llevaría a una resignación que aletargaría reactivamente mis pasos a la espera de algo predeterminado en lo que no tendría injerencia ni participación.

¿Qué nos mueve a actuar…? El conseguir. ¿Y que conseguir…? Pues dependerá de lo que con libertad de elección prefiera cada cual, dado que es patrimonio personal elegir aquello que más convenga dentro de los márgenes de la posibilidad y de nuestra capacitación. Por consiguiente, lo que nos mueve a actuar no será igual para todos, de manera que lo que pueda incentivarme a mí no tendrá porqué ser idéntico a lo de los demás. Así las cosas… ¿tendría sentido pretender incentivar a un colectivo de personas de forma igual para mejorar su motivación?

Es evidente que un común error en las empresas y organizaciones de ayer y también de hoy es que eligen mayoritaria y casi únicamente la remuneración económica como elemento incentivador de la productividad de sus miembros, confundiendo el concepto de compensación por los servicios prestados (el salario, tanto sea fijo como incluso el variable) con aquello otro que represente y busque algo más (está demostrado que la tendencia general ante un aumento de sueldo es a amortizarlo mentalmente de forma instantánea, al considerar que la nueva situación es la justa pues viene a rectificar el error salarial anterior). Por tanto, los únicos incentivos que realmente pueden ser incentivadores son aquellos que, en la mente del receptor, no se perciben como directamente relacionados con la contraprestación en presente de su aportación de valor pues, en el mejor de los casos, aquel entenderá que la cuenta siempre quedará saldada entre remunerador y perceptor, eliminando toda ilusión. Así pues, cualquier estimulo basado directamente en el pago (monetario o en especie) de la contribución profesional nunca realmente lo será para quien lo debe percibir, convirtiéndose entonces en una mera transacción.

El secreto de la incentivación se encuentra en el decalaje temporal que supone que lo ahora bien sembrado permita una futura recolección. Es decir, no en la estática de la compensación sino mejor en la dinámica que supone alcanzar mejoras futuras a partir de los buenos resultados de hoy…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Relacionarse con los demás… ¿para pedir o para dar?

Dar o pedir

Recientemente he tenido oportunidad de ver por televisión unas declaraciones rosas de una famosa modelo internacional española a quien preguntaban sobre aquello que pedía en una relación sentimental. La respuesta me dejó estupefacto: no suelo pedir mucho a un hombre, sencillamente que para él yo sea su prioridad.

La señorita, en la frontera de los cuarenta, hace honor a su tratamiento pues se encuentra en estado civil de soltería pese a no ser ese su propósito, según lo que nos vino a declarar.

Es evidente que mal comienzo es aquel que en asuntos sentimentales se presenta la petición explícita de necesidad antes del ofrecimiento implícito de nuestra generosidad. Pedir siempre antes de dar, en cualquier relación de tipo personal o profesional, lleva a condicionar y esto normalmente conduce a dificultar aquello que en un principio y en un después también debe intentar ser relativa facilidad.

No obstante, también es cierto que en las transacciones de pedir y de dar en la pareja no es posible lograr un orden sistemático en el tiempo que anteponga unas a otras, pues de forma simultánea se suelen agolpar en el devenir de las interactuaciones de la cotidianeidad. En este caso, lo principal será avizorar que pesa más, si lo ofrecido o lo reclamado, buscando para no errar esa sobrecompensación que lleve a ser un poco más ganador del dar, aunque esto en ocasiones sea difícil de interpretar.

Pero volviendo al ejemplo que nos ocupa, este va mucho más allá en su error conceptual pues su inconsciente petición reclama ser para el otro prioridad, con esa ingenuidad de quien no es capaz de entender que eso nunca verdaderamente sucederá, ya que sería tanto como aspirar a protagonizar la vida de los demás. Una injerencia egoísta en alguien que, siempre que valore positivamente su vida, nunca permitirá.

En mi opinión, los comportamientos que se orientan y buscan el protagonismo propio en la vida ajena son vivencialmente poco prácticos y reflejan en aquellas personas que los practican su escaso desarrollo emocional, sin duda todavía deudor de una infancia que se resisten a abandonar. La madurez relacional, si por algo se distingue, es por su independencia generosa en lugar de la dependencia medicinal, pues mientras las personas maduras enfocan sus relaciones para elevar su nota vivencial, las inmaduras buscan simplemente en los demás un motivo para conseguir aprobar.

Ser modelo y famosa puede abrir muchas puertas pero nunca las de un franco corazón que no quiera ser subsidiario de otro que siempre le pida rendida e insultante resignación a perpetuidad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro